¿Tenemos la necesidad congénita de imbuirnos del ideario católico de 1941?

Alberto Ruiz Gallardón, ex ministro español de Justicia.
Alberto Ruiz Gallardón, ex ministro español de Justicia.

Estamos en la Europa no confesional, del siglo XXI, pero los españoles tenemos que ser diferentes, no estamos capacitados para tener leyes civiles, lamenta esta autor.

¿Tenemos la necesidad congénita de imbuirnos del ideario católico de 1941?

Estamos en la Europa no confesional, del siglo XXI, pero los españoles tenemos que ser diferentes, no estamos capacitados para tener leyes civiles, lamenta esta autor.

El pasado 26 de noviembre, la Asamblea Nacional francesa aprobó por 143 votos a favor, 7 en contra y 1 (una) abstención una propuesta de resolución que reafirma el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo en Francia, el resto de Europa y el mundo.

Claro, estamos en la Europa no confesional, del siglo XXI, pero los españoles tenemos que ser diferentes, no estamos capacitados para tener leyes civiles, tenemos la necesidad congénita de imbuirnos del ideario católico de 1941 y de tutelarnos por leyes en las cuales los pecados deben pasar a ser delitos.

El ya ex ministro Ruiz Gallardón se ha sentido muy frustrado por no imponer su ideario moral católico en una ley del Estado. Una vez convertido en delito lo que tanto deseaba, dejaría la defensa de esa moral (suya, personal, católica) en manos de la guardia civil y de la policía, para que las fuerzas del Estado se vean en la obligación de detener a las mujeres que abortan, de tomar declaración, de buscar pruebas y confesiones, de escuchar a vecinos que denuncian a sus vecinos, de llevarlas ante el juez, de encarcelarlas.

Sería el triunfo de una moral religiosa sobre el conjunto diverso de la población española. Sería una ley injusta y además hipócrita, llevaría a miles de mujeres a abortar en condiciones sanitarias infrahumanas, como en la Edad Media.

Soy lo suficientemente viejo como para haber conocido a la guardia civil haciendo averiguaciones por el pueblo buscando a una sospechosa, y no soy el único que ha visto, a los catorce años, escondido en una espesura, cómo es un aborto medieval practicado en el monte, cómo sale a hombros de un abortero, entre llanto y lamentos, una mujer que aborta. Sabíamos que los dos se jugaban la cárcel, pero ella se jugaba la vida. Ella no podía ir a ningún médico ni al hospital. Tenía esa opción o la otra, continuar completamente sola, porque los guardianes de la vieja moral luego se limitan a señalar el pecado, pero jamás están para echar una mano. Luego las dejan solas.

Parece deseable un cambio político lo antes posible, aunque solo sea para que espante a esta amenaza, a estos fantasmas que solo representan a la vieja Inquisición.

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