Reflexiones en tiempo de pandemia: el odio y la envidia

La envidia humana es un sentimiento tan histórico como la civilización.
La envidia humana es un sentimiento tan histórico como la civilización.
“Los mejores son odiados, Renatto. Sobre todo en los países donde hay escasez de todo, todo.”
Reflexiones en tiempo de pandemia: el odio y la envidia

El 17 de abril se conmemoró un año de la partida física de Alan García –dos veces presidente constitucional del Perú–, quien prefirió la muerte antes que el escarnio y la humillación personal, familiar y partidaria. Ese día, luego de realizar el en vivo, en Instagram, con mi amigo y compañero, de ideales políticos, Martín Bernabé leí un excelente artículo titulado Las Metamemorias de un demócrata indoamericano de autoría de Claire Viricel. Este artículo, como la misma vida política de Alan García, me llevó a unas reflexiones que las comparto con todos.

Primero: En toda la historia documentada del Perú siempre el odio y/o la envidia nos dividió en dos terribles bloques, no haré juicios de valor histórico, pero lo concreto fue la existencia de estos bloques: Atahualpa vs Huáscar, Pizarro vs Almagro, leales a la Corona española vs los encomenderos, independentistas vs realistas, Gamarra vs Santa Cruz, Castilla vs Vivanco, Piérola vs Cáceres, Leguía vs civilistas, APRA vs antiapristas sumado a que, en la mayoría de esos casos, la división de este odio confrontacional “hasta la muerte” sucedió también entre norte y sur del Perú. En lugar de avanzar como Nación, en los problemas sociales que sabemos, se sigue en ese vil odio y envidia que es una constante en la historia peruana desde antes de la caída del imperio incaico. ¡Terrible! Parece que algunos, por no decir muchos, necesitan envidiar y odiar al más cercano. ¡El odio es su oxígeno!

Segundo: Claire Viricel me dice: “Los mejores son odiados, Renatto. Sobre todo en los países donde hay escasez de todo, todo.” Es cierto porque, sin ser psicólogo, la envidia y el odio son los sentimientos nacidos en pobres almas que no pueden aceptar que el compañero de aula, colegio o universidad, o el conocido de años o el vecino, le vaya mejor profesionalmente que a los otros. La envidia y el odio son los sentimientos del fracaso, son la manifestación de tirria de quien no acepta que existen soles que brillan. Ni que decir en países, como el Perú, donde la escasez de lo intelectual es una triste realidad desde el mundo de la academia y/o letras hasta el mundo político donde, de todos los ex presidentes de los últimos 40 años, el más culto era Alan García, tal vez esta razón haya sido la más poderosa de tanta envidia y odio contra él. En un país de mentes inferiores, a un coeficiente intelectual (C.I.) mayor que 100, no se le admira a la mente culta y lúcida, se le envidia, se le destruye con la mayor ponzoña vista.

Tercero: La envidia y el odio pueden nacer de personas que se sienten fracasados en el aspecto familiar, se perciben como malos esposos o padres de familia, en el aspecto profesional, no se sienten realizadas son los eternos bachilleres que tienen que mentir que sí tienen el título profesional. Es decir, es el sentimiento nacido de la derrota personal, pero como no se acepta así mismo, lo tiene que volcar con el prójimo que le va mejor en la vida. Lo estratega o lógico sería que se vuelvan amigos de quien le va bien, pero no, estos pigmeos destilan lo más oscuro de sus almas.

Cuarto: En la historia universal, los inmortales han sido envidiados y odiados. El gran Julio César fue odiado por Pompeyo, su otrora yerno y aliado político, luego fue odiado por las manos que lo asesinaron como Bruto y Casio. Su heredero político, el joven Octavio, que luego sería el primer emperador romano llamado Augusto, fue odiado a muerte por Marco Antonio, que jamás aceptó que él fuera el heredero de Julio César, ni que decir de Cleopatra que quería entronizar al pequeño Césarion en el trono de Alejandría y Roma, a la vez. El mismo Jesucristo fue envidiado y odiado por los sumos sacerdotes judíos Anás y Caifás que hicieron de todo para que lo crucificaran, no comprendieron que su mensaje trascendía este mundo. Luego tenemos al famoso Carlos V envidiado y odiado por todos sus contemporáneos desde Enrique VIII  de Inglaterra hasta Francisco I de Francia. Ellos no podía soportar que un joven Carlos V fuera Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Rey de España, soberano de los Países Bajos, del Milanesado y de Nápoles, sumado a que era el rey en su imperio ultramarino en las Américas destacando, por sus riquezas, los virreinatos de Nueva España y Perú. Luego recuerdo los odios enfermizos que padeció el Emperador Napoleón por casi todos los europeos de comienzos del siglo XIX que les dolía ver a un corso en el trono francés y que llegó a dominar casi toda Europa. Ni que decir de las envidias y odios que sufrió Sir Winston Churchill dentro del partido Conservador como de sus rivales en el laborismo. El único británico, que mucho antes de la Segunda Guerra Mundial, sabía de la gran amenaza que representaba el nazismo, era ridiculizado, hasta por sus propios “compañeros” de partido, como un “extremista” o “loco” o  “radical”. Luego de la invasión nazi hacia Polonia, renuncia Chamberlain y Churchill asume el gobierno en la hora más difícil de la historia británica cuando el mundo entero se jugaba la libertad ante un totalitarismo criminal como el nazismo. Así puedo escribir varios párrafos sobre inmensas personalidades que padecieron envidias y enfermizos odios de una gentuza que jamás tendrá la gloria de la historia. En el Perú, recuerdo dos casos quienes fueron Víctor Raúl Haya de la Torre que sufrió tal odio, que intentaron asesinarlo a él como al APRA de todas las maneras posibles, fue un holocausto peruano como escribió Luis Alberto Sánchez en el libro Perú: Retrato de un país adolescente. Haya de la Torre fue tan odiado que recién de anciano, le dejan tener un cargo público como Presidente de la Asamblea Constituyente. Para la gentuza no le importaba que Haya representaba el 35% de peruanos, los tenían que marginar como si fuera los siete jinetes del Apocalipsis. El segundo caso es de Alan García, el presidente peruano que generó tremendas adhesiones como unos odios enfermizos. Sus adversarios jamás le perdonaron haber reflotado al APRA, en sus años más difíciles que fue luego de la muerte de Haya, ni ser dos veces presidente constitucional en dos siglos diferentes. Son tan mezquinos con Alan García que no le reconocen que fue un buen orador ni que hizo un magnífico segundo gobierno ni que fue un intelectual de fuste, autor de una veintena de libros, importantes para el análisis como Pizarro: El rey de las barajas y Confucio y la Globalización.

Así son estas pobres almas, llenas de envidia y odio, pero esos pigmeos jamás comprenderán el peso de la historia como sí lo comprendieron Alejandro Magno, Julio César, Augusto, Carlos V, Napoleón, Churchill, Haya de la Torre y García. La historia olvidará a los que vivieron odiando, tal vez sea su justo castigo. @mundiario

 

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