Admirado Arquímedes, finalmente son las madres el punto sobre el que se mueve el mundo

Detalle de Las tres edades de la mujer de Gustav Klimt.
Detalle de Las tres edades de la mujer de Gustav Klimt.

Las madres de hijos con enfermedades crónicas graves que conozco son mujeres excepcionales, vitales, fuertes, activas. Ahí están, en su puesto, firmes como un soldado de guardia, flexibles como el junco que dobla pero no parte.

Admirado Arquímedes, finalmente son las madres el punto sobre el que se mueve el mundo

Estando embarazada de mi primera hija la madre de un querido amigo me dijo una frase que me quedó grabada para siempre; me dijo que a partir de entonces mi vida cambiaría, y algo más, “desde que seas madre te sentirás la madre de todos los niños del mundo”. Guau. Y tenía razón, no hay nada que me azote el alma tanto como los seres indefensos, sean ancianos, sean enfermos, sean niños... pero los niños y niñas además tienen eso que les hace únicos en nuestra especie, su inocencia, son la esperanza, nosotros libres de defectos, antes de que la vida se encargue de alterar nuestra naturaleza blanca. La madre de todos los niños del mundo, ahí es nada…, por supuesto también descubres el mundo de las madres, hay varios tipos: la perfeccionista, la controladora, la competitiva, la pasota, la permisiva, la tranquila... un abanico fecundo de tipologías, pero además de tipos hay grupos, y de todos ellos hay un grupo fabuloso que admiro con todo mi ser, mi favorito, las madres de hijos enfermos.

Sí, hijos enfermos. La pesadilla de cualquier madre ( y padre, pero hoy voy a hablar de ellas).

Cuando mi hija mayor tenía cinco años debutó en diabetes tipo 1, entramos en la vorágine de cinco días en el hospital donde en un “curso” intensivo mi marido y yo tuvimos que aprender lo que era la diabetes (no, no es solo que no puedan comer azúcar), a pinchar insulina, a medir glucosa, los tipos de insulina que hay y cuándo administrarla, a calcular hidratos de carbono y calcular dosis de insulina a partir de la ingesta de hidratos… si les digo que se nos vino el mundo encima me quedo corta, asumir qué está pasando, poner buena cara ante nuestra hija y explicarle lo que le pasa, y tener tanto miedo que te mueres de terror de no hacerlo bien o no saber o no estar a la altura… pero se nos quitó la tontería enseguida, permítanme la expresión.

En el hospital materno infantil de A Coruña tienen una sala de juegos maravillosa para que los niños y niñas que no tienen que estar encamados puedan pasar lo mejor posible esos días en el hospital. Allí fue donde espabilé. Junto a mi hija jugaban niñas que tenían problemas serios, niños que tenían en su cuerpo más cicatrices que años de vida, siempre recordaré a una niña de ojos inmensos que dibujó conmigo un mandala. Llevaba tres operaciones en la cabeza con unas cicatrices que te encogían el alma y junto a ella, junto a ellos, sus madres. Yo primero las miré e inmediatamente las admiré. Si lloraban, si caían, si se cansaban…nadie se daría cuenta nunca, era como ver al mejor soldado en su puesto que he visto nunca, juncos de cálida sonrisa y miradas de amor inmenso a unos niños que no deberían estar ahí,-porque los niños nunca deberían estar en un hospital, es una injusticia sin sentido, o al menos aún no lo he encontrado y creo que no se lo voy a encontrar- allí estaban ellas diciéndome sin decirlo que hay que mantenerse en pié, y que estamos en lucha, mientras dure la lucha contra la mierda de enfermedad que ataque a tu hijo tienes que luchar por él, tienes que ser fuerte y tienes que tirar pa´lante.

Salimos del hospital con nuestra hija de la mano y durante estos cuatro años hemos tenido momentos críticos- ya hablaremos en otro momento de la vida personal y laboral de los padres y madres con hijos pequeños con enfermedades crónicas- pero no tengo, no tenemos, derecho a quejarnos, nuestra hija lleva una vida más o menos como la de los demás niños de su edad, pero hay otros niños y niñas con patologías realmente graves y que necesitan atención constante, y cuando digo constante es a cada minuto del día, de todos los días del año; son niños que no pueden jugar en el parque como los nuestros, no van al colegio como nuestros hijos ni tienen actividades extraescolares, ni pueden ir de excursión, no pueden dormir fuera de casa con amiguitos o familiares, y con ellos, siempre, están sus padres y madres, sobretodo madres (por mi experiencia personal).

Las madres de hijos con enfermedades crónicas graves que conozco son mujeres excepcionales, vitales, fuertes, activas, ¡dinámicas! es como si la vida les inyectara un plus de vitalidad para mantenerse, tendrán sus momentos bajos -como todos- tendrán días mejores y días peores, pero verlas es siempre una lección de vida. Las admiro. Ellas están viviendo la pesadilla que nadie quiere tener, están viviendo en sus carnes el temor que todas tenemos cuando vamos a tener un hijo, y ahí están, en su puesto, firmes como un soldado de guardia, flexibles como el junco que dobla pero no parte, ellas, son el ejemplo de amor y dedicación absoluto que nos reconcilia con el mundo.

La vida lo que tiene, es que es plural y está llena de personas muy variadas, pero de todas las personas que he conocido y conozco, que son muchas, yo me quedo con ellas, yo me quedo con las de raza y temple, me quedo con ellas; me quedo con las luchadoras, yo me quedo con las que no se rinden, con las que sacan fuerza para seguir en pié, con las que con sus armas: amor y fuerza, son capaces de mantener su microcosmos y entre todas el cosmos entero.

Admirado Arquímedes, finalmente, las madres son el punto de apoyo sobre el que se mueve el mundo.

PD: Este artículo va dedicado a vosotras, con mi profunda admiración y cariño.

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