La pobreza y la desigualdad social que existía en Venezuela sigue existiendo

Un río cerca del Tepuy Autana en Amazonas.
Un río cerca del Tepuy Autana en Amazonas.

Venezuela es un país donde nadie es extranjero, y menos si eres gallego o español. Llegas a Maiquetía a las 10 y a las 10 y cinco eres uno más.

La pobreza y la desigualdad social que existía en Venezuela sigue existiendo

Me han preguntado muchas veces por qué mi entusiasmo, mi amor por Venezuela, mi permanente nostalgia por volver cada vez que la visito. La gente tiene la perspectiva de un país rico, desorganizado, peligroso y lejano, dirigido por un grupo de visionarios que no vive conforme a la doctrina que predica. Los que saben más se horrorizan ante la dilapidación de su riqueza, ante el control de su sociedad por los cónsules cubanos, por la venta del país a trozos a los chinos.

Esa no es mi Venezuela. Venezuela es un país donde nadie es extranjero, y menos si eres gallego o español. Llegas a Maiquetía a las 10 y a las 10 y cinco eres uno más. 

La cálida sensación de su calor húmedo parece brotar del corazón de los venezolanos. Es un país de mujeres y hombres guapos. Es un país culto, mucho más de lo que podemos creernos, donde la música es una religión nacional, un país –y no es tópico- que vive cantando, un país de grandes orquestas, de grupos y solistas de todo tipo. Se canta en las universidades y en las familias, donde todo el mundo sabe tocar algún instrumento.

Es un país de gente amable, educada, hospitalaria, espléndida, generosa; abierta y gentil como ninguna. El suave deje de su acento, con evocaciones canarias, te envuelve en una seda amorosa y hasta los tacos son elegantes. Les gusta hablar correctamente, y te reprenden si no lo haces; pero al mismo tiempo te tratan de forma coloquial y próxima, de manera sinceramente afectuosa. Tienen sentido del humor, aman la belleza y la elegancia. 

La cocina nacional venezolana, mezcla de las culturas que forman la identidad nacional, hispana, italiana, aborigen, negra y de otras naciones, es riquísima, variada, abundante siempre. Tienen el mejor ron y el mejor cacao del mundo. Venezuela es un vergel que puede producir de todo, aunque ahora casi no produzca de nada, tenga que importar lo que consume y la gente lo pase como nunca de mal. La política de expropiaciones por parte de un Estado que es el gran latifundista fue un desastre: las fincas usurpadas dejaron de aportar al país carne, leche, lácteos, productos de tipo que ahora hay que importar en masa.

Mis amigos de allá no son chavistas. Pero también he tratado a algunos. Me he peleado muchas veces con mis amigos de izquierdas de aquí por su ceguera al creer que el fallecido teniente coronel era otra cosa que un hombre, de quizá buenas intenciones, pero un populista que no resolvió –y menos los que lo siguen- los problemas de un país, donde la corrupción sólo ha cambiado de signo, pese a sus inmensas riquezas. Nada más. En una ocasión, en Vigo, mantuve un tenso coloquio con Farruco Sesto, uno de los más directos colaboradores de Chávez, a quien contradije cuando nos contaba una Venezuela que no existe.

Pero en medio de este caos, yo he visto a la gente normal, tan normal como en todas partes, que quiere vivir su vida, trabajando y prosperando; pero que no puede hacerlo. La clase media se reduce de modo exponencial, los pobres siguen siendo contradictoriamente pobres con hilo musical, y los ricos de la esfera de Chávez, cada vez más ricos. He visto, camino de la colonia Tovar, que son las misiones chavistas: unos tiraban basura y otros la recogían. Cierto.

La madre de una amiga mía, maestras en los ranchos que rodean Caracas, me contó que dentro de esas precarias casas de los cerros había visto electrodomésticos que no puede permitirse en la suya. He ahí la contradicción, de vez en cuando pasaban los de Chávez literalmente peleando bolívares o dólares….para nada. Nunca ha habido un plan serio de erradicación del chabolismo, nunca. Se gobierna improvisando, ora una cosa, mañana otra.

El chavismo ha sembrado el odio, un odio visceral. Los de Chaves son los hijos de la patria, los otros “los burgueses, los vendepatrias, los pitiyanquis o los escuálidos” (nombre éste que se dieron a sí mismos en la oposición). El Parlamento no es una cámara para el diálogo, sino para el insulto y el silencio de la oposición, donde sólo se escucha el monocorde discurso chavista. Si pierden alguna elección, se inventan un cargo sobrepuesto para anular la voluntad popular, como ha ocurrido con la alcaldía de Caracas y otras.

Conocía a militares de antes de este tiempo. Eran soldados profesionales, que alcanzaban su rango por su formación. El Ejército y la Armada no son ahora otra cosa que parte de la milicia chavista, obedientes de entorchado. Y cuando pasan al mundo civil, llevan la dialéctica cuartelera al parlamento, como ese lamentable caballo de apellido Cabello. 

La gente no se fía ni de la Policía

Caracas es la ciudad más peligrosa del mundo, donde te puede matar por un móvil, unas zapatillas o porque un “malandro” cree que lo miraste mal. Y a pesar de todo, la gente normal, que es mayoría inmensa, trata de vivir cada día una vida normal. Y los viejos recuerdan aquellos tiempos donde no era preciso cerrar la puerta de las casas, y la gente trataba de ser feliz sencillamente. Pero ahora la gente no se fía ni de la Policía.

La pobreza y la desigualdad social que existía sigue existiendo, y apenas se ha maquillado con una serie de políticas paliativas. No puede ser que la mitad de la población, al menos, forme esa “antipatria” que propugnan los chavistas. Muchos millones de gente de clase baja y media están decepcionados porque el Chavismo ha empeorado su vida.

Pese a todo, por encima de todo, volveremos a Venezuela y seguiremos confiando en el futuro de un país privilegiado que tiene elementos necesarios para ser el mejor del mundo, empezando por esa maravillosa gente que se hace querer apenas la conoces.

Yo volveré.

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