La Semana Santa hizo que en muchas personas afloraran dos sentimientos contrapuestos

Una imagen de la guerra de Ucrania. / RR SS
Una imagen de la guerra de Ucrania. / RR SS
El primero, de alegría por recuperar la normalidad, la bendita rutina, y el segundo de tristeza por el salvajismo de la guerra que está masacrando a Ucrania.
La Semana Santa hizo que en muchas personas afloraran dos sentimientos contrapuestos

La dulce resaca de los días de asueto de la Semana Santa invita a una tregua frente a la dura realidad económica, con la inflación como estrella, para compartir con los lectores dos sentimientos contrapuestos que brotan de la realidad social.

El primero, alegre y emocionante, es la recuperación del ciclo vacacional de la Semana Santa. Superada la pandemia “por decreto”, estos días hemos vuelto a la normalidad: a los viajes y atascos, al bullicio de las calles y playas, a las visitas a museos, a la movida nocturna, a los cálidos encuentros familiares, a departir con amigos y conocidos...

Y hemos recuperado los desfiles procesionales de gran vistosidad y belleza, profundamente arraigados en nuestra cultura que comprendían siglos de historia en una mezcla de tradición religiosa y bullicio social. Ferrol, Viveiro o Fisterra, por citar las localidades con celebraciones más llamativas, volvieron a concitar la atención popular atrayendo a curiosos y creyentes que en las calles y templos participaron en las procesiones y ritos religiosos. ¡Bendita rutina de siempre!.

Esta alegría general por recuperar la vieja normalidad estuvo empañada por el segundo sentimiento, la tristeza por la guerra en Ucrania que lucha por sobrevivir, pero se desangra masacrada por la atrocidad criminal de las tropas rusas. Estremece ver sus ciudades y pueblos destrozados por la metralla, cadáveres atados y mutilados en las calles y refugios, millones de exiliados y desplazados dentro del país, a familias rotas de dolor por la muerte de sus seres queridos, a adultos y niños deportados a Rusia...

Detrás de esto que conocemos hay otras tragedias, como torturas brutales a la población civil y miles de violaciones de mujeres menores de edad y adultas –es aterrador el relato de Isabel Munera (El Mundo, 11.04)–, víctimas del salvajismo del ejército ruso. Una atrocidad.

Las imágenes de tanto horror muestran la perversidad humana, el gen cruel que anidó en las entrañas de un personaje como Putin, un autócrata sin escrúpulos, que está aniquilando a una nación cuyo delito es querer elegir su destino de vivir como un país libre.

La embestida de Rusia es más salvaje estos días con una ofensiva feroz que descarga sobre Ucrania un diluvio de fuego y presagia la devastación total. Los ciudadanos, víctimas de tanta barbaridad, defienden los valores de su nación frente al invasor con resistencia numantina y simbolizan la defensa de nuestro modelo democrático.

Por eso, en palabras del historiador alemán Heinrich Winckler, si Occidente capitula ante Rusia y no defiende a Kiev se estará negando a sí mismo y consintiendo que el sátrapa Putin amenace a todo el planeta. @mundiario

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