Sobre un Árbol en otros, el más reciente poemario de Alberto Chessa

Retrato de Alberto Chessa y cubierta de su poemario Un árbol en otros
Retrato de Alberto Chessa y la cubierta de su poemario Un árbol en otros.

Es este un libro que se lee despacio, en esos versos que exhalan una cadencia tranquila. Son la voz del detenido, del que mira hacia atrás, pero también alrededor.

Sobre un Árbol en otros, el más reciente poemario de Alberto Chessa

El último poemario de Alberto Chessa, Un árbol en otros, que inaugura el sello editorial La Estética del Fracaso, rezuma una honestidad que —parafraseando el título de José Luis Zerón— se compone de muchas perplejidades y algunas certezas (de estas últimas, no se sabe muy bien si se corresponden con alguna verdad). Hay en sus versos descripciones de una vida que, sucedida o por suceder, no desvela apenas su posible coherencia, el sentido de lo paradójico que la impregna, el secreto del milagroso lugar al que osamos traer a nuestros hijos. Porque, uno de sus temas principales, es la amorosa atención a la abierta posibilidad que son sus hijas gemelas, el seguimiento y la proyección de su incipiente existencia. De los poemas que les dedica, me gusta especialmente Fandango en la boquerina, en el que reflexiona sobre el hecho misterioso de la vida, sobre sus desamparos (“Todos somos un árbol / que está esperando su propia sombra”), que tendrá que ser debidamente interpretada (Todo es milagro / y lo que no / no es. Que no solo la muerte: también la vida llega / sin avisar a cada instante). Después, en Carta para mañana, abunda en ese “deseo de no dejar sin vida cada instante” y apunta a esa “odisea de ser, de ser sin más, antes de convertiros en un ser para otros”.

Hay diversos poemas retrospectivos, referidos a la infancia o a la adolescencia, en los que el autor se ve a sí mismo con la fraternal extrañeza del yo sucesor: “Pero sigo sin saber qué coño hacíamos mi amigo Carlos y yo dando vueltas en un coche por un yermo”. Se ve el tiempo completado, con curiosidad, desde la distancia, a veces como escenario de incontestable humor; así, por ejemplo, en ese jocoso Una del oeste. Porque, como dice en otro momento del libro: “Maldito sea el triste, maldito sea quien se ríe/ solo por no llorar”. El poeta se ve a sí mismo como: “Un triste con la sombra alegre”.

Este diverso poemario transmite una sensación de vida indomeñable, de broma de no se sabe quién: “Es obvio que alguien / se ha divertido a nuestra costa”. Se queda a un paso de lo amargo, abrazándose a la ironía. En algunos versos, me recuerda a Ángel González o a Gil de Biedma. También por su tono coloquial, con un léxico conversacional en el que, sin embargo, de vez en cuando se inserta una palabra más culta, muy precisa. Es este un libro que se lee despacio, en esos versos que exhalan una cadencia tranquila. Son la voz del detenido, del que mira hacia atrás, pero también alrededor; de quien modestamente se erige sobre todo para verlo y sentirlo desde la distancia, y pregunta por el transcurso, por el sentido, para, finalmente, mirar la vida muy despierto, con entregada desconfianza. Como les dice a sus hijas: “Hay que ser más fuerte de lo que somos para no extraviarnos en este laberinto de la línea recta”.

Alberto Chessa cuida el armazón del poemario con criterios muy propios que resultan coherentes. Sus poemas nunca finalizan con un punto y solo en algunos de ellos los versos empiezan por mayúscula. Por otro lado, en algunos utiliza la rima, más para remarcar un aire juguetón que para reeditar algún clasicismo. Todos están antecedidos por un epígrafe y no falta en ellos una dedicatoria. La forma de empezarlos es la de quien irrumpe en una voz esperada, trascendida. A menudo utiliza lo narrativo para expresar el viraje de la mirada, las imprevistas alternancias, la asunción de la idea del fracaso como precariedad del impulso que habilita el camino de la luz. También se insertan piezas poéticas en prosa. Menudean los paréntesis, las explicaciones, con las que se matiza o se bromea, y que sirven para proteger la insobornable sinceridad.

En diversos poemas, como en Sino todo lo contrario, se manifiesta un descreimiento de la visión del propio ser: “Hubo un momento en que creí saber quién era”. El poeta se recorre a sí mismo con cierta ajenidad que no es escapismo sino inquietud honesta. En Como frontera sin deslindes, expone la necesidad de ir más allá en el conocimiento: “El que se mueve en la vigilia / como un sonámbulo / solo encuentra certezas, no verdades/. Es hora ya de abrir los ojos a la luz, / de retraer el eje de uno mismo / en todos los alrededores”.

En esa visión que continuamente entrelaza lo íntimo con la especular exterioridad, no faltan los poemas que ponen el dedo en las llagas del mundo, como ese magnífico Una espina clavada, cuyos versos se vierten sin disminución, alentados por un cauce perfecto. Chessa incide aquí en el doloroso recuerdo de una compañera de colegio víctima de bullying, de una humillación en la que participó con atenuantes que no le sirven: “No, no ganaste / con mi voto. Pero yo también me reí, me uní / también yo al coro. Y fui —y soy—culpable”. Por otro lado, su posicionamiento social o político se manifiesta contundente y argumentado en otros poemas. Así en Iluminados por el Arcoiris, que —en el rigor de autoconciencia del autor— no es una mera y encendida defensa de las diversas opciones sexuales sino el enfrentamiento a la cuestión de por qué, a pesar de una clara convicción humana e ideológica, uno puede ser, en determinada situación, asaltado por prejuicios contradictorios. Por otra parte, Nieto de comunista es una reivindicación de aquellos que luchaban por unos ideales puros de libertad e igualdad, abrazados a una generosa ideología luego atrozmente desvirtuada por la historia. En Rosa de Reus, dedicado a la anciana, a la que habían cortado la luz, y que murió por el incendio originado por una vela, hay otra muestra de sensibilidad ante los ciudadanos ultrajados por una sociedad injusta.

Un árbol en otros es un recorrido diverso que contiene sentidas perspectivas capaces de asediar, desde diferentes tonos, las múltiples caras de una realidad abrumadora que, tanto desde el mundo como desde uno mismo, propone deslavazados mensajes que alteran la conciencia del ser. Se agradecen estos versos de los que emana una humanidad preocupada, desnuda de poses totalizadoras. Su franqueza es fruto de su sabia humildad. Alberto Chessa sabe que siempre se aprende poco. Como confirmó en la entrevista que le hiciera Ada Soriano, se siente vigilado por él mismo “en cualquier verso o línea que escribo”. Con dudas, con honda intuición, con humor, o con una nada eximente ligereza, nos traza una personal visión de la vida que bien pudiéramos compartir en esas equivalentes miradas. @mundiario

    

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