Toros en Bilbao: Un gran toro del Puerto

Juan del Álamo y "'Malvarroso'.
Juan del Álamo y 'Malvarroso'.

A placer con el gran tercero de corrida, Juan del Álamo cuaja una notable faena. Versión caligráfica de Morenito, muy por encima de su lote. Un encierro desigual del Puerto.

Toros en Bilbao: Un gran toro del Puerto
FICHA TÉCNICA
Lunes, 24 de agosto de 2015. Bilbao. 3ª de Semana Grande. Media entrada. Nublado. Dos horas y media de función. Seis toros de El Puerto de San Lorenzo, el primero como sobrero.
Morenito de Aranda, de nazareno y oro, ovación tras aviso en ambos. Joselito Adame, de azul noche y oro, ovación y silencio. Juan del Álamo, de blanco y plata, oreja y silencio.
Saludaron tras parear Luis Carlos Aranda al cuarto, “Jarocho” y Alberto Zayas al quinto y Domingo Siro y Gómez Pascual al sexto.

 

Ni buena ni mala sino todo lo contrario, la corrida del Puerto tuvo una imponente presencia. Los siete que desfilaron estuvieron en la línea de casa –Atanasio-Lisardo-: corto, astifino y serio el primero, que se lesionó en la primera vara y asomó el pañuelo verde. Partida la pata izquierda, no hubo más remedio que conducirlo al burladero del cinco y apuntillarlo ahí mismo. Lo hizo Pascual Mellinas, el tercero de a bordo de Morenito, que es eficaz. La gente tuvo el detalle de aplaudirlo en el arrastre: sensibilidad animalista.

A este primero titular le había pegado Morenito dos largas cambiadas, la primera, más cerca del platillo que de toriles, cuando se fue a portagayola; y la segunda, en el tercio. Se estiró el burgalés de partida con el primero bis: buen aire, sentido del temple, pura caligrafía. Frágil aunque pronto, el toro sacó nobleza. Y Morenito, con estimable moral, compuso un trabajo templado y con notables pasajes.

Habían transcurrido tres cuartos de hora cuando se soltó el segundo, que ensillado y más abierto de sienes que los demás, algo montado, estuvo en la línea de Lisardo. A su aire de partida –eso fue denominador común-, el toro tuvo la virtud de moverse sin excesivas claudicaciones, pero todo no fue dulce: punteó engaños, soltó la cara, y pegó no pocos bramidos y quejidos cuando Adame le apretó las tuercas. Más larga que rotunda la faena, que tuvo una tanda muy notable por el derecho. Eso sí: el vicio irrefrenable de retrasar la pierna y abusar del pico de la muleta.

De imponente presencia, el tercero –“Malvarroso”, número 13, 556 kilos, cuatro años- fue la joya del encierro: se desplazó con prontitud, repitió, obedeció, descolgó y sacó fondo bravo. Capaz, tenaz, convencido y hábil, Juan del Álamo le hizo una faena de mérito: relajada la figura –de forma natural, sin artificios-, temple, firmeza, largura y mano baja en tres tandas muy jaleadas por el derecho. En el recibo, Del Álamo se había estirado con la capa: verónicas de partida, y entre uno y otro puyazo, dos chicuelinas de buen corte y una media de cartel. Replicó Morenito por verónicas.

Luego, en la faena, un molinete con cambio de mano para abrir la cuarta tanda, a suerte cargada los de pecho, y al fin, entre rayas y casi al amparo de las tablas, el torero de Ciudad Rodrigo acortó distancias: dos circulares, uno del derecho y otro del revés. Una estocada arriba, eficaz, y una oreja. El toro era de dos. Labor bien trazada, pero no rotunda.

La segunda parte fue desoladora. Por encima de los seiscientos kilos, el cuarto, fue toro de abundantes carnes, se desplazó en banderillas –muy certero y oficioso Luis Carlos Aranda, notable torero de plata, que saludó a la conclusión del tercio- y claudicó no poco después: medios viajes, aspereza, un engorroso gazapeo. En la segunda mitad de la faena, Morenito de Aranda pareció cogerle el pulso al toro y le recetó seis u ocho naturales de peso. Exquisitos. Excesivamente larga la labor al cuarto –un aviso, casi diez tandas-, al que tumbó con media estocada y al segundo intento.

Salió a quitar al quinto Juan del Álamo: tres tafalleras, y replicó Joselito Adame –y no había porqué-, con tres lopecinas vistosas y de generoso vuelo. Parearon con facilidad –el oficio, y no otra cosa- “Jarocho” y Alberto Zayas. Lo propio hicieron en el sexto Domingo Siro y Gómez Pascual.

Una larga cambiada de rodillas en el tercio y un ramillete de verónicas con acento mexicano: la inequívoca manera de echar los vuelos al hocico. No cogió relieve ni ritmo la faena al quinto, que gazapeó, punteó y no repitió viaje ni tres veces seguidas. Adame no llegó a entenderse con él, y al cabo, desistió y se fue a cambiar el estoque.

Ya se habían sobrepasado las dos horas de festejo cuando se arrastró al quinto. Si algo bueno tuvo la segunda mitad del encierro fue su duración: sesenta minutos y ni uno más. Los primeros tres toros se habían llevado una hora y media. Sin poder ni ímpetu, el sexto, que dio en báscula oficial 612 kilos, tan de porcelana como cualquiera de los otros, fue un trago amargo. Sacó la aspereza, o el genio, del cuarto, cabeceó sin tregua y antes de desistir, en uno de esos trallazos, Juan del Álamo perdió los trastos. Media estocada en la suerte natural. Y la fortuna de que el toro dobló. La estocada de Del Álamo a “Malvarroso” –pura seda- fue la mejor de la tarde.

 

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