Después del estado de alerta, ¿qué?

Banco de España. / Mundiario
Banco de España. / Mundiario
La iniciativa, la imaginación y el reciclaje deberán ser compañeras del esfuerzo, el entusiasmo y el temple.
Después del estado de alerta, ¿qué?

Desde hace algún tiempo, con mi insignificante voz y desde los medios de comunicación en los que escribo, he preconizando el regreso a la vida rural, como vía para la inserción social. Una gran parte de la España interior –Castilla y León, Asturias, Galicia, entre otras- se encuentra  semi-vacía y su escasa población envejecida.

Sin embargo, en los núcleos urbanos el número de excluíos sociales ha venido creciendo sin cesar desde la crisis del año 2008, debido a quienes perdieron sus empleos y no pudieron reciclarse para otras actividades y por la continua e incontrolada entrada de inmigrantes.

Hoy, las consecuencias del parón económico durante tres meses se perciben en las colas ante los centros de ayuda, la mayoría de ellos privados o religiosos, para recoger alimentos y solicitar ayudas de todo tipo. Y, lo digo con dolor, la situación no ha hecho más que empezar.

Quienes nos ¿gobiernan? deberían crear un clima propicio para que la imaginación, la iniciativa y el sentido del riesgo de nuestros empresarios pusieran de nuevo en marcha sus empresas y acometieran otras nuevas, porque serán muchos los empresarios que confirmen el  proverbio chino “Cuando soplan vientos de cambio, algunos levantan muros y otros construyen molinos”.

Sin embargo, dar empleo a los millones de parados que se unirán a los ya existentes, será tarea difícil, por muchos molinos que se pongan en marcha y velas que inicien su singladura aprovechando la fuerza del viento que las empuja.

La formación será fundamental para henchir velas y activar molinos. Los empresarios deberán asumir que los cantidades destinadas a esta finalidad serán más una inversión que un gasto; los trabajadores deberán entender que el cambio tecnológico se produce tan de prisa, que el proceso formativo debe ser permanente.

 Un gasto en formación que, para ser  eficaz, debe orientarse a los sectores con más demanda de mano de obra; impartida directamente por las propias empresas o a través de sus asociaciones; una formación alejada de la corrupción que invadió organizaciones empresariales, profesionales y sindicales de otras épocas, cuando  fueron las destinatarias de inmensas cantidades de dinero dedicado a formación; finalmente, ha de ser una formación ágil e imaginativa en cuanto a la forma de hacer frente a  los costes que comporte.

Pero esto no será posible con los trabajadores de más edad y con los de menos cualificación profesional previa. Una forma de dar empleo a estos grupos consistiría en analizar la posibilidad de implementar un plan de “repoblación humana” en  la España interior más despoblada, mediante la colaboración de comunidades autónomas y administración central. De esta forma se conseguiría que un importante núcleo humano viviese dignamente en el campo, y saliera de la humillación que supone tener que depender de forma permanente de subsidios públicos y ayudas privadas: es más digno mancharse las manos en la tierra que en los contenedores de basura.

Dos elementos fundamentales para implementar el plan, serían determinadas organizaciones benéficas de carácter privado –Caritas y Cruz Roja, entre otras- debidamente seleccionadas en función de su experiencia, historia y buen hacer, que se encargarían de analizar y escoger a los candidatos, así como de tutorizar la aplicación del plan. La Iglesia Católica podría cumplir una función social importantísima compartiendo con los más necesitados su patrimonio, concretamente algunas de sus casas rectorales abandonadas dispersas por toda la geografía española, cuyo mantenimiento tiene un alto coste.

Por su parte, administración central y comunidades autónomas, dotarían a estas pequeñas explotaciones familiares de los recursos materiales y la formación necesarios para iniciar la empresa.

Este regreso a la vida rural, además de permitir llevar una vida digna en régimen de autosuficiencia,  permitiría rodear de compañía a los mayores que actualmente viven solos en núcleos muy reducidos, y colaborar en la conservación del medio ambiente.

El campo, hoy no tiene la dureza de otros tiempos; por otra parte, las vías de comunicación permiten acceder con una relativa facilidad a los servicios de los núcleos urbanos.

Sé que este planteamiento necesita infinidad de matizaciones, para evitar que quede en el mundo de las utopías abandonadas; no obstante creo que merecería la pena su consideración.

Hará falta imaginación y una buena administración de los escasos recursos disponibles; ¿con este Gobierno?, o con otro cuyos mimbres tengan mejor calidad para componer el cesto. @mundiario

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