'Solo Berlín es' una historia que plantea la lucha entre Goliat y David

Portada de Solo Berlín
Portada de Solo en Berlín.

La lectura es la más fiel compañera frente a la soledad, también  el mejor escudo para defenderse de lo mediocre y lo vulgar, en lo social y en lo político, observa este crítico.

'Solo Berlín es' una historia que plantea la lucha entre Goliat y David

Ha vuelto de sus vacaciones el presidente del Gobierno para desgobierno para la mayoría del pueblo español, cuando de súbito me imagino envuelto por la luz de la noche perenne que irradia una ventana del palacio de El Pardo donde su paisano generalísimo de los tres ejércitos y “Vigilante de Occidente” nos ilumina, vigila y nos protege. Me  estremezco, siento el nunca lejano pasado vivido y acudo a una lectura que refuerce mi insobornable memoria, sin dignarme pedirle permiso a los herederos notariales de Pablo Iglesias.

       Y esta noche me he sumido en el rescatado del olvido  novelista alemán Hans Fallada, desenterrado precisamente en su propia patria. Nos lo ha mostrado la prestigiosa revista Der Spiegel en un excelente y documentado artículo. Y uno se alegra que ya antes de todo este favorable resurgimiento en pro de Hans Fallada ejemplar autor, (editado en España por la Editorial Maeva) haya publicado la que se considera su mejor obra del escritor nacido en 1893 y muerto en 1947. Un creador crítico y maldito que no disfrutó de un justo éxito merecido, aunque sí fueron reconocidos sus valores literarios y  compromiso con la humanidad amenazada.

       Desde niño tuvo una vida marcada por el infortunio; propenso a las depresiones, con tendencia al suicidio, inconformista. Se sintió apresado por la morfina y en más de una ocasión obligado a ser internado en un psiquiátrico. Siendo esta circunstancia la que lo acercó a la literatura. Su primera novela fue El joven Goedescha, pero el reconocimiento internacional, el impacto de su escritura, le llegaría en 1932 con “Pequeño gran hombre, ¿Y ahora qué?” (También publicada en España) Y que pese a ser persona no grata para Hitler permaneció durante los años del nacionalsocialismo en la Alemania del terror y la muerte sin claudicar ante el poder de la dictadura hitleriana. Y de la crueldad de la muerte, del terrorismo fanático de una tenebrosidad que todavía, transcurridas varias décadas causa pavor tanta barbarie y lo que significó para los pueblos de Europa donde surgieron frentes de resistencia pese al riesgo que suponía aquel sangriento aparato represivo-

      Y frente a ese delirante poder desbastador fanático y tenebroso, un humilde ciudadano alemán con el oficio de ebanista llamado Otto Quangel y su mujer Anna, ambos de vida modesta como la de millones de parejas, padres de hijos soldados, forzados en esa locura hitleriana de dominar al mundo y eliminar al pueblo judío, fueron perdiendo sus vidas en los campos de batalla de una Europa que vivía bajo el terror de legiones de fieras enloquecidas por el fanatismo de la gran mentira, en aquella Alemania donde todo el mundo resultaba sospechoso, espías unos de otros, sobrecogidos por el miedo de ser detenidos por considerarlos enemigos del sistema. Siempre vigilados por el ojo grande de la GESTAPO y la SS, hasta el punto de no existir ni la vida privada en familia.

      La pareja que nunca había imaginado romper la rutina de su diario vivir, se siente en un momento llamada por la conciencia. Han perdido a un hijo en el frente, y tan duro profundo dolor les hace cambiar de forma radical de actitud, asumir el compromiso de hacer algo contra tan terrorífico sistema, procurar inquietar a todo ese enorme aparato. Por lo que deciden actuar de la forma más sencilla y cauta. La de redactar pacientemente unas tarjetas, manualmente, con un texto simple pero tierno, meditativo: “Madre: el Führer ha matado a mi hijo. Madre: el Führer también asesinará a tus hijos, no se detendrá ni siquiera cuando haya llevado a todos los hogares de la tierra”

       Y el silencioso y atormentado Otto con la ayuda de su mujer Anna comienza el reparto clandestino de tarjetas por la ciudad de Berlín, procurando hacerlo con la mayor cautela, dejándolas en edificios comerciales con mucho tráfico de personas. Es una acción lenta, pero efectiva, tanto que el mismo miedo de quienes la encuentran ante el miedo de ser vistos por el gran ojo represivo las van entregando a la policía, lo que pasando el tiempo llega igualmente a ser una seria preocupación y un problema de Estado, la simple operación del reparto de algo más de un centenar de tarjetas anónimas.

      La base del contenido que compone tan conmovedora novela refleja a grandes rasgos el desafío a un terrorífico poder, se tomaron de los expedientes de la Gestapo, datos reales sobre el matrimonio que entre 1940 y 1942 asumió la heroicidad silenciosa de una campaña de resistencia al régimen, distribuyendo tarjetas postales denunciando la locura criminal de Hitler. Su lectura me recuerda a aquellos viejos roqueros bajo la dictadura franquista repartiendo hojas clandestinas por calles, buzones de los grandes bloques y garajes en su lucha  por la democracia, sin salvadores ni  luz desde donde el paisano del actual presidente del Gobierno vigilaba por nuestra salvación. Tengamos presentes la llamada de Elías Canetti e Ingeborg Bachmann. “Hay que fomentar las barricadas de las ideas, de las formas de denuncia y oposición a la antidemocracia que tantos intelectuales jalean o aceptan en silencio porque sirve a sus malditos intereses”.

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