La travesía de cruzar el Tapón del Darién: “Traté de que mi hijo no viera los cadáveres, pero no se pudo”

Migrantes en la Selva del Darién. / UNICEF
Migrantes en la Selva del Darién. / © Facebook / UNICEF Panamá

La historia de Jonathan Almarza y su hijo de 5 años es la de cientos de migrantes que día a día cruzan la peligrosa selva de 5.000 kilómetros entre Colombia y Panamá para intentar llegar a EE UU. 

La travesía de cruzar el Tapón del Darién: “Traté de que mi hijo no viera los cadáveres, pero no se pudo”

El Tapón del Darién es una densa selva pantanosa de 5.000 kilómetros que se extiende entre las fronteras de Panamá y Colombia. Una región 'intransitable' con una exótica fauna, ríos y montañas, y sin carreteras que unan los dos subcontinentes, lo que la convierte en una de las rutas más peligrosas del mundo. Elevadas temperaturas, humedad, fuertes corrientes, animales salvajes, mosquitos y narcotraficantes, son solo algunos de los obstáculos que deben sortear cientos de migrantes de diversas nacionalidades, que han decidido atravesar la peligrosa selva con la vista puesta en un sueño: llegar a Estados Unidos en busca de una vida mejor. 

Haitianos, cubanos, angoleños, ghaneses, uzbekos, senegaleses y, sobre todo, venezolanos, han cruzado esta jungla para escapar de conflictos armados, crisis sociales, económicas y/o políticas. De acuerdo con las autoridades panameñas, solo en 2021 un número récord de 133.000 personas cruzaron la ruta y la cifra ha aumentado dramáticamente en 2022. Y no solo son adultos. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) calcula que en lo que va de año más de 5.000 niños, niñas y adolescentes se han convertido en un número más de un registro: el del ejército de seres humanos que han transitado 'el infierno del Darién' exponiéndose a la muerte, agresiones sexuales y enfermedades. 

Y es que la zona selvática es más que un camino de tránsito para los migrantes: se ha convertido en la ruta predilecta de los grupos armados para el envío de drogas a Centroamérica. El Clan del Golfo, también conocido como Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), cuenta con al menos 3.000 miembros y es considerada una de las “organizaciones más peligrosas del crimen trasnacional”. El club tiene el control de todas las actividades ilegales de la zona y fue liderado hasta octubre de 2021 por alias Otoniel, un exguerrillero, paramilitar y narcotraficante que fue extraditado en mayo de 2022 a los Estados Unidos.

Una travesía de casi 80 días

Jonathan Almarza, de 23 años, es uno de los tantos jóvenes venezolanos que ha emprendido este camino. En su caso junto a su hijo, Jhoelvis, un niño de solo cinco años de edad: ambos dejaron su país, de la mano, en busca de un futuro mejor. En una conversación con MUNDIARIO, este migrante revive su aterradora odisea cruzando el Tapón del Darién.

Un recorrido por ocho países se convirtió en una travesía de casi 80 días. Padre e hijo iniciaron su viaje desde el estado Zulia (al noroeste de Venezuela, en los limites con Colombia) hasta La Guajira colombiana, donde vendió dulces para obtener un poco de dinero y poder comprar los boletos que los llevarían hasta Necoclí, ubicado en el Golfo de Urabá, Colombia. Trabajó como conserje en un hotel a cambio de la estadía, que se extendió por siete días debido a la espera de los ‘coyotes’, quienes se encargan del tráfico ilegal de personas.

Posteriormente fueron llevados en lanchas hasta Capurganá, un pequeño pueblo costero que da entrada a la Selva del Darién. Allí debieron esperar 15 días más, pues se requiere de un número específico de personas para ingresar a la jungla.

Así es el recorrido del Tapón del Dairén. Ibed Méndez.
Así es el recorrido del Tapón del Dairén. / Ibed Méndez.

La primera noche dentro del Tapón del Darién, 21 niños y 16 adultos durmieron junto a la ‘Loma del Desafío’. Al amanecer “empezamos a subir la pendiente. Poco a poco las personas iban botando las cosas”, pues el peso comenzaba a pasar factura. “No pudimos llegar muy lejos porque se hizo tarde y era peligroso por la cantidad de niños. Llovió muy duro, pero pudimos dormir en una caballerizas”, recuerda Almarza.

Al segundo día se adentraron en los pantanos. “El lodo llegaba a las rodillas o incluso, hasta la cintura”. Tras varios kilómetros, llegaron a Armila, una comunidad indígena de Panamá, donde pudieron descansar. “Allí todo es sofisticado. Tienen paneles solares y WiFi, hasta señal, pero con chip panameño”.

"Al llegar, ganaremos”

Pero lo peor aún no había pasado. “Veía que mi niño tenía las piernas como ‘raspadas’ y yo estaba igual. Era un hongo producto del lodo, pero aún no estaba roto. Eso pasó al cuarto día, casi llegando a la ‘Loma de la Muerte’. Mientras subíamos la fatídica colina, encontramos el primer cadáver. Parecía reciente. Traté de que mi hijo no lo viera, pero no se pudo. Me preguntó ¿qué está haciendo ese señor ahí? Le dije que estaba durmiendo, que siguiera caminando, que la meta estaba cerca, pues en la cima hay muchas banderas de Brasil, Venezuela, Cuba, Haití, Ecuador, Estados Unidos. Al llegar, ganaremos”.

Pie lastimado por hongos. / Jonathan Almarza
Pie lastimado por hongos. / Jonathan Almarza

En el trayecto encontraron otros dos fallecidos en estado de descomposición. “Aquí empieza lo más fuerte. Había mucho lodo y llovía demasiado. Bajar la cuesta era peligroso. Una compañera se cayó, luego me caí yo. Me lastimé las manos con las espinas. Al final de la cuesta encontramos unas carpas abandonadas, pero a mí no me tocó ninguna, gracias a Dios a mi hijo sí. Yo dormía en una hamaca con los mosquitos”, que enfermaron a Jonathan de paludismo.

A la mañana siguiente, Jhoelvis no pudo caminar. Sus pies estaban muy lastimados y Jonathan debió cargarlo. En el camino encontraron una pareja de ancianos cubanos que tenían siete días varados. “La señora tenía el tobillo fracturado y no podía más. Ellos huían junto a otro grupo de personas de las mafias, pues el hampa llegó a robarlos. Por eso las carpas estaban abandonadas. Los apoyamos y nos fuimos todos juntos”. Caminaron seis horas más para atravesar el río, pero dos personas fueron llevadas por la corriente. “Yo solté a mi niño en la orilla y nadé para ayudar a mis compañeros. Gracias a Dios nos salvamos. Caminamos unos kilómetros más y llegamos al campamento Canaán Membrillo”, la puerta de entrada de los migrantes a Panamá.

Allí recibieron ayudas y atenciones de UNICEF. “Nos curaron los pies. Los teníamos rotos y lastimados”. Al preguntarle cómo se alimentaban dentro de la selva, respondió que el sustento eran plátanos y las sardinas que pescaban.

Después de sobrevivir a la selva mortal, el camino sería más fácil. Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala vieron pasar a un niño con su papá, con poco dinero y muchas metas que se materializarían al llegar a los Estados Unidos. Actualmente viven en Nueva York. Jonathan, el joven venezolano de 23 años consiguió su propósito junto a su hijo: escapar de la crisis que azota Venezuela y sobrevivir al Tapón del Darién. @mundiario

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