Dirigentes populares se esfuerzan en que la campaña gallega se mantenga en la atonía

Alberto Núñez Feijóo y Gonzalo Caballero en el debate de la TVG. / Mundiario
Alberto Núñez Feijóo y Gonzalo Caballero en el debate de la TVG. / Mundiario
Un debate a siete, aunque dure un par de horas, no es en puridad un debate. Sirve de muy poco o de casi nada si de lo que se trata es de confrontar ideas y propuestas, sobre todo cuando su desarrollo se ha de ajustar a un formato excesivamente rígido. 
Dirigentes populares se esfuerzan en que la campaña gallega se mantenga en la atonía

En el debate electoral del 12-J Feijóo salió a aguantar mecha. Es lo que en argot taurino se denomina faena de aliño. Se trata de salir de paso, de cubrir el trámite. Feijóo acudió al debate electoral a siete en la TVG porque no le quedaba otra. No tenía nada que ganar, pero tampoco mucho que perder. De ahí su nada disimulada desgana. Él y sus contrincantes saben que la suerte está echada desde hace tiempo y que, salvo cataclismo, el actual presidente de la Xunta seguirá siéndolo después del 12-J. Entre otras razones porque a la oposición, por más empeño que ponga y por buenos argumentos que tenga, no le va a dar tiempo de derrotar a las encuestas ni de insuflar moral de victoria a sus desmovilizadas huestes. Don Alberto solo tenía que aguantar el chaparrón lo más estoicamente posible. No podía salir a ganar, ni siquiera a empatar, y por eso se limitó a encajar los golpes como buenamente pudo, aunque se notó bastante que no es un buen fajador. No le va lo de aguantar mecha. No se siente cómodo en el cuerpo a cuerpo, ni en la esgrima dialéctica. Eso, y las tareas orgánicas, es lo que menos le gusta de la política.  

Poco o nada pudieron sacar en limpio los espectadores o radioyentes del debate. Quedó claro que Feijóo está solo frente a todos (o casi todos). Le criticaron hasta los afines si bien es obvio que Ciudadanos y Vox le prefieren a él en San Caetano que a una coalición progresista. Llegado el caso, están dispuestos a facilitar su investidura, pero con contrapartidas y atándole en corto. Sin ir más lejos, le quieren menos galleguista en político y más liberal en lo económico. Si depende de los centristas y de los populistas de ultraderecha, no podría seguir siendo el que es, ni gobernando como gobierna, por más que su formar de ejercer el poder, personalista y tecnocrática, sea la preferida por la gran mayoría de los gallegos, los que aprueban su gestión en tiempos de recesión y coronavirus.

También se evidenció que un debate a siete, aunque dure un par de horas, no es en puridad un debate. Sirve de muy poco o de casi nada si de lo que se trata es de confrontar ideas y propuestas, sobre todo cuando su desarrollo se ha de ajustar a un formato excesivamente rígido, pactado por los asesores políticos pensando en minimizar riesgos y sin tener en cuenta el verdadero interés de la audiencia. Aún así, por si había dudas, la izquierda y el nacionalismo se comprometieron públicamente a gobernar juntos si Feijóo se queda sin mayoría. Que se explicitara la posibilidad de un acuerdo de gobierno a tres o cuatro bandas le viene como anillo al dedo a Don Alberto en la medida en que refuerza su mensaje de yo o el caos, y le sirve para catalizar aún más el voto útil del centro derecha. No sólo pescará votos en las aguas de Ciudadanos y Vox, también entre muchos de los votantes socialistas más moderados, los que recelan de las coaliciones con fuerzas a su izquierda.

Aun cuando hay varias teorías para explicarlo, nadie discute que uno de los factores que más beneficia a Feijóo es la ausencia de un clima electoral a pocos días del 12-J.  Incluyendo el escaso tirón del debate radiotelevisado, todo apunta a una baja participación, seguramente la menor en la trayectoria autonómica. Sin embargo, la bien engrasada maquinaria del PP está funcionando, como casi siempre, a pleno rendimiento. Se trata de asegurar los votos de los suyos a pie de calle y corredoira, sin dar ninguno por perdido, para garantizar la victoria. Parecen haber aprendido la lección de las elecciones generales y municipales de 2019, en que los no se emplearon tan a fondo, seguramente porque no estaba en juego la Xunta y pasó lo que pasó. Al mismo tiempo, los dirigentes populares se esfuerzan en que la campaña se mantenga en la atonía, en un perfil bajo, que no desate pasiones para que no se movilice la clientela de la oposición. Y que siga calando la idea de que el pescado está vendido. Si no todo, casi todo. @mundiario

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