Sin socorristas en la playa más turística de Galicia y con una 'faneca brava' bajo el pie

Praia de Silgar, en Sanxenxo (Pontevedra).
Sanxenxo_-_Praia_de_Silgar
Owen O’Toole, ciudadano irlandés de 57 años, moría en el arenal de Vilar cuando intentaba rescatar de las corrientes del mar a su hijo. Incomprensiblemente, allí no había ni un solo socorrista.
Sin socorristas en la playa más turística de Galicia y con una 'faneca brava' bajo el pie

No es normal que no haya habido servicio de socorristas en la mayor parte de las playas gallegas hasta ayer lunes 1 de julio. ¿Es así como queremos desestacionalizar el turismo? Esa palabrita tan larga que asoma en cada discurso de alcaldes y concejales del ramo cada vez que hablan de atraer foráneos: Queremos de-ses-ta-cio-na-li-zar el turismo y conseguir visitantes todo el año, exclaman, tropezando  siempre en las sílabas de un término que se les hace impronunciable.

En la tarde del pasado viernes, 28 de junio, pleno verano a 30 grados de temperatura, bajé a la playa más turística de Galicia, Silgar, en el corazón del municipio de Sanxenxo. Fui a recoger  a los niños después de pasar ellos unos días felices con la abuela. Y aproveché para darme un obligado chapuzón. Fue introducir un pie en el mar, el izquierdo, y sentir la inmediata inyección certera de una faneca brava (ese diminuto pez que responde al nombre científico de Trachinus vipera). Esperé unos instantes en la orilla por si era una falsa alarma, pero el dolor iba a más. Avancé entonces hasta la caseta de socorro. Allí no había un alma. Pregunté en el chiringuito y enseguida me lo confirmaban: “Hasta el día 1 no hay servicio de socorristas”.

Me quedé pasmado. La playa estaba atestada, como es aquí habitual, y no había un solo vigilante. Sí funcionaban, en cambio, y a pleno rendimiento, los chiringuitos con su música chunda-chunda, y también las pedaletas o patinetes, todos estos servicios sí habían sido perfectamente adjudicados en junio. Pero no la “cruz roja”. Y yo, mientras, caminando cojo por la playa que pasa por ser la más famosa y concurrida de Galicia.

Llego a un segundo chiringo, el que funciona pegado a la torre de vigilancia, en la mitad del arenal. ¿Tendréis un kit básico para tratar las picaduras de faneca?, pregunto. ¿Algo de amoníaco, por ejemplo? Nada de nada, contesta el camarero mientras sigue oteando el horizonte, ancho y despejado, de la ría de Pontevedra.

En el tercer bar de la playa (pues hay tres funcionando para 800 metros lineales de arena),  lo mismo. El dolor iba bloqueando los dedos del pie. Entonces, una de las chicas de la barra me hace una revelación: “Haz como los surfistas: méale encima al pinchazo; ya verás como calma”. Fui al WC. Primero apreté fuerte en la zona del aguijón (no era la primera faneca que inyectaba mis pies) y luego solté el líquido sanador…

En menos de un minuto el dolor comenzó efectivamente a desaparecer. Regresé al bar. Di mil gracias a las mozas al tiempo o que me acordé de los antepasados de las autoridades municipales.

Lo mío fue casi una anécdota. Porque el día 15 de junio, Owen O’Toole, ciudadano irlandés de 57 años, moría en el arenal de Vilar (Ribeira) cuando intentaba rescatar de las corrientes del mar a su hijo. Por supuesto, e incomprensiblemente, allí no había ni un solo socorrista.

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