Realidad y mitos sobre los Suevos, una cuestión controvertida

Bandera sueva.
Bandera sueva.

Hay que tener cuidado con la mitificación de los suevos en general, como la de adobar el fenómeno de Prisciliano con fines políticos actuales, según destaca este autor.

Realidad y mitos sobre los Suevos, una cuestión controvertida

Hay que tener cuidado con la mitificación de los suevos en general, como la de adobar el fenómeno de Prisciliano con fines políticos actuales, según destaca este autor.

Cuando se escribe sobre el Reino Suevo y su paso por la historia de Galicia ocurre, como señala Díaz[1], que, mientras los visigodos son vistos como los primeros creadores de un Estado español, de una monarquía de ámbito peninsular, unificada, paladines de la religión católica, y esencia de la España que habrá de venir, los suevos no dejan de ser un fenómeno pasajero, sin que su contribución tenga la menor relevancia en la construcción futura de España. En este sentido, sea por razones ideológicas, por descuido o desinterés intelectual o por excesiva mitificación del aporte visigodo, los suevos se han visto relegados o ignorados incluso en las más recientes y solventes recapitulaciones sobre el devenir de la historia antigua de España.

Algunas mitificaciones, literarias y poéticas, de escaso valor histórico, por decir ninguno, sobre la historia de Galicia, no ayudaron precisamente a fijar el peso de este pueblo en la historia de España. Su historia, como señala Díaz[2] es ciertamente “oscura”. Pero lo atribuye, entre otras cosas, al carácter marginal del territorio donde desarrollan su paso por la historia ibérica, la provincia diocleciana de la Gallaecia, lo que restó interés por lo que podía suceder en este extremo “Terra relegata”. Dos excepciones, empero, rompen esa apatía: el haber sido patria del emperador Teodosio y que fuera el lugar donde arraiga con mayor fuerza la herejía priscilianista. A los suevos les faltó un gran historiador nacional que dejara constancia de su historia. Y su lugar lo ocupa el mito.

Pero no es menos cierto que sobre los suevos se ha inventado y se inventa sin parar. Uno de los elementos que se consideran falsos es la supuesta bandera con el dragón y el león. No existe un tratado solvente de vexicología que avale esa bandera, y sostiene su falsedad de manera fehaciente la Sociedad Española de Vexicología. No obstante, hay autores que dicen lo contrario y afirman que la historiografía alemana dispone de mucha más información que la española sobre el tema la simbología sueva. Apuntan que el dragón verde y el león rojo son las armas de la dinastía sueva del Reino de Galicia por que el 15 de Febrero 1669 la Catedral de Lugo se presentó un documento a la Junta General del Reino de Galicia en el que se afirma que "……de aquí tuvo principio y se originó borrar el Dragón verde y León rojo (armas de los Reyes suevos que al tiempo tenían en este Reyno su corte), y trasladar al dorado campo del escudo de sus armas, la Hostia….". Es decir, la bandera tradicional con el sembrado de cruces (que aunque hayan quedado siete en el diseño actual tampoco evocan, como explica el profesor Pardo de Guevara, a las siete ciudades del antiguo reino).

Sabemos que junto a los vándalos y los alanos, los suevos cruzan los Pirineos en 409, procedentes, según los historiadores romanos, del Elba. No obstante, el nombre de suevos engloba genéricamente a una serie de pueblos diversos. Parece que no eran numerosos y los menos fuertes, pero a partir del 429 se dedican a hacer la guerra contra los asentamientos del Noroeste, no siempre con los resultados por ellos esperados. Los que entraron en la Península Ibérica eran unos treinta mil, mezclados con las dos ramas de los vándalos asdingos y silingos y con los alanos. Durante décadas deambularon por la península, viviendo al día, del saqueo, impotentes ante las fortalezas romanas. Al final, Roma les permitió asentarse en el norte de Portugal. Pero cuando empezaron a salirse de sus límites, el rey visigodo Teodorico conminó al suevo Rekhiario para que se retirase a las zonas asignadas, al no obtener respuesta cruzó la meseta norte y en el Páramo leonés a orillas del río Órbigo tuvo lugar una dura batalla en octubre del 456 donde los visigodos derrotaron al ejército suevo.

Los suevos se retiraron a su baluarte pero los visigodos les persiguieron, entrando en Braga el 22 de octubre. El expansionismo fue cortado de raíz. Y pasaron a ser un pueblo de oscurecida historia y escasa relevancia. Pero son bandera que iza de vez en cuando el nacionalismo gallego que necesita héroes nacionales frente a España. Es muy importante tener presente esta circunstancia porque algunos intentan cíclicamente cambiar la historia.

Otras corrientes,  a mi entender de mayor solvencia, ponderan el carácter de resistencia galaicorromana frente a los suevos, que lo que algunos gustan en fabricar. Abundan los testimonios de esa resistencia, en la que romanos y visigodos reducen a los suevos. En todo caso, son escasos los datos que permitan hacerse una idea exacta de cómo fue la monarquía sueva, así como el punto en que se amoldaron al estilo de vida romano. Díaz llega a afirmar que ni siquiera podemos estar seguros de que contasen con un rey permanente.[3] La mitificación de los suevos, en apoyo de que los gallegos poseemos un sustrato diferenciador del resto de los españoles, ha sido asunto recurrente, peligroso y criticado por los historiadores más rigurosos. Su presencia se esfuma a partir de 585 en la medida que se extiende el reino de los visigodos.

