Entre las tumbas, arrebatados y perdidos en un cuento de Flannery O' Connor

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Acuarela de Mary Helmreich.

Lo que queda de nuestro destierro no es más que polvo en la suela de los zapatos y las carreteras desbordadas, y el desaliento de algunas palabras de O'Connor.

Entre las tumbas, arrebatados y perdidos en un cuento de Flannery O' Connor

Lo que queda de nuestro destierro no es más que polvo en la suela de los zapatos y las carreteras desbordadas, y el desaliento de algunas palabras de O' Connor.

No puedo declarar que nuestro tiempo se ha acabado como se acaban algunas historias de ancianos de la mano de Flannery O'Connor. Los trajes siguen colgados en el armario y la infinita bondad de los gatos que reparan en las ausencias comienza a ser molesta. Hay unas huellas que resisten a la inclemencia. En los caminos, los grajos anidan por segunda vez este año.

Este paisaje sin motivo alguno para ser destruido, salvo por alguna cosa mayor que nuestra rutina, sigue en las páginas de ese cuento que comienza así: "El sacerdote, con su larga cara inexpresiva, apuntalada sobre un dedo, llevaba diez minutos hablando del Purgatorio mientras la señora McIntyre, furiosa, lo miraba con los ojillos entrecerrados sentada frente a él. Estaban bebiendo una soda en el porche delantero y ella hacía tintinear el hielo en su vaso, hacía tintinear las cuentas de su collar y hacía tintinear su pulsera como un poni impaciente que hace respirar sus arneses".

Arrebatados y despiertos, no obedecemos a las campanadas y los caballos salvajes ascienden por la loma. Una extraña luz calienta  mis manos y el revólver sobre la mesa no me parece una herramienta demasiado peligrosa.

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