El pueblo sin atributos lleva a sentirse como ciudadano rebelde

El pueblo sin atributos.
El pueblo sin atributos.

Severo alegato en favor de la democracia, tan necesaria en estos tiempos convulsos

El pueblo sin atributos lleva a sentirse como ciudadano rebelde

Wendy Brown con su obra El pueblo sin atributos (Ediciones Malpaso), me lleva a sentirme como ciudadano rebelde armado de mis modestas fuerzas dispuestas a combatir de frente al enemigo público número uno. Quien resulta ser el neoconservadurismo que gobierna cada día con mayor descaro y desplante, apretando las clavijas de la estrechura de débiles y  medianos, explotación y alienación de la sociedad, escalofriante planificación doctrinal económica del todo poderoso neoliberalismo.

Ya no se trata solamente del clásico pan y circo como oferta de entretenimiento para tener al pueblo aplacado y ensimismado, eufórico gritón de culto con sus estrellas del fútbol, la caja tonta y el “guasa” con el apoyo de la legión de políticos numerarios adictos y servidores de régimen establecido.

Hemos vivido cuarenta años de esperanza luchando dentro de una endeble democracia que ha ido corrompiéndose hasta extremos inauditos, y, descaradamente continúa con sus mentiras y jolgorio de palabrerío sin crédito. Transcurrido tantos años, la democracia occidental se torna adusta, fantasmal, y su futuro se presenta cada vez más elusivo e ímprobo.

Y bien considero copiar del Gatopardo, aunque algo extensa, la repuesta de Don Fabrizio Corbera Príncipe de Salinas,  cuando el funcionario piamontés, Aimone Chevalley de Monterzuolo le ofrece a Don Fabrizio la posibilidad de ser senador del nuevo Reino de Italia. Sin embargo, el príncipe responde con toda su elegancia y delicadeza: “Somos viejos, Chevalley, muy viejos. Hace por lo menos veinticinco siglos  que llevamos sobre los hombros el peso de magníficas civilizaciones heterogéneas, todas venidas de fuera, ninguna germinada entre nosotros, ninguna con la que nosotros hayamos entonado. Somos blancos como lo es usted, Chevalley, y como la reina de Inglaterra; sin embargo, desde hace dos mil quinientos años somos colonia. No lo digo lamentándome: la culpa es nuestra. Pero estamos cansados y también vacíos”.

Nos podemos considerar defensa frente al conservadurismo carente de humanidad todavía afianzado a la herencia de la dictadura heredada, ejemplo  que muestra con descarado disfraz desde una razón neoliberal  hacia el “homo económicos”. Una figura robot que por sí misma tiene una  forma histórica específica. Alejada de aquella teoría de Adam Smith impulsada por un deseo natural de  “permutar, trocar e intercambiar”, el  homo oeconomicus actual es un “fragmento de capital humano intensamente construido y regido al que se le asigna la tarea de mejorar su posicionamiento competitivo y hacer uso  de él, así como de mejorar su valor  de portafolio”.

Entre estos  elementos destructores se  cuentan vocabularios, principios de  justicia, culturas, hábitos de ciudadanía, prácticas de gobierno y, sobre todo, imaginarios democráticos. Y aquellos que se empecinen en buscar un verdadero camino democrático y una rica cultura heredada, se arriesgan, como mínimo a la pobreza y a la carencia de ser estimado y en situaciones extremas a una difícil supervivencia. Un dominio de los medios de comunicación con una capacidad de falseamiento del estado real del país considerarlo muy preocupante, si sopesamos los medios que manejan para la alienación de las masas. Máxima cuando la cultura real y muy especialmente la de base, la que necesita ser guiada y formada con la transparencia de la realidad, el humanismo que oficialmente ya no existe. El pan y circo de la cultura de escaparate y la bandeja de la sociedad que se  muestra cada vez más anodina es objetico calculado.

Nuestra izquierda, desde los herederos desmemoriados del socialismo de Pablo Iglesias el tipógrafo, hasta la juventud de Podemos y el Partido comunista  triste minoría atomizada. Nos encontramos en “el punto sin retorno de la civilización  que  marca la racionalidad neoliberal, su posmodernismo y su profunda deshumanización, su rendición a una  sentida condición de impotencia humana, ignorancia, fracaso e irresponsabilidad” Culturalmente, los que pensamos para ser conscientes que existimos, estamos corriendo el amenazante peligro de ser cercados hasta recluirnos en el nuevo bosque del Fahrenheit. Allí es posible, que nos dejen leer a los autores preferidos y añorar las utopías soñadas.

El pueblo sin atributos de Wendy Brown es severo alegato en favor de la democracia, tan necesaria en estos tiempos convulsos. La secreta revolución del neoliberalismo es un lúcido y apasionado alegato contra el «sentido común» de nuestro tiempo. A través de un brillante y minucioso análisis de las fuentes intelectuales del neoliberalismo y de los hábitos sociales y políticos que produce.

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