Arrivederci, Iniesta, adiós!

Iniesta, en el reino de los suelos.
Iniesta, en el reino de los suelos.

En un territorio tomado por energúmenos gigantes que mimetizan el fútbol con el rugby, a merced de unos árbitros que, cada período de tiempo de 90 minutos, permiten que bárbaros reincidentes condenen impunemente a los jugones al reino de los suelos, el último hobbit de las Tierras Medias, nuestro Frodo de Fuentealbilla, se dispone a partir a las Tierras Imperecederas.

Arrivederci, Iniesta, adiós!

Algunos lo echaremos de menos. Se nos escapará un suspiro de nostalgia cuando los locos bajitos, esa especie en extinción sobre los terrenos de juego del fútbol, sucumba ante el fervor de los hinchas y los gacetilleros a las rústicas luchas entre gigantes. Algunos, mientras en el autocar del Barça resonaba el ¡arrivederci Champions!, ¡arrivederci Roma!, no exclamamos buenas noches tristeza por la derrota blaugrana en una nueva batalla, sino por la amarga sensación de que, esta última intentona del balompié aspirando a ocupar la plaza vacía del 8º Arte, había perdido de nuevo la guerra.

Eclipse de sol en la hierba

Como la perdió aquella canarihna que danzaba la samba, ¡qué coisa mais linda!, cuando los azzurri decidieron convertir los Estadios en Circos romanos, los futbolistas en gladiadores y los tifosi en pueblo sediento de sangre sobre el césped, en una nueva versión del panem et circenses adaptada al siglo XX . Como se extinguió la Naranja Mecánica, el fútbol total, ante las cargas de la infantería acorazada de los caballeros teutónicos. Cada vez que la fuerza de la razón acaba sucumbiendo ante la razón de la fuerza en un Estadio de fútbol, acaba desvaneciéndose otra etapa de esplendor en la hierba, se apaga una aurora boreal, se produce un eclipse de sol las tardes/noches de sábado, de domingo, de días de Champions o Europa League en esos 7.000 metros cuadrados en los que una bola muy pequeña rueda por una bola muy grande.

En el reino de los suelos

¡Adios, Iniesta, adios! Te han echado del fútbol los que han elegido vencer en vez de convencer; los que no soportaban quedarse de rodillas cuando les hacías una finta, un regate, un lío, y se confabularon para que no acabases nunca de pie; los árbitros que no se inmutan ante la reincidencia de los rivales que, por inercia, con nocturnidad y alevosía, te han condenado una y otra vez al reino de los suelos; el sistema que ha permitido que, el fútbol, ese deporte que in illo témpore solicitó formalmente el divorcio del rugby, se haya ido reconciliando, sin prisa pero sin pausa, con el placaje, la melé y ese culto al contacto al que los sesudos comentaristas llaman, con cínico eufemismo, carga legal.

El Cyrano de Camp Nou

Los mismos que te aplaudían por esos campos de Dios cuando abandonabas los terrenos de juego, rugían enfervorecidamente cuando uno de los suyos, en una las tuyas, te convertía en la viva imagen de un ídolo caído. Nos has pintado Capillas Sixtinas sobre lienzos de césped invadidos por graffiteros. Y nadie va reconocerlo, en este mundo tomado por los fanáticos, los papanatas, el marketing y sus gregarios, pero has sido y pasarás a la historia de algunos como el Cyrano de Bergerac del Barça. Has puesto muchas veces la poesía mientras la enamorada masa sucumbía ante la indiscutible belleza del fútbol de Messi. Eras tú el que hacía rimar los versos mientras La Pulga se llevaba los Balones de Oro, como el bello Christian dejó prendada a la hermosa Roxanne mientras el genuino Cyrano, tu pasado alter ego reencarnado en Fuentealbilla, practicaba la sutil esgrima con la luna. Era la misma esgrima del regate, del quiebro, de la estocada en las áreas, del touché en las defensas, de todos los lances que le has regalado al mundo, esa bola grande por la que rueda esa bola pequeña, al que nunca le has pedido nada a cambio. Era la misma luna llena de todas las jugadas mágicas que has ido sacando de tu chistera sin fondo.

Irrepetible e inolvidable

El fútbol sin Andrés Iniesta va a ser como la pintura sin Picasso, como la arquitectura sin Niemeyer, como la literatura sin Delibes, como la música sin Antonio Vega, como la poesía sin Hernández, como La Casa Blanca sin JFK, como la transición sin Suárez, como las columnas de opinión sin Umbral, como el golf sin Seve, como el tenis sin Federer, como el ciclismo sin Contador, como el boxeo sin Mohamerd Alí, como un extenso y árido desierto sin la esperanza de un oasis.

Hay algunos jugadores irrepetibles como Messi y Mágico; hay muchos jugadores inolvidables como Pelé, Cruyff, Maradona, George Best y los que ustedes incluyan; pero no creo que haya ninguno que reúna ambas condiciones al mismo tiempo, irrepetible e inolvidable, como este chico que se ha ganado la vida con su fútbol, se ha ganado al fútbol con su vida y ha reunido en sus vitrinas metafísicas mas Balones de Oro que Leo y Cristiano juntos ¡Arrivederci, Iniesta, adiós! @mundiario

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