El poemario Las exploraciones, de Manuel García, reflexiona sobre la violencia

Manuel García y su poemario, Las exploraciones/ G.B.
Manuel García y su poemario, Las exploraciones/ G.B.

Una turbadora reflexión sobre la violencia humana, donde subyace una belleza inédita y oscura. Así son los versos de Manuel García Pérez: contundentes y sin tapujos.

 

El poemario Las exploraciones, de Manuel García, reflexiona sobre la violencia

Originalidad, riesgo y rigor caracterizan esta nueva obra de Manuel García Pérez, no exenta de perspicacia y sensibilidad. Este poemario nos remite a un mundo peculiar en el que conviven percepciones intensas, abundantes lecturas e historias verídicas que escuchó en palabras de su abuela materna cuando todavía era un niño.
Viene a ser, pues, una continuación de su libro anterior, Luz de los escombros. En Las exploraciones, el autor profundiza en la temática social, pero sin incurrir en fechas ni nombres. Realmente no hay una denuncia digamos explícita.
Este poemario está dividido en cuatro secciones, en las cuales, el tiempo pasado y el tiempo presente quedan hilvanados con maestría, al igual que el escultor moldea sus figuras a medida que pasan los años.
Al inicio del poemario nos encontramos con una cita de George Steiner, reconocido escritor cuya obra tiende precisamente a las exploraciones con tintes filosóficos: “¿Puede una voz humana proyectar/ una sombra enorme y deprimente?”.
En “SENTIR LAS FIGURAS”, que da título a la primera sección del libro, leo con interés el primer poema, ya que el autor logra captar la atención del lector: “Hay una virtud creativa en esta capacidad para ocultar, una técnica aprendida, unos instrumentos… La escritura es una forma de excavar…Asesinamos porque se aprende inmediatamente y parece puro”. Evidentemente, en estos versos que expongo se establece una relación entre “escritura” y “asesinato”, ya que es imposible conseguir en ambas circunstancias la máxima perfección. 
Y no por casualidad, la segunda sección, LOS ASESINATOS, va precedida por una cita del poeta Miguel Veyrat, con quien el autor mantiene una entrañable amistad. Dice así: “Leamos sin cesar la página en blanco del loco”. Difícil situación cuando nos adentramos en los entresijos de la poesía, repleta de símbolos y sentimientos que a veces nos resultan ajenos por su naturaleza intransferible. Y lo expreso así porque la poesía de Manuel García Pérez no es apta para lectores que se conformen con poemas de fácil lectura. Aquí no hay lugar para la sensiblería y el sentimentalismo: “Ordénale que te siga/ y guarda bajo la lengua/ una bala/ por si descubres al traidor/ en el reflejo de los aljibes”.
Y ahora paso a la tercera sección y su ocurrente título LLÉVAME A LA IGLESIA, de donde destaco estos versos pertenecientes al III poema: “La mujer se sumerge en la turba. / El cuervo se agita/ y el tizne se clava en la pupila. / Alguien reza un ángelus”. Tanto en este poema como en la mayoría que componen Las exploraciones, la mujer ocupa un papel importante. En ellos se denuncia el abuso de poder y la violencia de género.
Para dar muestra de la cuarta y última sección, EL ACONTECIMIENTO, cito estos versos que corresponden al VIII poema: “Uno logra huir de la emboscada. / Al cielo le da lo mismo salvar a muchos o a pocos/ con tal de que suenen las trompetas/ y los perros no ladren las pérdidas”. En estas impactantes palabras el cielo queda personificado en un ser que muestra una total indiferencia ante la crueldad y la injusticia. Y en estos del IX poema: “Arrastra el aguador los pies hasta la acequia, / una violenta luz depura los márgenes”, logra el autor una imagen desconcertante a través de la figura del aguador, desaparecida hace años. Debe tratarse de un recuerdo que guarda Manuel García sobre las historias que, como he comentado al principio, le relataba su abuela materna.
Luisa Pastor nos inicia en estas laboriosas y recapacitadas exploraciones con un breve prólogo  sui géneris, bajo el bellísimo título La zarza encendida, con cita del filósofo e historiador británico R.G. Collingwood, que dice: “… el artista debe profetizar”. El comienzo de dicho prólogo es una advertencia al lector: “Algo debe saber todo aquel que se aventure a explorar el inquietante mundo poético de Manuel García, y es que ha de hacerlo a ciegas, en la extrañeza”.
Por último, quiero resaltar las ilustraciones de Roberto Ferrández Gil: dibujos expresionistas muy sugerentes, como la desolación de un árbol sin hojas cuyas ramas desnudas parecen raíces aéreas, o la amenazante mirada de un gato negro en medio de un camino.

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