Los vecinos de arriba, de Cesc Gay, una comedia teatral incisiva y desternillante

Cartel de la obra Los vecinos de arriba. / Mundiario
Cartel de la obra Los vecinos de arriba. / Mundiario

Los espectadores nos retiramos a nuestras vidas, momentáneamente saneados por la risa, pero sabiendo que no nos está permitido esquivar tantos desencuentros que demandan voluntades libres y sinceras.

Los vecinos de arriba, de Cesc Gay, una comedia teatral incisiva y desternillante

La comedia es una forma de contemplar un exagerado reflejo de nosotros mismos, un retrato eximente de las temerosas contenciones que nos desvirtúan, una forma de aligerarnos, delegando en unos personajes, del peso de nuestra forma indefectible de ser. Todo eso sentía que había vivido el pasado viernes en el festival de Teatro de San Javier, gozando de la primera obra de teatro que ha escrito Cesc Gay, uno de los directores de cine que aprecio. Me acompañaba la risa común, expresada con la sensación de licitud que confiere la consciencia de nuestras humanas limitaciones. Y, al final de la representación, envolviendo nuestra salida, un flujo de rostros iluminados por la intensiva descarga de sus pesarosas emociones.

Los vecinos de arriba es una comedia hilarante, un espacio grácil y denso a la vez, que nos invita a inmiscuirnos en las vidas de unos personajes que se enfrentan a sus contradicciones, a su insatisfacción. Para ello, Cesc Gay opone una pareja supuestamente más real, la que interpretan brillantemente Candela Peña y Xavi Mira, los “vecinos de abajo”, a otra pareja ideal, la de “los vecinos de arriba”, interpretada eficazmente por Pilar Castro y Andrew Tarbet. La vida de la primera está constreñida por sus frustraciones, por sus desencuentros. La segunda vive en un constante ejercicio de liberación de sus represiones, de los obstáculos que les podrían interponer sus convencionales sentimientos. La primera está encerrada en sí misma, prisionera de sus problemáticas eternamente irresueltas. La segunda vive abierta hacia afuera, sexualmente liberada de las restringidas apetencias establecidas. Este contraste tan brutal genera situaciones que van desvelando los precarios mecanismos de convivencia en los que viven infelices los vecinos de abajo. Asistimos a todas las ataduras de la timorata discreción, a las salvaguardas de una intimidad vergonzosa, a las falsas actitudes que pretenden una socialización respetable. Los vecinos de arriba han llegado a la casa de esa pareja maltrecha con el ánimo de provocar. No contemplan la posibilidad de una edulcorada relación basada en el exagerado celo ante la posibilidad de intromisión en las vidas ajenas. Han llegado para liberarlos, para destapar todas las verdades, para forzar el resurgimiento de una autenticidad seriamente enferma. Él es bombero, un joven simple que huye de las fatales complejidades de la vida, ella es una psicóloga que no se resiste a improvisar una sesión de desvelamiento de las oscuridades mentales que acucian a sus vecinos.

Los diálogos de Cesc Gay están plenamente logrados, cumplen con su doble función de arrancar catárticas carcajadas y con su necesidad de plantear con aguda perspicacia los problemas de una pareja lo suficientemente común como para que el entregado público se sienta concernido. En el tramo final de la obra, el ritmo cómico, que nunca ha decaído, se desvanece casi completamente, dando paso a la gravedad que impone el serio vislumbre de la separación de la pareja. Las últimas palabras que oímos son las de él. Abandonando su habitual tono de sarcasmo, le dice a ella: “Yo no me rindo, no me rindo…” Desemboca así ese tránsito brutal, esa noche convulsa, en el afrontamiento de la verdad, en su impiedad o sus posibles derivaciones luminosas. Los espectadores nos retiramos a nuestras vidas, momentáneamente saneados por la risa, pero sabiendo que no nos está permitido esquivar tantos desencuentros que demandan voluntades libres y sinceras.

Comentarios