Diversos motivos en los inicios de las peregrinaciones hacia Finisterre

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Las calzadas XIX y XX pasaban por Iria Flavia. / Mundiario

Muchos pueblos asentados en Europa llegaron a occidente para ver el lugar desde donde partían los muertos al otro mundo. Otros pueblos llegaron para ver donde el Sol tenía su casa.

Diversos motivos en los inicios de las peregrinaciones hacia Finisterre

Los orígenes. Desde la prehistoria los hombres se desplazaban hacia el occidente llegando a Fisterra, Finisterre, el fin de la Tierra. La llegada de gentes proce­dentes de Europa es un hecho constatado en la antigüedad.

Los pueblos centroeuropeos se habían fijado en un hecho llamativo que ocurría en las noches claras. En el cielo apare­cía marcado un rumbo mediante millones de estrellas: era la Vía Láctea una constelación de la que forma parte el sistema solar. Una mancha lechosa, El Camino de las Estrellas, señalando al occidente y debiendo significar algo. Algunos pueblos quisieron venir a averiguarlo, a contemplarlo con sus ojos.

Los primeros en llegar a Finisterre fueron los Celtas o Saefes, Serpientes, como se llamaban ellos. Eran un pueblo Indoeuropeo asentados en el corazón de Europa, en el nacimien­to de los ríos Rhin, Danubio y Ródano.

Se pusieron en marcha siguiendo el rumbo marcado en el cielo por El Camino de las Estrellas, llegando a Galicia el año 600 antes de Jesucristo. Aquí se establecieron aportando sus tradiciones y cultura. Los celtas no dominaron la escritura. No dejaron ningún texto escrito, pero sobre ellos nos hablan Ptolomeo, Avieno, Plinio y Strabón entre otros. Los geógrafos clásicos.

Los celtas consideraban que el espíritu de los muertos partían hacia otro mundo desde Fisterra, el punto más occi­dental de Europa, considerándole un lugar sagrado, lugar donde señalaba El Camino de las Estrellas peregrinando desde enton­ces hasta allí para ver la morada de los muertos.

Los Celtas tenían más de cien dioses: como ríos, montes, árboles, fuentes, colocando piedras altas en el cruce de los caminos donde les adoraban. La Iglesia Católica tomó este hecho para convertirlo en Cruceiros.

Posteriormente llegaron otros pueblos. Por mar lo hicie­ron los fenicios, asombrándose al ver entrar el Sol en el océano. En Finisterre elevaron un altar para adornar al Sol, "El Ara Solis".

En el año 136 a.d.C. entraron los romanos en Galicia. Llegaron para buscar los minerales que había en la tierra. El Oro, conquistando el mítico país descrito por los geógrafos clásicos Dión Casio y Paulo Osorio.

Llegaron donde estaba el Finiste­rrae. En el que habitaba el pueblo celta, dividido en tribus, una de las cuales los Nerios, vivían en Finisterre, llamado por los romanos "Promontorium Nerium". "Allí donde el Sol tenía su casa". Describían así la puesta de sol: "Cada día en el Noroeste de la península, el sol se mete en el océano, produciendo un ruido, un chirrido, como si metiésemos un hierro candente en el agua".

Muchos antiguos recorrieron el mundo para ver este fenó­meno. Los romanos establecieron allí la capital política de la zona, Dugium, actual Duyo.

Llegaban de las nuevas ciudades fundadas por Augusto: Brácara (Braga en Portugal), Lucus Augusti (Lugo), Astúrica (Astorga), a través de las nuevas vías, las calzadas.

Una de ellas era la XIX, desde Astúrica a Lucus, mandada construir por el Emperador Claudio (41-45 a.d.c), continuando después hasta Iria Flavia, la ciudad más importan­te de Galicia. Otras calzadas iban de Pamplona a Briviesca y de Briviesca a Astúricas. @mundiario

(Continuará)

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