Que la distancia no sea el olvido

Reunión de bichos.
Reunión de bichos.

Con una distancia mínima de metro setenta entre las personas que deambulan – o se quedan quietos ‘tan panchos’ en medio de la acera – las puñeteras y malditas 'gotas de Flügge' ni se acercarían de persona a otra.

Que la distancia no sea el olvido

Dependiendo del estado de ánimo, de lo oportuno del sitio, de la hora en que suene y , sobre todo, de la compaña que tenga en esos momentos, a un servidor le agradan los boleros. Recuerdo perfectamente que Los Panchos – los de verdad, digo – eran los que más me gustaban (y me gustan) entonándolos; cantaban un bolero que empezaba más o menos así: “Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo esa razón…”. Y seguían. En puro compás ternario de tres/cuatro. Mejorado – en mi opinión – por un cuatro / cuatro por los cubanos de Santiago (José Pepe Sánchez) allá por 1840, que ya ha llovido, ya.

En el colegio mayor, cuando un servidor estaba en pleno estudio de cursos “preclínicos”, en una habitación de la sexta planta – la última-, compartiendo aposentos con mi veterano, Paco Molinero, a la sazón eminente político del Partido Popular, ya en excedencia forzosa por parada cardíaca recuperada en Miami hace relativamente muy poco, los que no íbamos a casa por fin de semana – cuatro gatos – nos distribuíamos cada sábado y domingo de tal manera que, cada semana le tocaba a uno de los cuatro gatos despertar a los otros tres con música antes de las diez en punto, que terminaba el desayuno y no era cuestión de perderlo. Los otros tres, bien despertaban con Jefferson Airplane, Los Rolling, Led Zepelin y así. Un servidor no. Un servidor ponía en el plato del tocadiscos, el disco de puro vinilo, bien limpiado con gamuza azul, a Eydie Gorme y Los Panchos.

No sé, me resultaba un despertar más dulce, más animoso y tranquilo (también solía poner a Nat King Cole, a veces). De esta manera, los gatos que estudiaban de noche, no despertaban alborotados, asustados y en pura palpitación auditiva. O eso me parecía a mí, claro.

Desayuno más o menos ‘potable’. Permiso para salir al señor cura. Ducha. Endomingados y... a deambular con alguna muchachuela que se prestase, desde puente de los peligros hasta las tascas del barrio de San Nicolás. Hiciese bueno – lo normal en esas tierras – o lloviese a cántaros (It’s raining cats and dogs) del cielo. Pero para mí que, despertar con Los Panchos, la voz de Eydie y sus boleros, sosegaba. Ibas menos estresado a tomar las cañas sabatinas y domingueras.

Aunque luego, en las tascas – eran chulas-chulas, molaban un montón, a cinco pelas la caña -, no parases de oír, y hasta escuchar, Rolling on the river o Start me up o... Give Me A Ticket For An Aeroplane. Que , oigan, los Creedence, los Stones y Jefferson me gustan...¡pero tanto dalequetepego…, como que no!

Por esos entonces estaban muy de moda los grupos anglo - marchosos. Claro que también Los Pecos (...por estar ausente de ti, que tiene tela la cosa) y Las Grecas (que no paraban de amarme locamente), que para gustos los colores y sin disputa alguna que alegar.

¡Ah! Pero despertar con Los Panchos... qué sosiego, qué placidez... qué relajación tras sueño más o menos reparador.

Uno de los boleros que más me gustaba era La Barca. A pesar de ser nacidos en México y no en Cuba – se juntaron en New York y conocieron a Eydie y allá que vamos todos juntos... – siempre me agradó escuchar sus boleros y, concretamente su Barca. Ahora mismo, como que no. En estas fases de unos ciclos de etapas (uno ya se pierde, sinceramente) un NO rotundo y contundente.

