Hasta que la muerte nos separe

Hasta que la muerte nos separe.
Hasta que la muerte nos separe.

Toda relación se desgasta. O se sabe transformarla en una amistad disfrutable para compartir la vida y los achaques aunque los hijos se hayan ido... O es hora de que la muerte en vida los separe.

Hasta que la muerte nos separe

Es un mandato bíblico. Vamos a las fuentes:

Ezequiel 16:8: “Y pasé yo otra vez  junto a ti , y te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores; y extendí mi manto sobre ti, y cubrí tu desnudez , y te di juramento y entré en pacto contigo, dice Jehová el Señor, y fuiste mía.”

Efesios 5:31-32: “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio.”

Marcos 10:9: “Por tanto, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.”

Muy bien, pero ahora analicemos el concepto de separar y de muerte.

¿Cuándo se muere? Se muere al nacer. A la vida uterina para comenzar otra. Se muere en cada transformación. A medida que crecemos vamos matando a los que éramos para renacer nuevos. Al morir nuestro cuerpo, se produce la última transformación.

¿Qué es lo que Dios unió y el hombre no puede separar? El amor de esos dos seres y el producto de su unión: sus hijos. Eso es inseparable. Pero esos dos, si no se vuelven a fundir en cada momento de su transformación, se separan indefectiblemente.

Digo esto porque veo parejas de muchos años que nada tienen que ver con los jóvenes que se amaron apasionadamente, que vivieron una historia única, irrepetible, pero pasaron los años y se fueron transformando en otros que ya no se reconocen.

Puede darse que se vuelvan a enamorar en sus diferencias, que crezcan juntos, que se reencuentren. Pero siempre distintos. Nunca los iniciales. Y será un nuevo flash, quizás más apagado porque las hormonas se habrán ido debilitando, pero reemplazadas por otros factores que  los hace indestructibles: proyectos, hijos, familia, amistad, humor. Sobre todo amistad. Toda unión en la que la amistad pesa más que la pasión, promete un futuro.

Pero hay desgastes insuperables. De los que hay que salvarse, a costa de uno mismo.

Por mi profesión, atiendo a personas mayores. Muchas veces vienen en pareja y presencio a uno de los dos víctima de la desintegración del otro. Es que el envejecimiento trae aparejado un deterioro cognitivo que va apareciendo en forma leve, progresiva, se confunde con trastornos de la personalidad por alguna causa determinada. Se pasa por alto. Aparecen enfados, irritaciones desmedidas, a veces violencia. Se da más en los hombres porque dejan de trabajar y pierden su rol conductor, su destreza física, se deprimen, les cuesta adaptarse a la vida moderna, hay desconfianza y confusión. La mujer está más adiestrada a los cambios. Por otra parte no está acostumbrada a tener a su marido en casa donde ella reinaba sin intromisiones.

La familia no es consciente de ese cambio de personalidad. Tuve una situación muy fea con un paciente que vino al turno equivocado y no lo pude atender. Lo hice pasar y le expliqué. Venía con su hijo que lo veía actuar y no reaccionaba. Me gritó, me acusó. Me filmó y dijo que lo iba a subir a los medios y a las redes porque no lo atendía. Violencia demencial, que se confunde con un estado de nervios porque lo acababan de operar de una rodilla y además, no oía bien.

Los profesionales de la salud no tenemos por qué sufrir esos ataques de personas que no están en su sano juicio. Y sus mujeres tampoco deben padecerlo. Una paciente me dijo el otro día: “ No quiero terminar presa.” Porque pasaba por situaciones en las que, casi por defensa propia, quería matarlo.

Creo que el momento de en que “la muerte los separe” llega cuando uno de ellos deja de ser el que era.

Estoy leyendo “Premier sang”, la última novela de Amélie Nothomb, todavía no  traducida al español.  En ella cuenta, en primera persona la historia de su padre — muerto el año pasado. Cuando él tenía quince años se enamora  de una chica que reacciona horriblemente frente a una confesión sincera de él. Se desilusiona y le dice: “Vos ya no sos la mujer de mi vida.” Y explica con sabiduría que no hay que enamorarse nunca de una mujer sin haberla visto enojada. La contrariedad revela la personalidad profunda.”

Pasa que cuando somos jóvenes pesan otros factores que nos ponen ciegos a esas realidades. Que por otra parte son las que se van acentuando con los años.

Hay una canción de Charles Aznavour —de mis preferidas-. Se llama “Tu te laisses aller”, que me dan ganas de traducir íntegra. Solo voy a poner algunas estrofas:

“Quiero divertirme

es el alcohol que sube a mi cabeza

todo el alcohol que tomé esta noche

para sacar coraje

para admitir que estoy harto de esto

de vos y tus chismes

tengo que decirte que ya tuve suficiente

me molestás, me tiranizás

aguanté tu mal genio

A veces querría estrangularte

Dios, cómo has cambiado en cinco años

Me pregunto todos los días

¿Cómo hiciste para gustarme?

¿Cómo pude haberte cortejado?

Así te parecés a tu madre

Que no tiene nada para inspirar amor.

Y sigue su distanciamiento con ese nuevo ser que se ha dejado estar. Que engordó, no se cuida, no lo respeta, lo critica en público. No lo valora. Él a ella tampoco. La muerte los separó hace tiempo.

Toda relación se desgasta. O se sabe transformarla en una amistad disfrutable para compartir la vida y los achaques aunque los hijos se hayan ido, o es hora de que la muerte en vida los separe.

En la película “Antes del anochecer” (2013) dirigida por Richard Linklater, la trilogía que nos encantó ( la del amanecer y del atardecer) con sus diálogos imperdibles, sufre un deterioro con la convivencia. La feminista que luchaba por un mundo mejor es ahora una ama de casa abnegada y el perezoso errante y conformista se ha convertido en un escritor talentoso y con ambiciones. Se acabó el misterio. Una llamada a la resignación y al cumplimiento del deber socialmente previsto. La pareja se salva en este caso.

Pero en muchos otros se sostiene a fuerza de soportarse. A costa de la integridad de la víctima que la padece.

¿En qué momento Enrique VIII dejó de ser irresistible para convertirse en el asesino serial de sus esposas? En la serie los Tudors era imposible no enamorarse de Jonathan Rhys Meyers.  Ese mismo ser se fue transformando con el tiempo en un monstruo desde todo punto de vista. 

De acuerdo a una investigación realizada en 2011, se sospecha que el rey de Inglaterra era positivo en los genes de Kell, lo cual indica que tenía el síndrome de Mc. Leod. Esa enfermedad trae alteraciones en el comportamiento (de personalidad, ansiedad, depresión, obsesivo-compulsivos, bipolaridad, anemia hemolítica e impedimentos para la fertilidad).

Como no lograba tener hijos varones que le aseguraran su sucesión por un heredero varón, fue acusando a todas sus esposas y así mandó a cortar la cabeza de Ana Bolena, la mujer por la que repudió a Catalina de Aragón y provocó el sisma en la Iglesia.  Se fue poniendo cada vez más irascible, paranoico, con furibundos arrebatos de malhumor, melancolía e impaciencia. Se casó cinco veces más llevando a la mayoría al cadalso, acusándolas de adulterio e incesto. La realidad es que era un despojo humano, gordo, con un olor nauseabundo, con el que era imposible convivir.

Hay diagnósticos que se nos escapan. Creemos que estamos frente a personas que simplemente envejecieron y a las que nos debemos inmolar “hasta que la muerte nos separe”. Pero tal vez ya murieron hace mucho tiempo. @mundiario

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