La búsqueda de las felicidades

Vicky Rego paseando con su perro. / VR.
Vicky Rego paseando con su perro. / VR.
En francés, el uso de la palabra felicité es raro porque se refiere a un estado permanente, no a algo que viene y se va. El término más usado es bonheur que también traducimos como felicidad pero que es efímera. Incluso se puede sentir bonheur sin ser feliz.
La búsqueda de las felicidades

Todos los diciembres oigo a la gente saludarse con un  “¡Muchas felicidades!”, y me pregunto si habrá muchas, ¿o querrán decir “mucha felicidad”?. En el primer caso hay variedad, en el segundo cantidad.

Caminar con mi perro y la boca tapada me ayuda a perderme en disquisiciones lingüísticas. En francés, el uso de la palabra felicité es raro porque se refiere a un estado permanente, no a algo que viene y se va. El término más usado es bonheur que también traducimos como felicidad pero que es efímera. Incluso se puede sentir bonheur sin ser feliz. Por otra parte, la ausencia de sufrimientos no es sinónimo de felicidad.  Alguien dijo que el bonheur es para los ricos y que la felicité es para los sabios.

Me empieza a parecer imprescindible contar con los dos sustantivos.  En español podemos ser felices por momentos. Abelardo Castillo — escritor argentino (1935-2017)—, dice que “uno confunde la felicidad con las felicidades. Con ciertos momentos de alegría. La felicidad absoluta no existe.”

Aldous Huxley — escritor británico (1894-1963)— en su novela Brave New World (“Un mundo feliz”), publicada en 1932, propone un mundo distópico donde se controla a la sociedad con una droga llamada soma. Los aleja del sufrimiento, evita toda introspección y raciocinio. Todos son felices. No hay pobreza ni guerras.

Pero tampoco familia, ni arte, ni ciencia, ni literatura, ni amor. No son necesarios.

Parece que algunos gobernantes lo han tenido de libro de cabecera,  y se ha puesto de moda. Hoy la droga tiene otro nombre: populismo. Hay que cuidarse de la sobredosis.

Sigo la caminata y vuelvo al tema del plural de felicidad. Como soy adicta a la literatura, me viene a la cabeza la idea de Pascal Quignard. Él cree que es difícil recuperarla al nacer. El útero materno es el lugar al que todos queremos volver. Es imposible, a riesgo de muerte, como le pasó a Butes cuando saltó al mar al escuchar a las sirenas. “¿Qué pensaba nuestra cabeza antaño en el agua?”, dice Pascal. Nada, no había que pensar, sólo gozar de esa temperatura envolvente y escuchar la música afuera, sin necesidad de lenguaje.

Todavía experimento esa sensación insuperable al refugiarme en mi casa materna donde sigo siendo una niña, donde no hay peligros, ni angustias, ni nada por qué preocuparse. Es casi, casi, la felicité. Cuando vuelvo a mi vida, nazco con el llanto inicial, empiezo a respirar por mí misma y a mis bonheurs que van y vienen. Por suerte, la memoria se encarga de perfeccionarlos:  con la ayuda de fotos y videos, los miro y con  emoción digo: “La puta que he sido feliz!

Se buscan las felicidades por todos lados: en los padres, en la familia, en la pareja, los amigos, el trabajo, el alcohol, la droga, el deporte, la religión. ¡Y el arte!  Por sobre todas las cosas. Disfrutar como espectador o como lector, o crear, llevan el “felizómetro” — si lo hubiera— a los picos más elevados.  Dice Quignard: “¿Quién tiene el valor de llegar hasta el final del mundo de la tristeza? La música.”

También se la puede encontrar en los lugares más oscuros del alma. Porque felicidad tampoco es sinónimo de beatitud. En “El Pabellón de Oro” de Yukio Mishima, el protagonista decidió incendiar el Pabellón que era para él la Belleza insuperable, tanta que no le permitía vivir. Ese acto criminal lo hacía diferente a los demás. En un momento dice: “ mi alegría era tan intensa que me preguntaba si no era más bien la del hombre que va a fundar un hogar.” Pensé en Raskólnikov, el asesino de Crimen y Castigo de Dostoievski. Él también se cree un ser superior, merecedor de un gran futuro. Después de matar a las ancianas, su mente va y viene de un estado de brillo a otro perturbado. Son seres que necesitan llegar a extremos insospechados para sentirse vivos.

La búsqueda de las felicidades es implacable. En nuestro siglo es casi una obligación. Se ocultan las tristezas y frustraciones casi con vergüenza. “Yo soy libre, libre de divertirme cuando quiera. Hoy día todo el mundo es feliz”, dice el protagonista de “El mundo feliz”, y agrega: “Nunca dejes para mañana la diversión que puedas obtener hoy”.

En eso estábamos cuando nos cayó encima el 2020 y de a poco empezamos a mostrar nuestros puntos débiles, a pedir ayuda en nuestras flaquezas, a igualarnos en el dolor. Las guerras, mientras ocurrían lejos, no nos alteraban nuestro show de  felicidad, tampoco el hambre ni las injusticias en el mundo. Pero de este azote no se salvó nadie.

No queda otra que seguir el camino de la sabiduría, con sus sufrimientos y alegrías modestos. Y dejarnos de hacer los superiores para hacer frente a todas las olas a las que hay que ponerle el cuerpo y el alma. @mundiario

Comentarios