El hombre de dorado

arturo 1
Arturo de Alba. / Germán Fernández.

A Arturo de Alba

Te vi desde arriba,

y unos nervios se habían estacionado,

ya no sé si en las manos

en el pecho

o en los ojos

que quisieron demostrarlo con su llanto;

pero lo contuve

porque no sabía

si el deseo de llorar

era por miedo

o por la alegría

de verte ahí,

haciéndonos parecer

que no te inmutas ante la muerte;

o porque representas el valor de toda sangre,

que cada uno a su manera da sus guerras.

Cada que tu pierna se inclinó

para poner la muleta elegante

se fueron desvaneciendo mis nervios;

te llenabas de aplausos

cada que dejabas descansar

al majestuoso toro,

y bien parado y con la mirada arriba

los recibías sin modestia,

porque bien sabes

que los que se juegan la vida ahí abajo

no tienen por qué esconder el rostro

después de unos pases buenos.

Volvías con el toro

que asistía

en cada cita a la pañoleta roja;

lo citabas con la mano izquierda

siempre con elegante postura,

tu pierna en ángulo perfecto

nos hacía gritar Ole

a la plaza entera

y la banda tocaba,

porque ser valiente y artista

no es cosa fácil

frente a tantos kilos de bravura.

Una y otra vez lo viste pasar,

ofreciéndole el rojo a los pitones nobles.

Cuando lo dejaste frente a ti,

te paraste inmutable,

preparaste espada

y después de la breve carrera

la estocada perfecta;

frente a ti se hincó el grandioso toro;

de pie aplaudimos

y sacamos los pañuelos blancos pidiendo oreja,

lo mismo que los habríamos sacado

para llorar,

si hubieras sido tú

el que se hincara ante el maravilloso

toro negro. @mundiario

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