Cuando Lindsey Pelas leía a Faulkner y todos los hombres se suicidaban por amor

Lindsey Pelas./ The Marijuana Observer
Lindsey Pelas./ The Marijuana Observer

"El hecho de saber que su imagen residía al otro lado de la puerta, me conmovía verdaderamente. Pelas era el cisne negro y yo, lo que rezaban sus ojos", prosa poética.

Cuando Lindsey Pelas leía a Faulkner y todos los hombres se suicidaban por amor

Callaban los hombres sin intestinos antes de lanzarse desde las azoteas. Las revistas pornográficas habían servido de alfombra roja a los vendedores de estupefacientes. Pavoneándose habían tomado la misma determinación. Callar y extinguirse.

La modelo Lindsey Pelas leía a Faulkner en su dormitorio, un dormitorio breve y espléndido, tanto o más que sus mascotas velludas y estériles. La ingeniería de sus pechos amaba esas camisetas reducidas a polvo que exhibía frente a las cámaras. Yo las coleccionaba todas. Con el látex no podía, porque era alérgico. Pero el látex era una materia informe con la que Lindsey realizaba la simbiosis perfecta, como así dejó claro en aquella entrevista, donde habló también de los terremotos y los escasos gasterópodos que convivían en los huertos urbanos.

Era un prodigio. Todo tetas. Todo curvas. Todo su cuerpo, una exploración hacia el más allá. Callaban los hombres sin intestinos y los vendedores estupefacientes, demolidos contra el asfalto. Pero a Lindsey Pelas no le importaba nada de eso, sino el lirismo de Santuario o de Mientras agonizo. 

¿Y yo?. ¿Y yo? Escuchaba su respiración enigmática y agalgada detrás de la puerta. Mi excitación era lo de menos. Era la luz bajo la puerta, la suave lengua de fuego desmedida, la parquedad de sus palabras, sus enormes pechos anti-gravitatorios, su declamación aquella vez cuando me susurró: "Haz como ellos. Demuéstrame que serías capaz de hacerlo. Mis tetas merecen otro suicidio".

Y yo la miré desconcertado, y adiviné la blancura del horizonte que visitan los ausentes, que rondan cuando dejan de estar vivos, y me asusté, y salí del edificio mientras ella regresaba a su cama y tanteaba con sus exquisitos dedos algún verbo.

Hoy me arrepiento de no haberlo hecho. Cada vez que abro una novela de Faulkner, Lindsey está ahí, en una coma, en un punto, en algún ídolo de la familia Snopes.

Todo tetas. El suicidio de los que no pueden amarla.

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