El primer punto de discrepancia radica en determinar cuántos eran. Aunque fueran belicosos en extremo, nunca pasaron del 5 por ciento de la población, si nos atenemos a las huellas que dejaron. No parece que, al contrario de los visigodos, llegaran a mezclarse con la población hispano romana, cifrada en unas 700. 000 personas. Luego, al contrario que romanos y visigodos no pasarían de ser unos severos invasores temporales. Cierto que existe una lista de reyes suevos en Gallaecia en el periodo 410-585, pero entre 469 y 585 no existen testimonios escritos fiables. Los trabajos más solventes dividen el periodo suevo en tres épocas: De 410 a 469. Desde Hermerico hasta Remismundo, es el tiempo de una especie de “entente cordiale” con los romanos, con extrañas alianzas temporales. De 469 a 550 existe un amplio vacío, que se cobre recurriendo a los datos de cómo se articulaba la organización de la Iglesia en este tiempo. Con más precisión se puede estudiar el periodo que va de 550 a 585. Es el lapso donde se puede citar con mayor propiedad el concepto de “Reino Suevo de Galicia”.

Visigodos-en-Vitoria

La monarquía hispana

En el prólogo de la obra colectiva[4]El Rey. Historia de la Monarquía”, coordinada por el profesor José Antonio Escudero, se computa el tiempo en que España no ha sido gobernada por una monarquía (descontando las dos repúblicas y el régimen del general Franco), reduciéndolo a sólo 42 años. En todo caso, en el sentido más genérico de monarquía, sitúa su antigüedad en mil seiscientos años, a través de las diversas fases, familias y dinastías. Claro que la historia de esta forma de gobierno no fue placentera, como lo denota el hecho de que hasta Viterico (605), los diez anteriores fueron asesinados.

El nacimiento del Estado hispano-visigótico se sitúa en el foedus o pacto entre el general Constancio y el rey Valia, por el romano otorgó al bárbaro, en nombre del Imperio, tierras para establecerse, la Aquitania Secunda, en régimen de hospitalitas, pero no añadió derecho de gobierno alguno sobre los galo-romanos[5]. Su poder político se extendía únicamente sobre su propio pueblo, los visigodos. Explica Falcón, con respecto a los grupos que desbordaron los Pirineos y entraron en la España romana, que la etnogénesis que se operaba desigualmente en las diversas comunidades implicaba en sí misma una transformación cualitativa hacia sociedades más complejas, “de mayor jerarquización social y con un poder político monárquico en construcción”.[6]

Con el tiempo, serán Leovigildo y Recaredo los creadores del Reino de Hispania; es decir conservando su nombre original.  No pretendían sustituir a la población hispano romana, sino tomar el poder. Convertidos al catolicismo, los visigodos se hacen con los últimos resortes del poder romano, en manos de los obispos. La forma de gobierno del nuevo estado fue la monarquía electiva, si bien unas veces el monarca reinante vinculaba al trono al sucesor deseado, cuando no simplemente el rey era quitado expeditivamente de en medio por quien ambicionaba su poder. El morbo gótico, el asesinato, es, pues en la historia de Hispania, un modelo más de sucesión al trono.

En cuanto al concepto mismo de “Regnum”, García-Gallo[7] anota cuatro acepciones o conceptos: Poder del Rey, ejercicio del reinado, comunidad y territorio. En este sentido, será prioritario recuperar la unidad del mismo. Las costumbres originarias de los primitivos germanos (elección del Rey entre las familias nobles) van a prevalecer. Pero el poder se va a trasmitir en el caso de Hispania de tres modos: elección, trasmisión hereditaria, o asunción del mismo por parte del “matador” del Rey anterior. Hay variedad, destaca Garcia-Gallo[8] que entre 531 y 636 se suceden trece reyes visigodos, los cuales, según las crónicas de la época, fueron “creados, constituidos, puestos, ordenados o llamados, otros fueron elevados, alguno tomó el cetro”. Esto es, las sucesivas clientelas fueron disponiendo a conveniencia.

Este sistema deviene en un procedimiento más organizado, la institucionalización del método electivo. Se trataba de evitar las conjuras. Para ser Rey (curiosamente las condiciones se parecen a las que fueron establecidas siglos después en la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado). Se requería ser godo -español, en el caso reciente-; noble –de estirpe regia- y de buenas costumbres. La elección ha de celebrarse en Toledo o donde muera el Rey. Es a partir de Leovigildo que se introducen novedades en el protocolo real. Vienen de la mano de la Iglesia, que incluye la elevación al trono y la consagración del Rey.

En cuanto a la formulación de una teoría política sobre la monarquía, Salvo los escritos de San Isidoro y San Agustín, no parece que aparezcan otras contribuciones decisivas en orden a la formación del Derecho Público por lo que a Hispania se refiere.

 

[1] DIAZ, Pablo C, El Reino Suevo (411-585). (Madrid, Akal ediciones, 2011), pág.6.

[2] Ibidem, pág.35.

[3] Ibidem, pág.103.

[4] Cifr. El Rey. Historia de la Monarquía. José Antonio Escudero (Editor). Tres  tomos, (Barcelona, Planeta, 2008)

[5] FALCÓN, Pilar, La monarquía visigótica católica, en “Historia de España de la Edad Media, coordinada por Vicente Angel Álvarez de Palenzuela (Barcelona, Ariel, 2011), pág.42.

[6] Ibidem, pág. 7.

[7] GARCÍA-GALLO, Alfonso, El origen y la Evolución del Derecho. Manuel de Historia del Derecho Español. Volumen I (Madrid, 1973), pág.532.

[8] Ibidem, pág. 542.

 

Realidad y mitos sobre los Suevos, una cuestión controvertida
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