Viajar al pueblo vecino, un veraneo posible para tiempos precarios de crisis

Boca do Río Carnota Quique Alvarellos
Boca do Río, en Carnota (A Coruña) / Quique Alvarellos.

La crisis ha cambiado los hábitos de ocio. Los viajes al extranjero se han transformado en excursiones cerca de casa. Es una oportunidad para (re)descubrir nuestro entorno. ¿O no?

Viajar al pueblo vecino, un veraneo posible para tiempos precarios de crisis

Pessoa hablaba de viajar como una forma, decía él, de “perder países”. Tabucchi sostenía que el viaje era, sobre todo, un clima, un permanecer en discreta soledad. Machado hablaba, por su parte, “de ese placer de alejarse” como condición indispensable para una buena excursión. Mientras que otro de los grandes de las Letras hispanas, Francisco Umbral, poco amante de largas aventuras, estaba convencido de que el mejor viaje es el que podemos hacer en cualquier momento al pueblo vecino, incluso a pie. Incluso también existen viajes “largos”, como los que trazaba Cunqueiro sin salir del emparrado de la casa. Por aquí queremos llegar nosotros.

Si algo “bueno” –con perdón– está trayendo la crisis es el regreso a lo nuestro. La Asociación Galega de Axencias de Viaxe ha confirmado que este verano los gallegos estamos cambiando el extranjero por viajes cortos. Es evidente. Los datos que aporta el Instituto Galego de Estatística, conocidos también ahora, aclaran el porqué: el 64% de los hogares gallegos tiene dificultades para llegar a fin de mes.

Los tiempos precarios han traído dos aspectos –digamos– no negativos a nuestro país: el primero es que se ha detenido el cemento, se ha parado la destrucción urbanística (esto daría –o dará– para un monográfico en otro análisis); el segundo es el cambio en nuestros hábitos de ocio: a la hora de elegir el lugar de descanso de este verano lo hacemos a ese pueblo vecino del que hablaba Umbral. En vez de “descubrir” complejos hoteleros del Caribe, conocemos y (re)visitamos el país, (re)descubrimos  Galicia. Esa tierra de la que Vicente Risco afirmaba que, a pesar de ser un país pequeño, es todo un mundo.

El pasado fin de semana llevamos a los niños a descubrir Fisterra. Y allí, en “el fin” de casi todo, conseguimos mantener en ellos un enorme silencio ante el interrogante del océano, una calma panorámica de segundos interminables, imposible en cualquier otra situación en dos niños (de 10 y 6 años) en constante movimiento sonoro. Después nos dimos un baño entre las rocas de Boca do Río, en Carnota, y acabamos comiendo xoubiñas de Rianxo ya muy cerca de casa, en la Nave de Vidán, en Compostela.

Uno lleva viajando Galicia –casi– entera. Pero esta tierra nunca se deja conocer completamente. He aquí su maravilla. Es todo un mundo, como sostenía Risco. Guarda en su interior docenas de paisajes y climas, cientos de playas, millares de sendas, castros y ríos. Y millones de sombras en verde donde reposar al lado de paisanos dispuestos a conversar de esta vida que se ha vuelto más precaria en lo económico, pero que nos abre caminos para seguir disfrutando. Sendas como cualquiera que nos lleve, en este verano del 2013, al pueblo vecino.

Comentarios