Romanos y contemporáneos reflejados por la crisis

Relieve sobre roca en Naqsh-e Rustam de Sapor I (a caballo), con Felipe el Árabe y el emperador Valeriano (arrodillados),
Relieve sobre roca en Naqsh-e Rustam de Sapor I, con Felipe el Árabe y el emperador Valeriano . / RR SS
En la Historia, cada acontecimiento es único, aunque, hay ocasiones, en las que nos encontramos con circunstancias históricas similares, en períodos completamente alejados, que nos pueden servir para comprender mejor la realidad.
Romanos y contemporáneos reflejados por la crisis

No hace falta más que encender el televisor, leer el periódico, o charlar con transeúntes por la calle, durante estos últimos años, para darnos cuenta de los numerosos conflictos abiertos, a los que se enfrenta la sociedad del siglo XXI: la inestabilidad política, las crisis económicas periódicas, los cambios en las mentalidades (que no tienen siempre por qué ser malos), las incesantes luchas de poder, de algunos, por extender, militarmente, las fronteras de sus naciones, el miedo a las nuevas enfermedades conocidas, o, el ambiente de incertidumbre, en el que vivimos, crean una sensación de intriga de la que sacamos en claro solo que no sabemos qué será de nosotros mañana. Sin embargo, habitualmente, las respuestas las tiene la Historia.

Durante las situaciones trágicas, de crisis, se extiende entre la población, generalmente más adulta, la típica expresión: ¡Cómo esta crisis no ha existido otra igual! Sin embargo, eso no es siempre cierto al cien por cien, puesto que, en la Historia, cada acontecimiento, que se produce, es único en su contexto, aunque, hay ocasiones, en las que nos encontramos con circunstancias históricas bastante similares, en períodos completamente alejados, que nos pueden servir para comprender mejor la realidad.
Al escuchar, hace poco, esa frase, de pronto, el eco de sus palabras me hizo recordar, en la mente, un convulso momento histórico, en el que la crisis también había azotado duramente a la población, al igual que en estos últimos años convulsos del siglo XXI; el siglo III, una centuria golpeada por la inestabilidad, en todos sus aspectos, que provocó, seguramente también, el miedo entre todos los habitantes del Imperio romano. 
Se me ocurrió, entonces, la hipotética pregunta, de la que parte este artículo, que os traigo: ¿Está el mundo viviendo un nuevo siglo III? 

Ciertamente, de ante mano, os digo, que no pretendo responder a esta pregunta, puesto que creo que es solo labor del lector dar su opinión al respecto, pero sí que voy a aportar los datos necesarios para que cada uno de ellos saque sus propias conclusiones, si lo desea. Empecemos, pues. El primero de los ámbitos, al que afectó la crisis del siglo III, fue el organigrama político; sobre él, un gran número de emperadores se sucedieron, durante el transcurso de la anarquía militar, con el único deseo de ostentar el púrpura, bajo cualquier coste. Sin embargo, estas mismas circunstancias encuentran su similitud, también, en el siglo XXI, momento temporal en el que los gobiernos de las naciones modernas no duran lo más mínimo; en muchos de los casos, ni una legislatura completa, y, la oposición, más que pedir al gobierno medidas para mejorar la situación del país, solo ansía tirarse a la yugular de su enemigo, para quitarle el sillón de mando. Ejemplos hay muchos, como el caso español, o el italiano.

Sin embargo, en toda Europa encontramos la misma sintonía general al respecto.
De igual forma, durante el siglo III, el Imperio romano también experimentó una dura crisis económica, que casi llegó a desembocar en la ruina del Estado. Los motivos fueron muchos, pero se pueden resumir en: el mantenimiento de las tropas fronterizas en el limes (los límites de Roma), y la presión de los bárbaros. Las consecuencias no se hicieron esperar, y fueron muy acuciantes y numerosas: se devaluó la moneda, gran parte de la población abandonó las ciudades, por el deseo de no pagar grandes impuestos, y la peste se extendió por el Imperio, de forma muy virulenta.

Desde mi parecer, el panorama económico romano no distó, tampoco, mucho, de la situación que viven un gran número de países durante el siglo XXI, en la que numerosos gobiernos se endeudan, gastando más de lo que tienen, provocan la devaluación de su moneda (el caso griego reciente, o la crisis venezolana), y obligan a pagar, a sus ciudadanos, impuestos asfixiantes, debido a la mala gestión de sus políticas.
Incluso, a la crisis política y económica del siglo III también se le unió el problema militar del Imperio, puesto que Roma debía de mantener sus límites a salvo del ataque de los bárbaros, y necesitaba cada vez más recursos económicos, que permitiesen su mantenimiento. De hecho, han sido muchos los historiadores que han visto en el problema militar la principal causa de la crisis del siglo III. Sin embargo, yo creo que el problema militar fue un elemento más, que llenó el cúmulo de problemas abiertos en la administración romana durante esta centuria, y que, incluso, encuentra similitud en el siglo XXI, puesto que algunos gobiernos invierten grandes cantidades económicas en presupuestos militares, con la única intención de ampliar sus fronteras, reivindicar territorios como suyos (caso de Crimea), o simplemente, alardear de su poder en el mundo (Estados Unidos y Corea del Norte). Sin embargo, no se dan cuenta que esta acción, en épocas de bonanza, suele ser atractiva al sector de los votantes, pero, cuando se realiza durante momentos de escasez, suele resultar un mero tinte electoralista. Por último, la crisis del siglo III también supuso un cambio en las mentalidades de la sociedad romana, y, aunque parezca mentira, se pueden ver similitudes, también, en el siglo XXI. 

En Roma se iba haciendo cada vez más popular una nueva forma de ver el mundo, introducida por el cristianismo desde los siglos I y II, en la que todos los hombres eran iguales a los ojos de Dios, y tenían un mismo destino: la muerte. Sin embargo, con la crisis, el cristianismo intensificó su presencia en el Imperio, debido a que su número de adeptos creció de manera sorprendente, suceso que podemos demostrar porque, sobre todo Decio y Valeriano, viendo en los nuevos cristianos un posible peligro para el Estado romano, decidieron perseguirlos, aprovechando el transcurso de una grave peste, de la que culparon a los cristianos, para corroborar su exterminio, a lo que ellos consideraban pensar de forma ajena al paganismo del Imperio.

Esta manera diferente de ver la realidad suele incentivarse en momentos de crisis, y, de hecho, también se da en el siglo XXI. Pues, las nuevas generaciones presentan un modo de ver el mundo distinto, a veces aperturista, y otras veces no, que ansía cambiar el sistema, y mejorar, desde su propio juicio, el mundo en el que viven.
Los ejemplos sobre estos nuevos movimientos sociales de pensamiento son muchos, y van desde el feminismo hasta el ecologismo. Sin embargo, todos ellos comparten un fin común: reivindicar y atajar los nuevos problemas sociales surgidos en un mundo en constante reinvención.

No deseo con mi discurso demostrar que el siglo III y el siglo XXI sean iguales, ni, por asomo, pretendo hacerlo, puesto que no sería verdadero mi juicio. Lo único que ansío, con este intercambio de problemáticas económicas, políticas, sociales y culturales es poner de manifiesto que, pese al largo camino realizado por el mundo moderno, en el que hemos avanzado tecnológica, científica, social, y humanamente, existen posos histórico-antropológicos, de los que solo la Historia, y en este caso los romanos, nos pueden ayudar a entender cómo salvar nuestros propios conflictos diarios, puesto que, pese a que la Historia no se repite, a veces nos llegan sombras en el presente de su pasado. @mundiario
 

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