Sara se dispone a ser infiel, lejos de la rutina de lujo a la que está encadenada

Tacones, camino de la infidelidad... / Facebook
Tacones, camino de la infidelidad... / Facebook

Como ya había guardado a buen recaudo sus promesas, pudo deleitarse pensando en que iba a volver a ver a Matías. Volvió a sonreír. ¿Podrá olvidarse de su rutina?

Sara se dispone a ser infiel, lejos de la rutina de lujo a la que está encadenada

Como ya había guardado a buen recaudo sus promesas, pudo deleitarse pensando en que iba a volver a ver a Matías. Volvió a sonreír. Por fin podía olvidarse de la rutina...

Sara es baja y lo sabe, pero no por eso tiene que parecerlo. Jamás iría a una cita sin sus stilettos. El único problema que tiene es que no sabe caminar rápido con ellos, le pasa lo que dicen algunas mujeres sobre los hombres: que no saben hacer dos cosas al mismo tiempo; en su caso, caminar y llevar la maleta. Así que, decidida como es, optó por quitárselos y echar a correr por el aeropuerto descalza porque, como siempre, llegaba tarde. Le daba igual que la gente la mirara… ¡No perdería ese avión!

Cuando, por fin, se sentó en su asiento, después de hacer el ridículo y antes de que despegaran, confirmó su reserva en el mejor hotel del centro de la capital: una habitación doble con vistas a toda la ciudad. Después, le mandó un mensaje a Roberto, su marido:

- Ya estoy en el avión. Nos vemos a la vuelta.

Se quedó mirando su alianza, la quitó despacio del dedo anular de su mano derecha, leyó su grabado “Para siempre” y la definición de siempre rondó por su cabeza , demasiado tiempo… seguidamente, la guardó en el bolsillo interior de su bolso de Prada, junto con todas las promesas que le había hecho durante trece años de monotonía a su marido.

Como ya había guardado a buen recaudo sus promesas, se pudo deleitar pensando en que iba a volver a ver a Matías. Volvió a sonreír. Por fin podía olvidarse de la rutina lujosa a la que estaba encadenada. Mucho dinero, muy poco cariño.

Al llegar a su destino, allí estaba él, sonriente, con su habitual ramo de rosas rojas. No era capaz de avanzar más rápido (zapatos bonitos, es verdad, pero no son los adecuados para correr).

Matías sonreía sin ganas, pero era consciente de que tenía una sonrisa bonita y eso era más que suficiente.

Suena el móvil de Sara. Roberto llamando, dice la pantalla de su smartphone.

- He llegado bien… Ajá… Tengo que dejarte. Acuérdate de recoger a los niños… ¡Me da igual, sólo busca tiempo para tus hijos o si no encárgate de que Mayra vaya a buscarlos! Ay… Te dejo, que llego tarde.

La voz de Matías le gustaba mucho más, era tan dulce… le hacía sonreír. En cuanto le dio al botón rojo del móvil, se lanzó a sus brazos. Agarrados como adolescentes, se metieron en un taxi, para ir ya derechos a su suite. 

Después de un viaje lleno de besos y carantoñas, llegaron al hotel y, por supuesto, pagaría por adelantado Sara, porque Matías no tenía ni para el taxi. Aunque ella eso no lo sabía. Se acercó elegante al mostrador con su vestido negro ceñido y se dispuso a gestionar su reserva.

- ¿Roberto? Soy Matías… Sí, tranquilo, no me oye… Está todo hecho, podrás demostrar su infidelidad y quedarte con los niños. Seguro que con Carlota te va mejor... Sí, cámaras puestas… Por eso no te preocupes, ya me pagarás a la vuelta. Siempre lo haces.

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