Striptease y Covid-19 en México

Stripper con mascarilla. RR SS.
Stripper con mascarilla. / RR SS.

Crónica de una teibolera a puerta cerrada: Jimena trabaja en un table dance a puerta cerrada en un municipio aledaño a la Ciudad de México. Es una venezolana de 25 años que reside desde hace poco tiempo en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México. Mide 1.65 metros, tez apiñonada y ojos cafés. Su silueta no pasa desapercibida. 

Striptease y Covid-19 en México

En un libro clásico sobre el funcionamiento del sistema político mexicano, Pablo González Casanova escribió La Democracia en México (1965) para sugerir entre otras cosas- los dos Méxicos que conviven en la vida política del país. Un México idealizado (en instituciones formales) y otro México atado a la realidad social. Mucho se ha escrito sobre estos dos Méxicos y mucho ha costado construir reglas del juego confiables que generen certeza y compromiso social. Sin embargo, la construcción de instituciones autónomas y confiables no se ha traducido en el enriquecimiento de la acción colectiva en el entretejido social de la sociedad mexicana. El México de Jure sigue estando muy lejos al México de Facto. La lección podría ser que, en época de crisis sanitaria, esto se exhibe de manera amplificada.

Quédate en Casa, programa con el que el gobierno federal mexicano ha intentado, no con mucha fortuna, alinear incentivos para que los mexicanos permanezcan en sus hogares debido al Covid-19. Casi desde que comenzó en confinamiento en el México urbano se reinventó otro México: el México a puerta cerrada.

Muchos mexicanos (y extranjeros) han seguido circulando dentro de ese México a puerta cerrada, entre ellos una chica que ejerce el trabajo sexual. Jimena es una venezolana de 25 años que reside desde hace poco tiempo en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México. Mide 1.65 metros, tez apiñonada y ojos cafés. Su silueta no pasa desapercibida. 

- “Me trajo Marco, un mexicano que me entrevistó en Colombia a mí, junto con otras venezolanas, y me dijeron que aquí me ayudaban con mis papeles”.

- “¡No, no era de gratis!. Me cobraron cinco mil dólares y tuve que trabajar en el Garden como seis meses”

- “Cuando me regresaron el pasaporte, me dijeron que ya yo podía sacar mi residencia por mi cuenta… y hasta la fecha estoy sin papeles en México”

Jimena trabaja en un table dance a puerta cerrada en un municipio aledaño a la Ciudad de México.  La Revolución Venezolana ha exportado trabajadoras sexuales a muchos países, no sólo a México. En este sentido, ha seguido los pasos de la Revolución cubana y del corralito argentino.

Jimena tiene varias amigas venezolanas que la asesoran en “como hacer las cosas en México” y una de ellas la aconsejó donde trabajar, donde ponerse en forma, donde comprar vestuario y donde arreglarse el pelo y las uñas.

El table dance en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México ha sido una actividad muy extorsionada y lastimada por las autoridades locales. El declive de este trabajo sexual también ha palidecido con el clima de inseguridad que vive el país. Los policy makers no han implementado nada en la materia porque simple y llanamente los tomadores de decisiones no tienen ningún plan relacionado con una propuesta en materia de oferta sexual. No es parte de la agenda porque tanto los grupos conservadores como las feministas radicales se han dedicado a boicotear cualquier posibilidad de instrumentar una política pública en la materia.

La penumbra jurídica en la que han sobrevivido algunos clubes ponen en una situación de gran vulnerabilidad a las oferentes. Algunos empresarios, en voz de Carlos Landa, trataron de instrumentar  la operación de los clubes salvaguardando la seguridad y salud tanto de la oferente como la de los clientes que asistían a los bares. Todo este esfuerzo fue infructuoso. Las autoridades municipales preferían que los clubes trabajaran en la irregularidad para obtener los beneficios económicos a cambio de no clausurar su funcionamiento.

A pesar de sus lentes oscuros, Jimena luce cansada. Esta chica de Maracaibo siempre tiene un semblante infantil pero las desveladas no perdonan ni a las mujeres tan jóvenes. Viste ropa deportiva y una faja colombiana muy ajustada “para no perder la cintura” porque empezó a entrenar en un gimnasio –a puerta cerrada, por supuesto- y la única manera de ser aceptada era contratando los servicios del entrenador. Muchos gimnasios hacen su agosto porque el costo del entrenador supera con mucho la matrícula del propio uso del gimnasio. “Y el entrenador me exige mucho pero tengo que verme bien porque la competencia está fuerte y no quiero que se me note la celulitis en el escenario”, sonríe confiada de lucir un cuerpo hipersexualizado por un par de cirugías y por una genética privilegiada bastante caribeña.

Jimena fue a Tepito el domingo. Este barrio emblemático de la Ciudad de México es el punto neurálgico de los productos piratas (y prohibidos) en la la capital mexicana. Allí consiguió los zapatos de doble plataforma que se usan para trabajar en los clubes de table dance.  Allí también aprovecho para comprar extensiones de pelo y otro vestuario que la haga lucir sexy y que la haga ganar más dinero. Tepito no luce como siempre, pero aún se puede conseguir casi todo lo que uno allí usualmente busca.

Jimena tiene que apurar el paso porque tiene cita en la estética a puerta cerrada. Por mensaje le enviaron -al chat del grupo de Whatsapp- la clave del día (cuantas veces tiene que tocar la cortina metálica) porque la cambian a diario. Jimena quería rizarse permanentemente las pestañas en la Calle de Alhóndiga en el Centro de la ciudad de México. Los negocios están cerrados por la contingencia, pero es fácil reconocer a los guías que te llevan a los lugares en donde se realizan esos trabajos a puerta cerrada. El problema es que ya le queda poco tiempo para alistarse para el trabajo nocturno. Rápidamente se mueve en DiDi (aplicación China que compite con Uber, pero más económica). Toca la cortina de acero despintada cuatro veces (tal y como le indicaron por teléfono al hacer la cita) y, rápidamente le abren para comenzar con los arreglos en pelo y uñas. Después de un par de horas, Jimena corre al departamento que renta junto con a otra chica venezolana.  

