Einstein y Mileva, la vileza detrás del genio desnudo

Albert, Mileva y Hans Einstein./cienciahistorica.com
Albert, Mileva y Hans Einstein. / cienciahistorica.com

Esta semana se cumplen 99 años del acuerdo de divorcio de los Einstein. Una relación de maltrato oculta bajo el velo de la intelectualidad.

Einstein y Mileva, la vileza detrás del genio desnudo

Mileva Marić, la primera esposa de Albert Einstein, ha sido una gran desconocida para el público en general. Física y matemática, era la única fémina que estudiaba en el Instituto Politécnico de Zurich en la época en que lo hacía Einstein. Primera de su promoción, todo apuntaba a que sería la compañera ideal del futuro Nobel. De sus primeras etapas de relación, la Universidad de Princeton publicó en 1990 las cartas de amor entre la pareja, en las que el joven Albert aseguraba estar “loco de deseo” por ella. Sin embargo, en ellas también se debatía continuamente de su trabajo, que Mileva enriquecía con comentarios y observaciones que ayudaron al genio en el desarrollo del pensamiento que le llevó a transformar la Física moderna y a ganar el premio Nobel. Dos inteligencias unidas en el amor y la ciencia. Se casaron en Berna en 1903.

Einstein no solo dedicaba su intelecto a la investigación, sino que también lo explotaba en el mantenimiento de un considerable número de amantes

Pero Einstein no solo dedicaba su intelecto a la investigación, sino que también lo explotaba en el mantenimiento de un considerable número de amantes. La aparente comunión entre dos almas intelectuales pronto se reveló imperfecta, como muestran las palabras del científico a su prima Elsa Einstein, una de sus amantes y a posteriori segunda esposa. En ellas describía a Mileva como “una criatura hostil y poco divertida"; llegando incluso a confesar: "Yo trato a mi esposa como a una empleada a quien no puedo despedir.”

Esta semana se cumple el 99 aniversario del acuerdo de divorcio entre Albert Einstein y Mileva Marić. En dicho acuerdo, Einstein fue considerado generoso por ofrecer a Mileva y a sus dos hijos legítimos, Hans Albert y Eduard – antes de casarse se sabe que tuvieron una niña de la que se desconoce su destino –, la dotación económica del premio Nobel. Pero lejos de ser un hombre compasivo y dadivoso con su esposa y familia, el acuerdo que muestra el verdadero carácter del creador de la teoría de la relatividad y de la vida que llevaba Mileva a su lado, es en el que establece con su mujer las condiciones que esta debía cumplir para conservar la unión con él y por el supuesto bien de sus hijos:

 

CONDICIONES

A. Usted se asegurará de que:

1. mi ropa y la colada se mantienen en buen orden;

2. recibiré mis tres comidas regularmente en mi habitación;

3. mi dormitorio y estudio se mantengan limpios, y especialmente que mi escritorio se deja para mi uso solamente.

 

B. Usted renunciará a todas las relaciones personales conmigo en la medida en que no sean completamente necesarias por razones sociales. Específicamente, Usted renunciará a:

1. sentarse en casa conmigo;

2. que yo salga o viaje con usted.

 

C. Obedecerá los siguientes puntos en sus relaciones conmigo:

1. no esperará de mí ninguna intimidad, ni me lo reprochará de ninguna manera;

2. dejará de hablar conmigo si lo solicito;

3. saldrá de mi habitación o estudio inmediatamente sin protestar si lo solicito.

D. Usted se compromete a no menospreciarme delante de nuestros hijos, ya sea a través de palabras o comportamiento.

 

Einstein no solo eligió a su esposa, la cosificó y maltrató con la detestable excusa de la intelectualidad, de una manera inconcebible e injustificable si se repara en la brillantez de su mente

Al contrario de la creencia popular, Einstein jamás pronunció la famosa frase «todo es relativo». Pese a la dificultad de las relaciones personales y el hecho de que nadie sea perfecto, incluso los genios, es imposible encuadrar el comportamiento de Einstein con su esposa en la relatividad, el amor o la idiosincrasia de una pareja intelectualmente tan compleja. Ni siquiera eso, ni siquiera se puede justificar en el marco del compañerismo profesional o intelectual.

Escribía Julio Cortázar en Rayuela: «Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio». Einstein no solo eligió a su esposa, la cosificó y maltrató con la detestable excusa de la intelectualidad, de una manera inconcebible e injustificable si se repara en la brillantez de su mente.

La posibilidad de admirar a los ídolos únicamente por su talento, porque hagan avanzar el arte o el conocimiento de la humanidad, implica no desnudarlos. La fealdad del hombre desnudo detrás del genio puede, en casos como este, abofetear el corazón del admirado espectador mortal y destruir a sus ojos como un tornado la belleza de sus obras.

 

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