El incomprendido

Jesús II.
Jesús.
Una resurrección es posible en cada uno de nosotros.

Si hay alguien incomprendido en la historia de la humanidad es Jesús. Su personalidad excede el dogma religioso. Me gusta verlo humano, rebelde y me resisto a la imagen que de él da una Iglesia que censuró evangelios a los que consideró apócrifos y nos lo presentó en la versión más conveniente a sus principios.  

Me gusta sospecharlo en el backstage del Nuevo Testamento. Para eso está la literatura.

Jean-Yves Leloup, escritor francés, sacerdote ortodoxo  y teólogo, habla de la relación entre Judas y Jesús en la novela  “ Un homme trahi” ( Un hombre traicionado). En ella, Judas, es seguidor de un Mesías al que pretende poderoso,  con fuerza, nobleza y coraje, capaz de imponer sus principios a costa de cualquier cosa, el típico líder de multitudes, casi imperial. Va conociendo poco a poco a un hombre manso, humilde, que tiene un concepto nuevo de la mujer, que es capaz de llorar orando en el desierto. Esperaba que condenara el adulterio, y fuera el primero en apedrear a una prostituta. Se desilusiona, discuten. Un ídolo va cayendo ante su mirada.

Decide entregarlo a los soldados romanos, y lo pone a prueba. Si es realmente poderoso, podrá hacer un milagro más y salvarse.

Jesús lo conoce y sabe. Lo mira y le sonríe. Judas cree que le está pidiendo que lo entregue para morir como estaba anunciado, resucitar y demostrar que era el “Yo soy” para la eternidad.

Cuando estaban cenando, Jesús les pide que coman pan y tomen vino para recordarlo siempre. El pan simboliza el acto, la acción (Hagan lo que yo hago) y el vino, la vida íntima de un ser en contemplación. (Compartan mi vida íntima)

Andrés le dice que no lo entiende, Felipe parece comprender un poco más, Jesús anuncia que uno lo va a traicionar, Judas cree que lo está ayudando a cumplir sus fines, Pedro le promete fidelidad eterna, Jesús le dice que antes del amanecer lo negará tres veces. Cuando llegan los romanos a detenerlo, Pedro le tira una espada y Jesús la rechaza.  Es el colmo para Judas. Tanto que no puede sostener su propia vida.

La mejor versión de la personalidad de Jesús que he leído es la novela “Soif” (Sed) de Amélie Nothomb.

Comienza así: “Siempre supe que estaba condenado a muerte”.

Inmediatamente pensé en las primeras palabras de “L´Étranger” de Albert Camus: “Hoy mamá ha muerto”.  Ètranger se puede traducir como extranjero o como extraño.

Ambos son extraños. La distancia existencial infinita los acerca. Meursault, el protagonista de L´Etranger no se opone en todo el proceso a su ajusticiamiento, igual que Jesús, pero él lo hace desde una apatía, un escepticismo y un convencimiento del absurdo de la vida que los contrapone.

En “Soif”, el Jesús de Amélie dice que “el enigma del mal no es nada comparado con el de la mediocridad”.

Es que Jesús estuvo rodeado de mediocres. Sus discípulos no lo entendían, los judíos y los romanos creían que era un usurpador, un sembrador de discordia,  capaz de hacerse pasar por rey para ocupar el lugar de César.

Cuando Pilates le pregunta si tiene algo que decir, Jesús responde que no, y piensa: “En realidad no dije nada porque tenía demasiado que decir”. Es que cuando la incomprensión es tan infranqueable, no hay nada que explicar.

En un momento piensa: “¿Cómo pude elegir ser yo?, por la razón que precede a la inmensa mayoría de las elecciones: por inconsciencia.”

Es un Jesús que asume totalmente su humanidad, con una sensibilidad corpórea extrema. Piensa que su madre es mucho mejor que él porque para ella el mal es extraño al punto de no reconocerlo. Envidia su ignorancia. Sin embargo para él no es ajeno. Para poder identificarlo, hay que tenerlo incorporado.

Añora una existencia común y poder morir de viejo. Toda vida termina con la muerte pero debería ir apagándose con la edad. “Si pudiera escapar de esta violencia anunciada, no pediría nada más”.

Dice que su padre ha creado una especie humana extraña, ya sean necios que opinan o  generosos que no piensan. Que la condición humana se define como “podría ser peor”.

Lleva la cruz, se cae, no puede, sangra, recibe castigos, algunas ayudas, lo cuelgan, lo clavan, el dolor es insuperable. Podemos leer en la novela un monólogo posible en sus últimos minutos. Compartir con él el pensamiento de que esa crucifixión es un error. Reclamarle al padre que haya puesto en escena ese castigo horroroso como si fuera un ejemplo para que hubiese más mártires, con la ridícula idea de que moría por amor, para salvar a otros de supuestas faltas. Una idea no solo tonta, sino inútil.  “Encima, padre, tuviste el tupé de considerar bárbaros a los paganos que hacían sacrificios humanos. ¿Blasfemo? , lo acepto, más que esto no me podrás castigar”.

Y cita ( sin nombrarla) a Teresa de Ávila: “Temo menos al demonio que a los que temen al demonio.”

Finalmente llega el alivio de la muerte, lo bajan de la cruz y lo envuelven en lienzos para llevarlo al sepulcro.

“Desde que todo terminó, empezó mi fiesta. ¿Es porque soy Jesús que me pasa esto?. Espero que no, espero que les pase a todos los muertos”.

Y explica un estado de belleza, paz y exaltación que es un principio de vida eterna. De presencia permanente de los que se fueron en los que quedamos.

Una resurrección posible en cada uno de nosotros.

Feliz Pascua. @mundiario

Comentarios