Ceniza

19-10-2017
Rapsodia de ceniza. / Paula Esfra

Pocas veces grita la entraña como quien golpea un surtidor de canicas enceradas.

Giraban los ojos ―revolviéndose en su órbita de llanto entonado, regurgitando una rapsodia de pupila narcótica― y allá se veían las témperas del cielo. El rebumbio se venía acelerando, pero la palabra lo narraba lento: “¡Que la casa se nos quema!”. Parecía irreversible, como un traspié o un giro de arandela. Pero era mucho peor: un hogar calcinado, un lenguaje difunto, un alfabeto de letra caducable. La ceniza dejaba entrever vísceras de combate: zaguanes y corrales, portones y ventanales. Atrás quedaba la coz de una llama, el seto bañado de fuego o la gama fiera de la tierra. “N-A-D-A”, se decía fácil. Sólo ese legado de devastación y desánimo, esa maquinación absurda de pirómano, esa certeza de revuelo masivo. La entonación del horror: “Hemos perdido todo”. Y alguna voz incomprensible: daba igual. El corte ya era profundo. “Aquí el estómago de todos”. “Aquí la patria muriendo”. “Aquí un hedor de olvido”. “Aquí tanta memoria quebrada”. Pocas veces grita la entraña como quien golpea un surtidor de canicas enceradas: Nunca máis!

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