Reivindicación de la edad de platino

Dos mujeres.
Dos mujeres.
A modo de carta a Edith, la autora reivindica la vejez, o como ella lo llama "la edad de platino".
Reivindicación de la edad de platino
A vos, Edith:

Estás en tu mundo y no sabés que en el mío la vida es diferente. Se trabaja, se dedica paciencia al prójimo para ayudarlo. Nos esforzamos ridículamente para llegar a no sabemos dónde. No dimos la vuelta todavía. Vos irrumpiste en mi consultorio en un día en el que yo ya había perdido las ganas de seguir subiendo la cuesta.

(Para que los lectores tengan tu perfil: apellido alemán, ochenta y cinco años, jogging, algunos kilos de más, pelo corto, con pocas canas alrededor de tu cara regordeta).

— Hola, Edith ¿cómo estás?

— Mal.

— ¿Por qué, mal?

— Porque estoy vieja.

Sentí amor, de ese que sube, invade y hace que todo tenga sentido.

— Te quiero, Edith.

— ¿Eh?

Me bajé el barbijo, y modulé:

— Que te quiero.

— ¿Y por qué me querés?

— Por lo que dijiste.

— ¿Qué dije?

Te lo repetí.

— Es que no quiero vivir más.

—¿Por qué? ¿Estás enferma?

— No. Estoy perfecta. Estoy sana. Pero cansada. Ya está. Quiero irme. Ya no tiene sentido estar acá.

— Sí tiene, Edith. Hoy me hiciste reír y me cambiaste el día. Te necesito.

— ¿En serio? Bueno, un ratito.

Te pido datos, fecha de nacimiento. Marzo.

— Soy de Piscis, por eso soy así.

— (Cada vez te quiero más).

Te expliqué que iba a calibrar los audífonos para que oyeras mejor. Retirabas por primera vez los tuyos, nuevos. Sabía que no querías usarlos.

— ¿Tengo que usar dos? ¿Por qué?

— Porque tenés dos orejas, Edith.

(Te reíste)

Hice toda la calibración. A pesar de oír fenómeno, insististe:

— ¿Tengo que estar con esto eternamente?

— De a poco, Edith, vas agregando horas por día y después los vas a usar todo el tiempo. Te va a cambiar la vida.

— La vida no me la cambia nadie. Estoy vieja.

— Sí, pero estás regia.

— Eso te parece. ¡Qué lindo tu pelo! Siempre quise tenerlo blanco. Y tu brillo…

(hablamos del pelo un rato)

Te pregunté si vivías sola:

— ¡Gracias a Dios!

— ¡Por supuesto! (Esta vez me reí yo)

— Me gustaría tener novio, ¿eh?

— ¿En serio, Edith?

— Sí, pero para salir, comer, no para que se quede en mi casa…

— Claro, eso es lo ideal.

Tu hija, que te acompañaba, estaba a años luz de nuestra charla.

— ¿Te puedo contar un secreto?

— Por supuesto, Edith.

— Mi novio de los dieciocho, me llama todas las mañanas.

— ¿En serio? ¿A qué hora?

— No sé, debe ser a la hora en que su mujer no está.

— Ah, ¿la mujer no sabe que te llama?

— Ni idea. Ni me importa, problema de él.

— ¿Y se ven?

— No, nunca, prefiero no verlo.

— ¿Por qué?

— Porque esta gordo y feo.

— ¿Y cómo sabés?

— Porque cuando  nos reunimos cada tanto en el grupo de egresados del colegio, lo veo. Bueno, feo no está. Pero gordo, sí.

— A él le debés gustar, Edith, porque si no, no te llamaría todas las mañanas.

— A lo mejor.

Te explico lo de los audífonos. Sé que no los vas a usar porque sos una rebelde eterna. Te veo salir del consultorio apoyada en tu bastón. Tu jogging que no te favorece, tu caminar lento. Y tu hija a tu lado, más joven, pero sin tu locura, ni tu brillo.

Al marcharte, de golpe, creo.

Gracias, Edith.

Dice Eduardo (Halfon) en su relato “Twaineando” incluído en El boxeador polaco:  “Que espléndida sería la vida si naciéramos ya viejos”.

Pero en los últimos años nos azotaron varias plagas para extinguir a una generación, ya sea por gerontofobia o edadismo, la discriminación más intensa después del sexismo y el racismo; o por esta pandemia que nos encerró e hizo de la informática la única forma de comunicación los dejara afuera y aislara. Van muriendo por el virus, por la soledad, por la  marginación, por las pocas ganas.

Si le contara a Edith, que en Japón un 50% de las personas de más de 70 años está trabajando o participando en un voluntariado, o actividades comunitarias y hobbies, no me creería. El 70% de las empresas niponas ampliaron la edad de la jubilación, influyendo en una mayor tasa de empleo para las personas de la tercera edad. Ella, y muchos en nuestro país, dirían que ya es tarde. Pero su capacidad para el amor no se jubila.

Te quiero y te necesitamos, Edith.

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