Y empezando por el principio del bolero: ni se debe considerar que la distancia es el olvido (sino no olvidar ni por un momento que la distancia es lo más eficaz, en éstos tiempos que nos ha tocado y Dios quiera que pasen muy pronto) y mucho menos que yo no conciba esa razón. Todo lo contrario, absolutamente.

La concibo – la distancia – y la exijo. Con una distancia mínima de metro setenta entre las personas que deambulan – o se quedan quietos ‘tan panchos’ en medio de la acera – las puñeteras y malditas 'gotas de Flügge' ni se acercarían de persona a otra. Y, esas gotas, señoras y señores, son el primordial vehículo transmisor del incordioso y más que posible letal virus del SARS-Cov-2 (también conocido como coronavirus, o Covid-19) que nos asedia y acongoja.

Por mucho que el mengano (o mengana) con que nos tropecemos por las calles, sin querer – o queriendo, que hay gente para todo – escupa, tosa, estornude o... respire largo, profundo y fuerte, las gotas de Flügge, de guardar las distancias apropiadas, un metro setenta pizca más o menos, no encontrarán jamás mucosas ajenas susceptibles de anidar, reproducirse chupando DNA del que carecen y solazarse a la bartola. Se caerán por el principio de la gravedad newtoniana y, como suelen ser grandes, dentro de lo microscópico, pues no pueden permanecer suspendidas en el aire por mucho tiempo – en realidad por segundos de tiempo – por lo que, al no tener dónde zampar el DNA, y no poder cobijarse en mucosas placenteras, ajenas al expeledor (o expeledora) pues – nacer si que nacen, la verdad – no pueden crecer, ni reproducirse y se limitan a morirse de una p*** vez.

Y a dejarnos en paz con nosotros mismos y, a ser posible, con algunos de nuestros semejantes. En mi caso, no muchos, francamente.

No precisaríamos de máscaras, ni guantes (salvo que curremos en espacios cerrados y frecuentemente contaminados,por personas y fomites).

Ni EPIS ni ná. Por las calles, claro está.

Ni siquiera de estadísticas que nos atosiguen diariamente: ya saben que hay tres tipos de mentiras cochinas: “las mentiras, las grandes mentiras y... las estadísticas”.

Mas anda que no está revuelto el gallinero. Como para fiarse. Vestidos de bandera o sin vestir... para todos los gustos. ¡Qué disparate!

Supongo que va implícito en la persona humana (no, no es redundancia) eso de que te den ‘algo’ de permiso (fases, de ciclos de etapas de ...yo qué sé ya) y salir echando leches sin mirar ni respetar al vecino que no corre, ni escupe, ni tira guantes contaminados en cualquier acera de cualquier calle de cualquier pueblo o aldea por más papeleras que haya cerca, es todo uno.

Anda por ahí una especie de dibujo dividido en dos partes, donde en la superior se ven varios “científicos”, todos opinando acerca del p*** virus, con opiniones diferentes, por supuesto; y en la parte inferior se ven varios políticos de distinta ralea opinando igual pero en lo que creen que es su campo.

Uno servidor no es político – ni ganas de verdad de la buena – pero puede pertenecer de los que aparecen en la viñeta superior. Por cierto, tal dibujo dividido, lo conocí gracias a mi buen amigo, el eminente Dr. D. Enrique Naveira-Abigón, y me partí la caja, por la verdad que desprende. Y, pues puedo pertenecer a la viñeta superior, he aquí mi opinión al respecto: Distancia... Distancia... Distancia… ¡Distancia suficiente entre personas! Todo lo demás nos vendrá por añadidura, que creo que dijo Jesucristo o uno de los suyos. La vacuna... a modo de ejemplo.

P.S.- Si fuere cierto que este p*** virus surgió por zamparse un bicho un jodio chino en Wuham, la contaminación y consiguiente contagio por vía oro-fecal, jamás debería descartarse. Al tiempo que los fomites se consideran como tales. ¡Vamos, digo yo! Y he dicho, como científico y como auto-vacunado por haber padecido contagio y estar libre de contagiarme y contagiar. @mundiario

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