Café Comercial

Café Comercial de Madrid. / Antena 3
Café Comercial de Madrid. / Antena 3

Vuelvo a Blas de Otero: “En este café se sentaba don Antonio Machado. Silencioso y misterioso, se incorporó al pueblo, blandió la pluma, sacudió la ceniza, y se fue…”

Cuando yo era un joven opositor vivía en Madrid, cerca de la Glorieta de Bilbao. En el Café Comercial siempre había, sobre cada una de las mesas de mármol, una pequeña jarra de agua cubierta con un  vaso, esperando a los clientes con sed. Yo la apartaba con cuidado para extender mis temas. El camarero, siempre educado y servicial, la retiraba para no entorpecer mi estudio entre papeles, que asaltaba con un humeante café en las manos, bebido a pequeños sorbos. Como entonces se podía fumar en público, encendía mi tabaco y soplaba volutas antes de digerir los temas jurídicos, que eran muchos y difíciles de retener.

En aquellos años casi no había lugar a la esperanza. Blas de Otero todavía escribía que Whitman “tenía el corazón desparramado” y que él mismo se angustiaba: “Dios me libre de ver lo que está claro”. El opositor debía abstraerse de tales angustias y aplazar, cobarde, sus ansias de libertad: “Me he sentado a la mesa, he encendido un cigarrillo y he apoyado la frente en tu cuerpo y te has aproximado un poco más”. He apartado el cenicero y he rodeado tu cintura “con el brazo izquierdo”. ¿De verdad?

Han pasado cincuenta años. Cansado, “alcé la frente y te miré en silencio, retiré el brazo de tu cintura, tomé la pluma y escribí estas líneas que termino aquí y ahora de escribir”. Siempre hay un niño triste que nos mira detrás de la memoria. Es la eterna canción, llena de esperanza. ¿Sera verdad?

Vuelvo a Blas de Otero:

“En este café se sentaba don Antonio Machado. Silencioso y misterioso, se incorporó al pueblo, blandió la pluma, sacudió la ceniza, y se fue…” @mundiario

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