Y si Angelina Jolie escribiese sobre el sexo virtual en artistas contemporáneos

Angelina Jolie./ The Telegraph
Angelina Jolie./ The Telegraph

"Angelina escribió sus últimas líneas sobre la ceniza para luego elevarse sobre el humo y extinguirse entre las pavesas", escribe Ulises Novo en su relato surrealista.

Y si Angelina Jolie escribiese sobre el sexo virtual en artistas contemporáneos

A Marian Orruño y a Hilenia Martínez

Todo comenzó por el final. Sonaba Wagner al fondo porque a ella le gustaba la ópera de aquel cabrón que ponía su ego por delante de Dios y del dinero.

Angelina, la germanófila, buscó entre las fotos y allí estaba, el artista contemporáneo, un usurpador de la estética de Jaume Plensa, un constructor de figuras de alambre y estatuas de plomo, sin rostro, sin sonrisa, sin ninguna clase de academia clásica detrás de sus insondables obras, tan huecas como presuntamente profundas, según una corriente crítica que acostumbraba a chuparla antes que someterse al rigor de un método.

Angelina Jolie se asomó a la ventana. Llovían ardillas todavía y el vendedor de crecepelos pedía de rodillas en una de las esquinas de aquella poliédrica calle donde los escaparates multiplicaban las formas ecuestres de las actrices, apetecibles y acarameladas. Todo tetas. Respiró hondo, evitando absorber los filamentos que quedaban suspendidos en el aire tras la caída estrepitosa de los roedores. 

El artista contemporáneo le había roto el corazón. Y Angelina Jolie, tras incendiar la breve yesca, se apuró en quemar la última foto. Y la música de Wagner seguía sonando en el fondo de aquel emepecuatro, diseñado en forma de coño para ella, para ella solamente, un diseño japonés, un diseño que pondrían de moda los albinos y los cazadores de hipopótamos en sus noches solitarias y sudorosas.

Y luego volvió a asomarse a la ventana. Y las ardillas sembraban el asfalto, y todo parecía un poco más hermoso, así que pudo romper a llorar sin que nadie se diese cuenta, salvo ese vecino voyeur que la espiaba a cada hora; su ojo frecuentaba la esbelta y suave consistencia de la actriz, cuyos labios eran capaces de absorber la misma biosfera con solo aspirar un poco del humo de las pérfidas chimeneas que escupían infatigables.

Y luego, sin dar ningún paso, elevándose sobre sí misma, como tantas veces hizo sobre las hogueras de los campamentos para los adolescentes superdotados y adictos a los pensamientos suicidas, se dirigió al escritorio.

Olor a caoba. Tacto de estrías de una madera que resonaba a réquiem cuando las yemas de los dedos palpitaban sobre su superficie.

Y luego se puso a escribir, y la noche la sorprendió con el cese de la lluvia de infartados mustélidos, y lo vio claro: escribir sobre sexo virtual, escribir sobre artistas contemporáneos que disfrazaban el vacío del mundo con artificios y metales pálidos. Y su corazón, menos intrépido, regresó al equilibrio de los prismas, y la música de Wagner no dejó de sonar porque las malas personas no dejan de tiritar bajo las losas, y Wagner tiritaba mucho, y el voyeur se excitaba al otro lado de la calle con el dorso tatuado de la actriz.

Alguien se voló la cabeza en una esquina, el vendedor de crecepelos, mierda, gente inocente que no sabe rezar para no morir de forma romántica. El hambre es la única causa por la que merece la pena cargar un arma contra uno mismo.

Y Angelina Jolie se descompuso mientras los párrafos se sucedían y la oscuridad de la noche se armaba de polillas. Y luego, y luego. Nada. Joder. Tan solo un final más. Y un golpeteo de ancas de rana sobre los tejados de un dibujo. ¿Qué más se puede esperar en una alucinación?

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