¿Tendrá el Halloween cualquier indicio de relación con nuestra cultura?
Libremente traducido sería "víspera de todos los santos" y no es más que una importación, u otra más de la colección, de una tradición de raíces anglosajonas.
Desde hace unos años, no demasiados, hemos asimilado con papanatismo y entusiasmo, una vez más, una festividad en este caso propia de una parte del mundo anglosajón que nos coloniza con fuerza avasalladora; hecho curioso en esta España, con tan larga historia, tradiciones y costumbres propias.
Calles y escaparates son invadidos por símbolos como la calabaza, la sangre, los dientes de vampiro, brujas con escoba y capirote, los colores rojo, negro y naranja, y los niños te ofrecen “el truco o el trato”.
Es una fiesta infantil, no habría que darle más importancia; sin embargo, me parece que es una forma inadecuada y, sobre todo, impropia de nuestra cultura y tradiciones y, en consecuencia, una forma equívoca de impregnar en los niños nuestras esencias.
Si sólo se tratara del halloween, daría la razón a quien me calificara de exagerado; pero esta facilidad para asimilar costumbres, tradiciones y cultura ajenas es muy frecuente en España; diría más: cada día más frecuente.
El fenómeno supone un pérdida paulatina de nuestras raíces, de nuestra identidad como pueblo, basados en la historia, costumbres, tradiciones, cultura, leyendas y geografía: los factores que han ido esculpiendo a lo largo de los siglos nuestra idiosincrasia. Ni mejor, ni peor que otras, ni enfrentada a las que son diferentes: sencillamente, constituyen los signos distintivos de nuestra colectividad, la española.
Damos escasa importancia al fomento y conservación de lo nuestro, ya sean costumbres, cuentos, leyendas, tradiciones, gastronomía, paisaje, cultura o lengua, y asumimos con enorme facilidad lo que viene de fuera. Es como si nos avergonzáramos de nuestra familia, de nuestros orígenes, de nuestra identidad; si esto es así estaríamos renunciando a ser nosotros mismos y pocas cosas hay peores que desconocer quiénes somos, porque la consecuencia inmediata es que no hay a dónde ir,... porque no existimos.
Tal vez, a pesar de los siglos, nos encontramos en un momento en el que somos adolescentes en busca de nuestra identidad o, lo que es más triste,, ancianos sin saber quién somos.