En la campaña electoral catalana se repite el lenguaje político habitual

Campaña institucional del 27-S. / Mundiario
Campaña institucional del 27-S. / Mundiario

Usan a menudo lenguaje de loro y costumbres de mono, observa este autor, en cuya opinión sólo dicen lo que han oído a otro y sólo hacen lo que han visto hacer.

En la campaña electoral catalana se repite el lenguaje político habitual

Usan a menudo lenguaje de loro y costumbres de mono, observa este autor, en cuya opinión sólo dicen lo que han oído a otro y sólo hacen lo que han visto hacer.

Es frecuente adoptar una actitud pasiva ante el distanciamiento de una parte importante de la  clase política  en relación con lo que realmente acucia a consumidores, pensionistas, empresarios, familias, jóvenes y ancianos, parados y trabajadores,  mujeres y  hombres,... Ahora, en la campaña de las elecciones catalanas, volvemos a constatarlo.

Si hubiera que reflejar geométricamente este comportamiento, escogería las líneas divergentes, que se alejan paulatinamente la una de la otra; un ingenuo optimista recurriría a las líneas paralelas, por guardar entre sí una prudente distancia que permite observar la realidad de cada día y seguirla con el discurso, la legislación, las medidas de Gobierno, las actitudes,...

Y es que lo fiamos todo a la imagen. Los políticos adoptan mirada de césar visionario: ojos levemente entornados, mentón ligeramente alzado, índice y pulgar de ambas manos formando un romboide, ceja enarcada en un gesto de sutil displicencia; hablan con gravedad, despaciosamente, con convicción, esdrujulizando sus palabras –pruebe usted y se sentirá ridículo-, utilizando consignas, eufemismos, tópicos, lugares comunes y hasta mentiras o medias verdades; cambian la pana por la alpaca –aunque ahora la moda es el atavío “casual”-; usan un pelaje  estudiadamente colocado; adoptan andares decididos -como de quien sabe a dónde va- y gesto condescendiente con plumillas y fotógrafos; sonrisa dental de circunstancias,....

No siempre nos percatamos de que sólo miran su  ombligo, porque son como circunferencias en torno a su centro, ellos mismos. Laminan al adversario, sea partidario o no; nadan en la autocomplacencia; critican sistemáticamente lo ajeno; mientras discuten entre sí, aparcan los problemas reales y perentorios en el pudridero de la espera; insultan, si es necesario –recuerden la reciente butifarra ofrecida por el señor Mas-; son sordos de conveniencia,... salvo con su coro de aduladores y acólitos.

Pero nosotros, los destinatarios de su actividad, quienes votamos, también nos quedamos, como ellos, en las meras apariencias y adoramos al santo por el hábito y la peana y, cuando perdemos la devoción, pues, simplemente, pasamos porque no entendemos de política y la política es para los políticos, ... y así nos luce el pelo.

La sociedad no puede permanecer callada y aceptar que nuestros políticos adopten una actitud de línea divergente en relación con nuestros problemas de cada día: debe hablar con palabras o con silencios elocuentes, para rechazar  a quienes, como decía  Unamuno, “...tienen en el lenguaje costumbres de loro y en la vida costumbres de mono. Sólo dicen lo que han oído a otro y sólo hacen lo que han visto hacer”.

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