Vuelta a la materialidad

Un robot. / Pexels.
Un robot. / Pexels.

¿Conectarán nuestro cerebro a la máquina para una mejor experiencia-cliente?

No somos digitales. Las máquinas binarias sí. Desde el supremacismo maquínico –la nueva ideología dominante del  tecnocapitalismo– nos dicen que debemos vivir en un mundo digital, que el "avance" de la tecnología marcha en esta dirección de forma incuestionable. Poco les importa que nuestros cuerpos biológicos no casen muy bien con lo discreto, sino con el continuo de la Naturaleza. No les importa porque el capitalismo no escucha a las masas, ni sus necesidades humanas -son mercado meta a manipular-, sino que determinan nuestros deseos desde una publicidad omnipresente y de una agresividad que destroza cualquier equilibrio de nuestra gnosis. Este es el sentido del devenir tecnológico: la innovación precede a la necesidad.

Siendo infinita la necesidad artificialmente construida, porque depende de lo que aún no se posee, casi nunca de lo objetivamente necesario, no hay límite para la innovación tecnológica por antinatural que sea. Esto nos deja una conclusión interesante: las innovaciones no son creadas para la supervivencia o el buen vivir, sino porque son rentables; por eso las necesidades de los pobres no se cubren. No nos importan. No pueden pagar.

La demanda agregada no es necesidad

Mientras, destruimos La Tierra para satisfacer las abominables demandas de los pudientes. La demanda agregada no es necesidad, sino el deseo intermediado por el dinero. Nada tiene que ver con cualquier concepto de humano, a no ser, claro, el de homo economicus, ese esperpento agitado por los hilos del neoliberalismo rampante.

Lo digital no es la solución a nuestros problemas de existencia material, sino el paradigma de la estupidez humana, su huida hacia esa vacuidad inmaterialista que nos prometen como Nova Ierusalem Caelestis flotando en una nube de infinitos ceros y unos. Sirva la metáfora social con la que ya estructuran la ideología de las masas postasalariadas.

Una contradicción: Mientras escribo este artículo, escucho un viejo vinilo de Leonard Cohen; debe de tener cuarenta años. Suena con un amplificador de lámparas de vacío de fabricación rusa, -una tecnología con más de cien años de existencia-, y unos altavoces de madera y conos de cartón y metal que siguen siendo, básicamente, resistencias magnéticas tremendamente sencillas. Imposible mejorarlo porque reproduce tal cual el sonido natural de la voz y los instrumentos. Su sonido continuo nos resulta mucho más agradable que un CD sobre un amplificador digital. Según los evangelistas del maquinismo, esto es una excepción. Sí, les contestamos, una excepción, porque lo normal es recluir a generaciones de niños y jóvenes en las estrechas 22 pulgadas de una pantalla para jugar vidas que no tienen mientras pierden la oportunidad de disfrutar de la suya propia. Tan natural como visitar un monumento histórico y que la gran atracción no sea verlo, sino pagar por ponerte una gafas de "realidad aumentada". La propia expresión es estúpida: se propone la ficción como más real que lo real. Absurdo, pero rentable. Es el business. ¡Y qué caro lo pagaremos! Digitalizar nuestra existencia hasta niveles criminales es el paradigma de la economía del siglo XXI.

En nada conectarán nuestro cerebro a la máquina y así mejorarán nuestra experiencia de cliente. Lo que nos tienen preparado va mucho más allá de lo que podamos imaginar. Pero no temamos, tendremos lo que nos gusta: cualquier crítica al desarrollo de la tecnología invasiva será tachada de neoluddismo y, antes que después, todo pensamiento crítico será sustituido por alguna otra cosa, no sé, quizá por un documental interactivo sobre como era el pensamiento crítico.

Hay una frase que expresa la tragedia de nuestro tiempo: "los niños ya no juegan"

La propuesta alternativa es instrumentar la tecnología en beneficio de lo humano y no del mercado. Optar por lo natural, por todo aquello que nos ayude al desarrollo de lo mejor de nosotros como seres y que está en lo vivo, no en lo inerte. Impedir el avance del control total por parte de las corporaciones y recuperar la dignidad de nuestra vida íntima, del disfrute del estar por estar con los nuestros, que constituye el mayor placer existencial. Nos han robado el tiempo de lo nuestro. Disfrutar de las cosas verdaderas y abjurar de estas ficciones arrojadas a las masas para amansarlas en la más estúpida de las enajenaciones.

Hay una frase que expresa la tragedia de nuestro tiempo: "los niños ya no juegan". No juegan a los juegos de estar aquí y convivir aquí. Nos los arrancan de nuestros brazos. De los brazos de sus amigos. Todo debe ser solucionado con la máquina digital. Porque sí. Punto. La violencia es abominable. El otro desaparece.

Toda esa basura nos dirige sin remedio a una alienación en la que la exención biológica será norma, penúltima perversión de la biopolítica. Porque, no lo pasemos por alto, estamos ante un problema de la vida en su más autentico sentido de células, fluidos, órganos y fiisiologías, pero el problema viene impuesto por lo político. Y, como siempre, los políticos a su bola electoral, sin puñetera idea de lo que estamos hablando. Les madaremos un e-mail. @mundiario

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