Basta de crimen sin castigo

Crimen y castigo. / Visto en elisendahernandezjanes.com
Crimen y castigo. / Visto en elisendahernandezjanes.com
El año pasado The Human Rights Watch hizo mención a un estudio realizado por el gobierno ruso en 2011 donde se afirmaba que una mujer entre cinco era víctima de violencias domésticas en Rusia.
Basta de crimen sin castigo

¿Quién no se enamoró de un profesor? La atracción intelectual es a veces más fuerte que la sexual. Uno de mis primeros amores de ese estilo fue mi profesora de literatura, una monja. ¿Cuarenta años de diferencia? ¿Veinte? Son detalles. En 'La única historia', Julian Barnes dice: “Preferirías amar más  y sufrir más o amar menos y sufrir menos?” y cuenta el romance interminable de un chico de diecinueve con una mujer de cuarenta y ocho. Así dicho, produce rechazo, pero el narrador la hace totalmente verosímil.

Anastassia Echtchenko (24), alumna de Oleg Skolov (63) en la cátedra de historia en la Universidad de Petersburgo, comparte con su profesor su pasión por Napoleón, es hermosa, él tiene una personalidad singular, y se da esa combinación que escapa de toda lógica, pero también la vida real, como la literatura, la hace creíble.

Oleg tiene antecedentes: aparte de sus mútiples condecoraciones, incluida la de Chirac que lo privilegió con la de Caballero de la Legión de Honor, le gustaba hacerse llamar “Sire”, vestirse con el uniforme del Primer Imperio, y coleccionar acusaciones de sus amantes sobre violencia y abusos que las autoridades rusas pasaban por alto, habida cuenta de sus méritos profesionales.

Esta relación entre Anastassia y Oleg llevaba cuatro años cuando, la noche del siete al ocho de noviembre, después de una disputa por celos — ella  había decidido ir al cumpleaños de un amigo y partió sin su consentimiento — a su regreso, cuando ella  ya dormía, él le disparó una primera bala en la sien, luego otras tres. Al día siguiente, invitó a unos amigos a comer, mientras el cuerpo de Anastassia seguía en su cama, como si nada. Cuando quedó solo decidió descuartizarla para hacerla desaparecer. Necesitó emborracharse para tomar coraje.

A la medianoche, un taxista lo encontró en el canal de Moïka, en el centro de San Petersburgo, al borde de la hipotermia. Lo llevó al hospital. Dentro de su abrigo encontraron unos brazos de mujer. En su casa el resto.

Confesó su crimen, pero dijo que fue en legítima defensa, porque esa noche, cuando discutían, ella era una bruja que no lo dejaba ir a ver a sus hijos. Ofreció dinero para que tuviera un funeral acorde para hacer más liviana la tragedia.

Un crimen a la rusa. Imposible no relacionar con Raskolnikov, el protagonista de “Crimen y Castigo” que se siente autorizado a matar. O a los hermanos Karamasov: “Si Dios no existe, todo está permitido”.

Y Meursault, ese extraño de Camus, que cree que el calor fue lo que lo impulsó a matar al árabe y está convencido de que va a ser absuelto.

El año pasado The Human Rights Watch hizo mención a un estudio realizado por el gobierno ruso en 2011 donde se afirmaba que una mujer entre cinco era víctima de violencias domésticas en ese país. El setenta por ciento no se anima a denunciar. Y muchos casos son absueltos por la impunidad de los autores.

La fuerza física del hombre le da superioridad. La ventaja en los puestos de trabajo y cargos políticos masculinos los hacen impunes.

Esta historia no la escribió Dostoievski, ocurrió hace unos días. Y hay un cuerpo de una casi niña, que sus padres ni siquiera pueden ver en su sepulcro.

Leí la nota en el útlimo Paris Match, mientras volaba desde Madrid a Buenos Aires, creyendo que era de la época de los zares. @mundiario

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