San Vicente de Elviña, una parte de A Coruña que conserva el encanto de otras épocas

Iglesia de San Vicente de Elviña. / Mundiario
Iglesia de San Vicente de Elviña. / Mundiario

Debemos proteger y poner en valor esos pequeños reductos verdes y de piedra con casas bajas huyendo del cemento gris de las ciudades en las que sobreviven cual "aldeas galas" en el imperio.

San Vicente de Elviña, una parte de A Coruña que conserva el encanto de otras épocas

Este fin de semana volví a San Vicente de Elviña, una parte de mi ciudad, A Coruña, que aún conserva el encanto de otras épocas, ese encanto que tenía Vioño, un reducto “galo” de aldea en medio de la frenética urbe y que me permitió, nos permitió a mis hermanos, primos y a mí tener una infancia como la que deberían tener todos los niños y las niñas del mundo, un entorno verde y de piedra en el que apenas había vehículos, y te movías con seguridad por entre caminos y campos conscientes de que en cada casa nos conocían como los nietos de Pepita os de Gantes y que si hacíamos alguna travesura el servicio de información –que ríanse de la Gestapo- hacía que llegara la noticia a casa de tu abuela en menos de una hora, en una época en al que no había móviles….nunca tal cosa ví. Y oigan, si una vecina te reñía, nadie la desautorizaba, porque había causa justa de regañina, y allí cada adulto reñía a los niños y niñas y no pa-sa-ba na-da, no había denuncias ni nada parecido, te reñía la vecina o vecino y luego tus padres. Así, en diferido.

Me emocionó recorrer los caminos ayer y me sentí niña de nuevo, reconocí los abandonados corrales para las gallinas, los cortellos para los cerdos, pero ví con pena también que muchas casas ya están cerradas, algunas abandonadas con deterioro por abandono, y ocurre como en otras zonas de A Coruña que aún perduran, como A Silva en Ventorrillo, que los mayores van muriendo, nadie de su familia va a vivir allí y acaban cerrando las casas y en el peor de los casos sufren la ocupación ilegal y la mayor parte de las veces su maltrato por los amigos de lo ajeno. Estando allí mirando alrededor inmediatamente mi mente se sitúo mentalmente en el mapa, están pegadas a un campus universitario, tiene locales de restauración donde los estudiantes acuden a tomar lago y comprar bocadillos, están bien comunicados con la ciudad -aunque eso siempre es mejorable y sigue latente el problema de acceso - y pensé que sería fantástico rehabilitar las casas para crear un espacio de residencia para estudiantes, o familias que buscan criar a sus hijos en entorno tranquilo...

El atractivo de la zona es múltiple, hay casas francamente impresionantes por su estética indiana, la iglesia es pequeña pero preciosa, y luego está la Historia de nuestra ciudad, allí tuvo lugar la Batalla de Elviña donde el héroe escocés Sir John Moore fue herido de muerte y donde franceses y británicos se batieron a campo abierto en un capítulo más de su legendaria enemistad; hoy en día allí hay una placa que recuerda ese capítulo de la historia , aunque muchos coruñeses desconocen este hecho, para vergüenza y desgracia colectiva nuestra.

Pero Elviña para mí es el castro, esa joya de nuestros ancestros sin descubrir apenas y que sigue esperando que algún día las administraciones se decidan a poner en valor nuestro patrimonio histórico-cultural; les reconozco que lo mío con el castro del Elviña es algo personal, es un objetivo que si la vida me da tiempo espero lograr, aún no sé cómo; cada vez que voy tengo sentimientos encontrados por la emoción de lo que fue y la tristeza de lo que veo.

En fin, ya se habrán dado cuenta de que no es este un artículo brillante ni lo pretende, es uno de esos artículos que una escribe con el estómago, no lo reviso, lo escribo como quien vomita algo que lleva dentro, pura emoción y puro sentimiento... porque ayer lo que viví al caminar entre aquellas casas y caminos me retrotrajo a la infancia y sigo pensando que la patria de cada una, de cada uno, es su infancia.

Una buena infancia te da unos pilares y una base férrea que te hace casi invulnerable en esta vida loca, que canta el gran Pancho Céspedes, y de la misma manera creo que hay que recuperar esos espacios que se niegan a transformarse y a ser engullidos por el cemento y el gris de la ciudades, aunque solo sea para que los niños y las niñas urbanitas sepan que la vida puede ser menos frenética, y puedan disfrutar, de ver saltar a un saltamontes, de ver a un ave dar de comer a sus crías..o pasear sin semáforos cerca, y por supuesto sepan, conozcan in situ que hubo un castro celta y que hubo una batalla donde británicos y franceses lucharon unos en retirada y otros en persecución y todo ello, en nuestra ciudad.

Pensar que se puede hacer, es empezar a hacerlo. ¿O no? @mundiario

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