La poesía de José Emilio Pacheco: cuando la noche huele a luz carbonizada

José Emilio Pacheco.
José Emilio Pacheco.

En su poema "Carta a George B. Moore en defensa del anonimato", excusándose de su célebre renuencia a conceder entrevistas, Pacheco compone una especie de autoentrevista.

La poesía de José Emilio Pacheco: cuando la noche huele a luz carbonizada

En su poema "Carta a George B. Moore en defensa del anonimato", donde, excusándose de su célebre renuencia a conceder entrevistas, José Emilio Pacheco compone una especie de autoentrevista, da muestras de tener previsto un día como hoy: 

"Extraño mundo el nuestro: cada día / le interesan cada vez más los poetas; / la poesía cada vez menos". Luego lo corrige: en realidad, no interesan tampoco los poetas (¡que interesan!) sino "sus borracheras, sus fornicaciones, su historia clínica,  / sus alianzas o pleitos con los demás payasos del circo, / tienen asegurado el amplio público / a quien ya no hace falta leer poemas". Está hablando, quizás, en el contexto del hervidero literario de Ciudad de México. ¡Y vaya racha de autores de fuste fallecidos allí en los últimos tiempos!: Carlos Fuentes, Tomás Segovia, Carlos Monsiváis, antes de ayer Álvaro Mutis, ayer Juan Gelman... y, ahora, José Emilio Pacheco (unas pocas semanas antes, por cierto, del centenario del nacimiento de Octavio Paz, y de la recepción del Cervantes de Elena Poniatowska). Cuánta emergencia de última hora desde "una ciudad deshecha, gris, monstruosa", como la llamaba el autor de "Alta traición", al tiempo que le declaraba su amor como lugar predilecto. Ha sido el más joven en marcharse, dejando una poesía que hilvana de partida la infancia con la muerte, y que nace de un deslumbramiento por el solo hecho de estar vivo y saberse, inopinadamente, un médium ("Mis palabras tanto más mías porque son ajenas"). 

A través de un realismo alucinado, el poeta se agazapa y avanza como un topo horadante, por entre títulos que encierran algún concepto oscuro ("deriva", "errante", "desierto", "tinieblas"...), y, tras constatar que "la noche huele a luz carbonizada", celebra algún resquicio de luz no mancillada: "Llamo poesía a ese lugar del encuentro / con la experiencia ajena". Es una épica del autoextrañamiento, que combina cultismo y oralidad como reversos, y convierte lo atemporal en cotidiano, como cuando convoca a sus autores de cabecera -Heráclito, Goethe, Juan Ramón...- con un trato de amigos tabernarios. 

En "Otro segundo", la muerte es el "Púmbale" del niño que ya no se levanta: 

"Púmbale, dice el niño de cuatro años al caer en la hierba. Púmbale, y el que se levanta del suelo es un hombre altivo, cruel, implacable. No reconozco al niño a quien veía jugar hace un instante mientras hablaba con sus padres. Púmbale, y ahora es el derrotado. Hasta sus más abyectos aduladores le han vuelto la espalda. Púmbale, y otro segundo acaba de pasar y todos nos caemos de viejos y a la siguiente exclamación seremos polvo".

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