Los desórdenes de la libertad o la enésima resignación

Niño afuera de una tienda en la antigua normalidad. Foto: Luis Javier Estrella.
Niño afuera de una tienda en la antigua normalidad. Foto: Luis Javier Estrella.

Implosiones, eclosiones, distorsiones, desórdenes de la libertad. La vida, la existencia, ¿qué son? Una gran interrogante que nos sorprende cada vez que buscamos una respuesta en cada puerta y cada ventana de la vida propia y ajena.

Los desórdenes de la libertad o la enésima resignación

En esta “nueva normalidad” la vida tiene cariz diferente, pero esencialmente lo que nos hace humanos no cambia. El problema surge cuando hacemos el viaje hacia el interior de los pensamientos para interrogarnos quiénes somos y qué estamos haciendo en el mundo. Como extraña paradoja, emerge una voz común que grita al unísono “¿cuándo va a acabar este desastre?” o “¿apenas es el principio?”. 

Tras algunos meses de confinamiento, actividades alternativas de entretenimiento y adquisición de nuevas fuentes de ingreso, trabajo en casa, complicaciones para comprar alimentos y otras modalidades de comunicación humana, como la virtual, aún no salimos del asombro. Y el asombro es un instante que dura tiempos indeterminados, semejante a una visita que hace mucho no nos hacían a casa y estamos desacostumbrados. Mientras esto sucede, aumentan dos cifras de fallecidos: las ocasionadas por la Covid-19 y aquellas que ahora no se gritan en los medios de comunicación oficiales, las de la violencia. 

A partir del establecimiento de la “nueva normalidad”, lo anterior a ella solo es un recuerdo mas, un recuerdo que se extiende a través de palabras clave: adaptar, sobrevivir, sobrellevar. Y, lo que es un antihumanismo: Quédate en casa. Eslogan sencillo, pero con mucho contexto y un fondo desprovisto de maquillaje. Así, del recuerdo de los primeros meses de confinamiento pasamos al mundo post-kafkiano salido de la ficción y hecho realidad: la aceptación que hay un brazo mucho más grande y con mayor músculo que todas las voces del mundo que gritamos “¿cómo es posible esto, dónde está el mundo que conocemos?”, es, sin duda, un dato duro invisible. Desde luego, en este escrito no me interesa citar una fuente oficial que manifieste veracidad; abogo más por un testimonio que como persona integrante de esta tierra puede ofrecer a la vista de todos. 

Como dijo el gran profeta y Salvador: “El que tenga oídos para oír, que oiga”. Porque en este tiempo necesitamos ser más responsables y menos ególatras; más críticos y menos abusivos. Demostrar que, aunque estamos de paso, nuestra presencia aquí tiene que dejar un mérito y un linaje esencial. Son nuestros actos los que constituyen la residencia de lo que somos y hacia adonde vamos, por esto es mi cuestionamiento ¿hay desórdenes en la libertad que vivimos o nos resignamos por enésima vez?.

No hay respuesta única. Solo avisos, impulsos, respuestas que se sedimentan; sin embargo, intuyo que al suceder esta situación -aunque no habrá marcha atrás- lo que hagamos hoy debe ser evidentemente un acto poético, como lo es enfrentar con valentía lo que viene. @mundiario

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