Esos viejos cacharros que llenan nuestras vidas, cuando se rompen nos apena

Coche antiguo.
Coche antiguo.

El interior de nuestro viejo vehículo vio muchas historias nuestras, ahí nos reíamos, llorábamos cuando no queríamos ir al colegio y nuestras peleas de hermanos, desde 1972.

Esos viejos cacharros que llenan nuestras vidas, cuando se rompen nos apena

Ahí estaba en el centro del garaje nuestro viejo coche Renault. Era un tres puertas de color marrón metalizado claro. Listo para el desguace, nadie lo quería comprar. Era ya demasiado viejo para andar por la carretera. Íbamos esta misma tarde a comprar otro vehículo de última tecnología.

¡Cuántas historias hemos vivido en nuestro viejo Renault! Mi hermano y yo, Juan, nos montábamos siempre detrás. Nos llevaban nuestros padres a todas partes y también de vacaciones. Quince días a la costa.

El interior de nuestro viejo vehículo vio muchas historias nuestras. Ahí nos reíamos, llorábamos cuando no queríamos ir al colegio y nuestras peleas de hermanos.

Fueron trascurriendo los años desde 1972, año en el que nací yo. Ya cuando cumplí los quince, nos dirigíamos a clase en medio de la carretera A – 6, cuando, de improviso, se paró el Renault de golpe, creando una gran colisión.

Por suerte, no tuvimos que lamentar ningún herido, pero tuvimos que indemnizar a seis vehículos siniestrados. Mi padre tenía el seguro del coche a terceros y nuestro vehículo fue directamente al taller. Cincuenta mil de las antiguas pesetas costó el arreglo.

Nos duró seis años más. Esa misma tarde fuimos al concesionario y nos compramos otro Renault, el último modelo de la gama de cinco puertas. Un maletero enorme para el equipaje y compras. Se acabó la incómoda vaca para los bártulos de una vez.

Nos montamos todos y lo conducimos hasta la segunda plaza de nuestro garaje. Nos disponíamos a llevar el viejo Renault para desguazarlo, le dimos las llaves al técnico y nos despedimos del coche. Por mi mente, empezó a pasar flases de mis experiencias dentro del interior sentado en los asientos. Le comenté a mi padre:

- ¿Y no nos podemos quedar con el coche de recuerdo?

-  No – respondió mi padre – quiero sitio en el garaje para mis herramientas.

-  Tengo una cámara de fotos dentro en mi despacho -  se apresuró a comentar el propietario -  la tengo para fotografías de recuerdo.

Mi padre cogió la cámara y sacó cuatro del vehículo con nosotros dos al lado. Ese era la última vez que veríamos a nuestro viejo amigo Reanult. Lo movieron y lo desplazaron por la banda mecánica, lo empezaron a desguazar pieza por pieza y a fundir los hierros. Ahí estaba en la gran chimenea quemándose nuestro querido viejo coche. Se iban entre las llamas nuestras risas, lágrimas, horas de juego y momentos felices con mis padres.

El fuego empezó apagarse lentamente, ya no quedaba nada del Renault, se había convertido en cenizas. Pagamos el servicio y nos fuimos un poco tristes a nuestras casas. Mi padre enmarcó dos fotos del coche y las colgamos en nuestras habitaciones, en la de mi hermano y en la mía.

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