Andrew Roberts no arriesga en su biografía sobre Winston Churchill

Portada del libro./ Crítica
Portada del libro Churchill. / Crítica
No se puede criticar en exceso un trabajo colosal como el de Andrew Roberts, pero su biografía sobre Churchill resulta en ocasiones un panegírico.
Andrew Roberts no arriesga en su biografía sobre Winston Churchill

A nadie le va a disgustar la biografía sobre Churchill escrita por Andrew Roberts, por una sencilla razón: por el pulso divulgativo que caracteriza a los historiadores y filósofos británicos.  Hasta ahora, las crónicas que se han publicado alrededor de este trabajo están inspiradas en una apología del propio personaje histórico y del propio autor. Pero, desde mi punto de vista, el revisionismo sobre el político inglés adolece de maldad.

Si bien, en ocasiones, Andrew Roberts ha querido mostrar el lado más humano de Churchill, rozando en ocasiones el patetismo, considero que al trabajo le falta ese punto de osadía, donde es necesario atreverse a criticar abiertamente el lado oscuro del personaje; una impertinencia que, si bien fue voluntariosa para acabar con el fascismo, también fue causa de importantes errores estratégicos desde el punto bélico, donde Roberts pasa de puntillas en varias ocasiones.

Es cierto que caer en un análisis exclusivamente psicológico de un personaje histórico puede ser un lastre con el tiempo, tal y como ha sucedido, especialmente, con muchos trabajos sobre dictadores, donde el reduccionismo morboso de la psicología de un líder ha justificado el alcance de sus masacres.

En el caso de esta biografía sobre Churchill, Roberts incide y profundiza en el personaje político, pero apenas hay un análisis psicológico que deslumbre en algún episodio, pese a lo que ponen de relieve algunas reseñas sobre este trabajo en otros periódicos.

Lágrimas, pesimismo, ironía y desconcierto se advierten de una forma superficial en más de mil trescientas páginas, sin que Roberts profundice en el autoritarismo y en la obcecación de decisiones bélicas adoptadas por Churchill que costaron la vida a muchos soldados ingleses.

Pero es algo que se puede perdonar cuando uno admira el detallismo de los debates en Westminster y las luchas intestinas dentro de los partidos británicos durante casi un siglo. Por esa razón, lo que más me gusta de este estudio es el telón de fondo. Roberts hace una crónica de las dos grandes guerras que asolaron Europa a través de la burocracia inglesa así como a través de las tensiones que transcurrieron en parlamentos y despachos.

Esa reivindicación de la política británica como una política abierta al debate (y también a la determinación acérrima de las decisiones adoptadas) convierten a Churchill en un modelo de líder político, no inédito, en el que la indulgencia y la empatía distan de ser prioritarias en la supervivencia de la isla.

Basta con recurrir al Factor Churchill, que publicaría Boris Johnson mucho antes de ser Primer Ministro, para darnos cuenta de esa tradición cultural en el que el pragmatismo prima sobre los buenos sentimientos.

Pese a estas puntualizaciones que me he atrevido a hacer, más propias de un tiquismiquis que tiene que justificar la lectura apasionada de este trabajo, estamos, sin duda, ante una biografía relevante que pone en evidencia una vez más el placer de leer a estos eruditos británicos cuando deciden, pese al carácter apologético y propagandístico de su contenido, escribir sobre la historia de los pueblos. Sobriedad, elegancia y pedagogía no faltan en el complejo desarrollo de un periodo histórico lleno de matices y subterfugios.

Publicada por Crítica, la biografía es más que recomendable para cualquier aficionado a la historia y no deja de ser una incursión en la convulsión de unos tiempos que, desgraciadamente, algunos radicalismos y nacionalismos parecen echar de menos. @mundiario

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