Reivindicando a Ignacio Aldecoa, un gran escritor español olvidado, maestro del cuento

Ignacio Aldecoa.
Ignacio Aldecoa.

Con Aldecoa, aprendemos una forma de mirar que nos reconcilia con las sensaciones perdidas y nos proporciona esa clase de goce que nos rescata entre el vértigo de nuestro tiempo.

Reivindicando a Ignacio Aldecoa, un gran escritor español olvidado, maestro del cuento

Hace unas semanas, hurgando en mi biblioteca, reparé en un lomo discreto y ya amarillo por los años: Ignacio Aldecoa. Cuentos completos 1, me decía. Me llamaba desde tiempos muy antiguos de mí mismo. En su primera página, mi anotación: “febrero /marzo 1992”. Fue un tiempo de tránsito de la casi exclusividad de lectura de poesía a otro de lecturas mucho más diversas. No fue un paso sencillo para mí que, por aquellos años, idolatraba la poesía en detrimento de la prosa, que me parecía – salvo contadas excepciones - producto de una incontinencia verbal de muy escaso interés.

            Releyendo ahora este libro, me confirmo plenamente en mi impresión de entonces. La excelente y densa prosa de Ignacio Aldecoa era digna sucesora de la mejor poesía que había leído hasta aquel momento. Me mostraba un nuevo camino, en el que era posible conciliar la belleza, la delicadeza en el nombrar, con la pertinencia de un relato. Lejos de esas largas narraciones que parecen el curriculum vitae de sus personajes, que no aportan la creación de un espacio en el que nos sea posible sentir su humanidad más cercana, los cuentos de Aldecoa – muy cortos en la selección de este primer volumen – nos presentan unos personajes variopintos de los que apenas sabemos unos detalles de sus vidas, a menudo desprendidos de unas acciones muy cotidianas. De ellos, disponemos de una sobria descripción, de unas pocas palabras, unos gestos, unos ademanes y unas poses, que se ciñen al reducido espacio de tiempo que comprende el relato. Pero, con solo esos pequeños trazos, nos basta para llegar a su hondura.

            A menudo, estos personajes son hombres – los femeninos escasean – vencidos por los requerimientos de la vida, limitados, atrapados en su destino. A veces acometen la tarea de la felicidad, pero siempre miran al futuro con tristeza. No esperan nada más allá de lo mismo, de lo único que son capaces de imaginar desde su mente desabastecida, en una España de la posguerra, inmersos en la sombra del franquismo.

            Aldecoa, en cada cuento, hace un hermoso ejercicio de alteridad, de comprensión, de fuerza compasiva. Como ocurre en muchos de los creadores de su época - tanto en la literatura como en el cine -, el narrador adopta un aire de ángel benevolente que observa y describe, tocado de afectividad, los quehaceres y la desazón de los hombres. Pero él no hace exaltación de esta actitud – como otros-, sino que la sostiene con discreción, implícitamente, en esas descripciones que parecen aproximarse a la objetividad, pero que están teñidas de una mirada personal ineludible. Desde sus bellas palabras, observamos esas alegrías ínfimas, los debilitados denuedos, la intrepidez frente a las invencibles dificultades. Casi siempre, la descripción psicológica  se basta con los signos exteriores, con su indeliberada elocuencia. Pocas veces precisa apoyarse en la indagación de sus pensamientos más callados.

            No sabemos apenas nada del antes y del después de unos personajes trazados con las meras pinceladas que corresponden a unos minutos, a unas pocas horas de su vida. Se nos ofrece su intimidad en una escena sobre la que planea una congoja, un temor indefinido, una débil alegría, un vivir manchado de oscuras certidumbres.

            Es la suya una prosa detallada, sin prisa, contenida. No es una escritura que se imponga con una exhibición de pasión sino que prefiere mostrarnos una discreta puerta hacia un gran fondo donde ocurren los más graves sentimientos. Son frases cortas, a menudo limadas hasta el límite de su esencialidad. Encontramos el verbo exacto, que a veces adjetiva. Se permite hermosos neologismos. No se aparta del adjetivo ajustado. Incluye también el sustantivo inusual, que emplea con humildad. A veces, describe objetos de entonces, de aquel mundo más sencillo en el que lo tangible era mucho más relevante que en estos tiempos de mayor disposición a la realidad virtual.

            Los cuentos se inician con la descripción de un paisaje detallado, cubierto de imágenes poéticas, hecho de naturaleza, siempre tamizada por su relación con el hombre. Otras veces, el inicio es la imagen detenida de la escena que luego pondrá en movimiento. Es como si pudiéramos observar el entorno de los personajes, el mundo de las inquietudes en las que vivirán durante unas pocas páginas. Los objetos no están aislados sino que evocan las manos que los manipularán, las que los han palpado. Después de esta introducción, el relato avanza en diálogos que de por sí son elocuentes, pero a los que el autor añade comentarios que nos envuelven en la proximidad de sensaciones decisivas.

            Maestro del detalle, su prosa está hecha de delicada paciencia. Las historias nos remiten a fragmentos de existencia. Surgen y se extinguen con la naturalidad con la que maneja las palabras. Nos introduce en mundos distintos, en lenguajes diferentes. Tenemos noticia de una anécdota perfectamente ajustada a la contenida duración del relato. Nos regala la expresión singular, el hallazgo más inesperado. Es prosa que no nos impele a correr al encuentro de su final sino que nos invita a pasear por ella con la lentitud necesaria; incluso, a detenernos; o, más allá, a volver atrás para admirar una frase que nunca es un destello inconexo sino que parte siempre de la luz a la que hemos sido invitados.

Ignacio Aldecoa es actualmente – como tantos otros de calidad sobresaliente - un escritor en desuso. No se encuentra ningún recordatorio en las páginas literarias de los periódicos. Su excelencia está oculta tras el alud anual de mediocridades. Tal vez los vitorianos, por aquello del orgullo del paisanaje, tengan más suerte y las nuevas generaciones gocen de la oportunidad de conocerlo. Fue un hombre que murió joven, que no tuvo una biografía destacable, que no obtuvo premios sonoros. Es cierto que su escritura requiere de un detenimiento difícil de obtener, en estos tiempos, para los muchos que están habituados al bombardeo de novedades invasoras, a los ritmos apremiantes. No nos habla de nuestro tan pródigo presente y ni siquiera de esos personajes históricos tan apreciados por muchos lectores, sino de hombres y mujeres corrientes, anclados en existencias nutridas solo por unos pocos elementos, viviendo una intensidad que no está hecha de sucesivos estímulos, de grandes sucesos, sino de la íntima relación con el hecho de la vida. Ignacio Aldecoa es un escritor perspicaz, que sabe captar la particularidad de cada ser, su singular y emotiva relación con el mundo. Con la lectura atenta de sus cuentos, de sus novelas, aprendemos una forma de mirar que nos reconcilia con las sensaciones perdidas y nos proporciona esa clase de goce que nos rescata entre el vértigo de nuestro tiempo.

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