¿Ser perfeccionista o ineficiente?

Hombre trabajando con su ordenador. / Szymon12455. / Unsplash
Hombre trabajando con su ordenador. / Szymon12455. / Unsplash
El perfeccionismo es una rémora para el funcionamiento de la empresa, tan necesitada de flexibilidad, rapidez de reflejos y adaptación a los constantes cambios que demanda la sociedad.
¿Ser perfeccionista o ineficiente?

La perfección está bien, pero en su justa medida. En exceso, se convierte un problema para sí mismo y para trabajar en los equipos, sobre todo si se trata de un directivo o líder, pues somete a estos a una supervisión innecesaria hasta agotarlos. Los efectos negativos de esta actitud los soportan los demás y también la propia víctima, porque, a menudo, padece ansiedad, estrés e incluso puede acabar sufriendo depresión.

Es importante superar el problema cuanto antes por el propio bien y el de la corporación. Cuando una persona es demasiado perfeccionista se convierte en ineficiente porque pierde demasiado tiempo en los detalles consigo mismo y con los demás.

El perfeccionismo es una rémora para el funcionamiento de la empresa, tan necesitada de flexibilidad, rapidez de reflejos y adaptación a los constantes cambios que demanda la sociedad.

Las personas perfeccionistas se enredan en dar vueltas a las cosas, en revisar el trabajo una y otra vez, en perderse en los detalles. A menudo, establecen procedimientos estrictos que no aportan calidad y fijan rutinas innecesarias que en nada contribuyen a mejorar los resultados.

Tenemos un problema si consideramos que es bueno ser perfeccionistas, porque ni lo es para el individuo ni para quienes lo rodean, ya sea en sus relaciones personales o profesionales. Hay que saber que lo contrario del perfeccionismo no es el trabajo descuidado, ni mucho menos, sino la solución de problemas con calidad, eficacia y en el plazo previsto.

Existen muchos tipos de perfeccionistas. Unos son personas obsesivas, meticulosas hasta el límite, que trabajan mucho más de lo necesario, que renuncian a su bienestar y que hacen la vida imposible a quienes tienen al lado. Otros llegan a confundirse con los procrastinadores, porque retrasan la ejecución de sus tareas ante el temor de no estar a la altura de las exigencias. Con independencia de su actitud, lo que subyace, aunque no se reconozca, es:

Potenciar la autoestima. Detrás del perfeccionismo suele enmascararse un pobre autoconcepto, alguien que requiere imperiosamente del reconocimiento de los otros. Las personas con una autoestima saludable, seguras de sí mismas, saben que no son perfectas y que pueden cometer errores. Por eso no se hunden ante las críticas, sino que aprenden de ellas. Además, su bienestar no depende de que los demás les digan lo que valen.

Ajustarse a lo necesario. Un trabajador eficiente al que se le pida hacer un escrito, lo hará de forma correcta, con la redacción adecuada para el fin que persigue y sin cometer errores, lo revisará y lo entregará en el plazo más breve posible. Un perfeccionista podrá escribirlo en verso, pero tardará más y resultará del todo innecesario.

Rebajar la autoexigencia. Conviene moderar las expectativas. Cuando una persona se relaja es más eficiente porque deja de buscar fallos y de perseguir la quimera de la perfección. Al ser indulgente consigo misma, también lo es con los otros. El perdón debe ser parte de la cultura empresarial y permite que las ideas afloren y el trabajo fluya.

Pedir ayuda. Los equipos que trabajan de forma autónoma, con atribución de responsabilidades y sin demasiada supervisión son los que mejor funcionan. Las organizaciones necesitan líderes resolutivos, que no se pierdan en la rutina y que sepan delegar.

Trabajar la flexibilidad. El perfeccionismo tiene mucho que ver con la rigidez; por el contrario, las empresas necesitan líderes flexibles que sepan adaptarse a las novedades, que no se paralicen ante ningún reto, que creen un buen clima en sus equipos, que escuchen, que disfruten de su vida personal, que utilicen el sentido común. @mundiario

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