Para ir al club revisa el chat grupal que tienen las bailarinas. Desde allí le avisan al elenco, al club al que deberán asistir ese día. El propietario cuenta con cuatro establecimientos y “tiene comprado a todo mundo”, insiste Jimena con un tono y un gesto de orgullo: “¡Él sí es muy cabrón!”. Es decir, paga canonjías a las autoridades para que lo dejen operar discretamente. Sin embargo sólo laboran dos de esos cuatro clubes y los rotan intermitentemente. Sólo le paga sueldo a las quince primeras que lleguen, por lo que es recomendable estar en el bar desde las nueve de la noche. La clientela comienza a llegar a partir de las once o doce de la noche. Se trabaja como cualquier día previo a la cuarentena y, por supuesto nadie usa cubre bocas. Ni clientes, ni meseros, ni bailarinas. Tímidamente, los meseros ofrecen gel antibacterial. La entrada es por la parte de atrás del club e ingresan una por una. Sin hacer ruido y les gusta la idea de usar cubrebocas para que nadie las reconozca. Todo está apagado, pero los clubes tienen una vasta base de datos con los teléfonos de su clientela. Las bailarinas trabajan ocho horas y obtienen una comisión por las copas que consuman y por los bailes que realicen. Pero como dice Jimena, “en los privados es donde haces más dinero”. Las que hacen cuarto, cuentan con un espacio acondicionado para llevar a cabo relaciones sexuales con los clientes. Jimena dice que “los trios son los mejor pagados pero ahora han bajado mucho, ya no los piden tanto”.

Semanas antes, algunos clubes ofrecían servicios de striptease a domicilio, debido a que los bares debían a estar cerrados. Los flyers difundidos a través de redes sociales y mensajes de WhatsApp precisan que, dependiendo del paquete adquirido, las jóvenes contratadas pueden hacer topless o desnudo total. El paquete más básico que ofrece el establecimiento es el color azul; cuesta cuatro mil pesos (200 dólares aproximadamente) e incluye a tres chicas con 6 bailes sensuales y el más alto es el rojo, de 14 mil pesos (700 dólares aproximadamente) con 13 mujeres, 26 bailes sensuales y 10 “regalos sorpresa”. Los otros son intermedios diferenciados por los colores verde y rosa. (Periódico El Sol de México, 06-04-2020)

Al final este tipo de ofertas, aunque fueron objetadas por los gobiernos municipales, difícilmente podrían atajarse o desinhibirse.

Jimena va a ir hoy al Black Joyce. La semana pasada le tocó ir a La Mansión. Prepara sus cosas en una pequeña bolsa de viaje imitación piel. Allí lleva sus tres cambios de ropa y unos zapatos extras por si se le rompen. “Me quedo platicando con mis amigas hasta que llega la primera mesa. Pienso en el dinero que tengo que mandar a Venezuela. (…) Mi abuela, chama, es quien más me preocupa porque allá no hay nada”.

Jimena sale con sus amigos eventualmente. Sus amigos son clientes que conoce en el bar donde trabaja. Incluso asegura que tiene un novio casado que no le exige nada. No sabe mucho del peligro latente que han experimentado sus compatriotas en tierras aztecas. Desde 2012 al menos 19 mujeres venezolanas que trabajaron como escorts o camareras fueron asesinadas en varios países. La cantidad de asesinatos tuvo un aumento de 200% después de 2017, cuando la crisis económica forzó a más venezolanos a emigrar a los países vecinos. Seis de cada 10 de los asesinatos ocurrieron en México, pero otros tuvieron lugar en Colombia, Perú y Ecuador (Revista Nexos, 19-08-2019).

De acuerdo con un analista venezolano, los cárteles mexicanos entendieron el valor de las mujeres venezolanas desde 2010. Cada mujer que trabaja como escort para un cártel puede tener un potencial de ingresos de hasta 200 mil dólares al año, según la contabilidad independiente de una ex escort en la Ciudad de México. Por consiguiente, desde 2010 comenzaron a aparecer noticias en los medios mexicanos detallando la presencia de mujeres venezolanas que se encontraban trabajando en bares en varios estados mexicanos. (Revista Nexos, 19-08-2019).

Jimena hoy no tuvo suerte, pues ya son las 4 de la mañana y aún no ha hecho el dinero que se había propuesto. Entre copas y propinas apenas lleva mil pesos (unos 45 dólares). “Me voy a ir a quedar con el ingeniero porque esta medio borracho y ya no aguanta mucho… no es tan latoso y me urge mandar el dinero mañana porque va a ser el cumple de mi hijo y mi abuela le va a comprar un cake”. Se sopla el pelo de la cara y dice mirando, con los ojos entreabiertos, por la claridad de la mañana: Por eso me gusta más México que Colombia, aquí a nadie le importa que seas venezolana. Si todo sale bien, en tres meses voy a tener papeles… ¡Aquí siempre se puede! ¡A mí se me olvida hasta lo del coronavirus!".

Jimena antes de despedirse saca un puñado de cubrebocas de su bolso de mano. Rápidamente encuentra el color que está buscando y que le combina con sus lentes negros. Muy decidida aborda el DiDi que la va a llevar a su cita a puerta cerrada y que le significan unos doscientos dólares, en medio del pico de la pandemia y al alba de la mayor crisis económica desde la Revolución Mexicana a principios de siglo XX. @mundiario

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