¿Podemos prescindir del ADN como pilar de la investigación criminológica?

José Bretón, declarado culpable.
José Bretón, declarado culpable.
La justicia deductiva y deducida del 'caso Bretón' es una alternativa para culpables, pero una siniestra espada de Damocles para inocentes, según explica este analista político de MUNDIARIO.
¿Podemos prescindir del ADN como pilar de la investigación criminológica?

 

No, si el problema no es la casi absoluta convicción de que Bretón sea culpable, sino esa microscópica duda de que pueda no serlo. La cuestión no es cuántos millones de españoles duermen más tranquilos tras escuchar el veredicto de Córdoba, sino cuántos hombres y mujeres de leyes, de la cosa jurídica, se despiertan con nostalgia del ADN, ¡good bye, ADN!, que ha dejado de ser el punto de apoyo de la célebre palanca de Arquímedes aplicada a la Justicia. La cuestión es que esta administración de justicia aplicada por el método deductivo y deducido, con fiscales haciendo psicoanálisis en vez de alegatos empíricos, abogados de la acusación a rebufo, abogados de la defensa al pairo y jurados populares redactando veredictos a gusto de millones de consumidores, le deja a uno frente al televisor susurrándose a sí mismo: ¡hombre, por una parte yo qué sé y por otra qué quieres que te diga!

Este innovador método de aplicación de la Justicia, que prescinde de los cuerpos del delito, de las pruebas de ADN, de testigos de cargo que acrediten el suministro alevoso y cómplice de medicamentos, cosas así, es posible que se haya convertido en un gran paso para la sociedad del siglo XXI, aquejada de la terrible y contagiosa enfermedad de la llamada “alarma social”. Pero, para el ser humano en soledad, cara a cara consigo mismo, es un marrón de esos que pueden producir un cargo de conciencia personal, intransferible y, naturalmente, inconfesable ante el intransigente cardumen humano de la opinión pública arrastrado por las corrientes inducidas e inductoras de la opinión publicada.

El streep-tease televisivo y televisado de la Justicia

El juicio televisivo y televisado de José Bretón, Director, le traslada a uno a ese instante paradigmático en el que Lord Byron, consumido ya su último gramo de confianza en la humanidad, iza bandera blanca y proclama su sarcástica rendición sin condiciones: “Cuanto más conozco a los hombres más quiero a mi perro”. Teleconductores de programas, teleexpertos, teletertulianos y teleespectadores hemos participado en masa, estas últimas semanas, en una versión actualizada de “La jauría humana”, cuya reposición siempre logra herir la sensibilidad y revolver los estómagos de los espectadores que permanecen atentos a la pantalla.

Esos platós de televisión convertidos en salas de juicios paralelos dan asco. Esos gurús mediáticos, ¡todo por la audiencia!, que reparten papeles de fiscales, de abogados, de jurados a individuos con “mono” de minutos de gloria, activan armas sociológicas de destrucción masiva de la civilización. El buenismo zen de las Griso, las Quintana, las Mariló, tirando la piedra y escondiendo la mano, reproduce el “tartufismo” de Moliere adaptado al siglo XXI. La yihad despiadada de los García Ferreras, de los Juan Gallego, de los Álvaro de la Lama, de los Jordi González, ayatholas televisivos a sueldo de esos que incitan a la guerra santa, la lapidación, el linchamiento, en el nombre del “share”, ¡la madre que lo parió!, es el síntoma de un occidente poseído por la globalización del miedo, sin el mínimo indicio de esperanza intelectual para alcanzar una fórmula liberadora de exorcismo colectivo. Por lo menos antes se decía que los “Vicentes” iban detrás de la gente, oye. Pero es que ahora van detrás de las cámaras de televisión.

La violación de la dama con los ojos vendados

No nos llegaba con la mala educación, con el analfabetismo emocional, con la digitalización de las conciencias, con el estiércol financiero, con el basurero político, con el parlamentarismo cautivo, con las mafias administrativas estatales, autonómicas y municipales, con los ERES, los Gürtel, los SMS entre Bárcenas y Rajoy, con la epidemia del síndrome de inmuno-deficiencia adquirida que se extiende por los confines democráticos de la Tierra, y nos hemos puesto a hurgar en la Justicia, esa vieja dama con los ojos vendados sometida a la violación continuada sociológica, política y mediática.

Inventamos la Justicia como último recurso para salvar a los seres humanos de los seres humanos, a los inocentes de los culpables, incluso a los culpables de los inocentes, obsesionados con tomarse la justicia por su mano, en una paradójica cultura en la que los dioses podían perdonarlo todo con un sacrificio o un simple acto de contrición, pero el hombre no estaba dispuesto a perdonar nada. La perfeccionamos a medida que el hombre de Hobbes se fue haciendo cada vez más lobo para el hombre. Y, al final, año 13 del siglo XXI, aquí estoy, Director, haciéndome respetuosas preguntas sin respuesta como estas:

- ¿Está segura Ruth Ortiz de que va a enterrar los restos de sus hijos?

- ¿Estamos seguros de que a esos santos inocentes les suministraron píldoras para dormir y perder la conciencia?

- ¿Podemos prescindir del ADN como pilar de la investigación criminológica?

- ¿El trágico 'caso Bretón' es un paradigma de garantías jurídicas?

-  La metodología de Córdoba, donde el fin ha justificado los medios, puede colar cuando un ser humano es culpable. Pero, ¿se la imaginan ustedes aplicada a un inocente metido en un callejón de circunstancias sin salida?

Ha sido esta última cuestión la que hecho estallar en mi cabeza el viejo lamento de mi sabio paisano Castelao: ¡Un padrenuestriño para que Dios nos libere de la justicia! Sobre todo de esa de Córdoba, claro, zaina y desnuda como una modelo de Julio Romero de Torres.

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