En la ribera del Torres, travesuras cargadas de manzanas y jocotes

Niño jugando.
Niño jugando.

Así disfrutaban los niños en los ríos de San José, cuando eran limpios y en sus riberas cada día la “vida buena” florecía, llena de risas y alegrías.

En la ribera del Torres, travesuras cargadas de manzanas y jocotes

Día tras día, en el verano guadalupano, nos juntábamos en el río Torres, allá en la parte baja del Miraflores y aunque no era cristalino, lo cierto es que nunca nos enfermó.  Ahí, con ramas y troncos nuestras represas construimos y  a "saltar las piedras" en el agua aprendimos.

A "mano pelada" el puente del Tacho cruzar guindando o treparse al generoso árbol de jocotes que estaba en su orilla, lo cierto es que no pocas veces escuchábamos a algún güila gritar, porque la traicionera rama del palo se quebró o porque no le alcanzaron las fuerzas para llegar.

Las apetecidas manzanas de agua al otro lado del río y las excursiones por el cafetal hasta el enorme potrero alcanzar, donde la mayor de las aventuras era las vacas o algún toro "espantar".  El juego era sencillo "tirarles una piedra y a toda máquina correr" porque de primero a la cerca había que llegar y así la vida a buen resguardo poner.

Era "la vida buena" de los setentas que disfrutamos los carajillos del Miraflores, la de días eternos, de energía sin igual, donde no conocíamos el cansancio, ni el asma, ni el estrés.

No pocas veces, permanecíamos en nuestro mágico río hasta bien entrada la tarde, cuando en la rotonda que su ribera bordeaba, un largo retumbo se escuchaba, era la voz de alguna mamá que sin necesidad de megáfono, el nombre de alguno de la " barra" a todo galillo gritaba, era el tiempo de parar, era el momento de partir, a "guardar los sueños" y al Torres regresar, con sus manzanas, sus jocotes y nuestras travesuras cargadas de emociones.

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