Pandemia, educación y distopías

Trabajando con una tablet.
Trabajando con una tablet. / Pexels.

Breve reflexión en torno a la educación y al uso de tecnología en tiempos de pandemia.

Pandemia, educación y distopías

El complicado panorama, producto de la pandemia que actualmente aqueja a la humanidad a nivel global, ha tenido un efecto preocupante en la educación, entendida ésta como ese proceso de enseñanza-aprendizaje a través del cual el individuo se prepara académicamente para enfrentar de mejor manera los retos y avances de la vida en sociedad. Por ello, y por otras tantas razones que quizá sería ocioso mencionar, no deja de inquietar, por un lado, el futuro de la educación en términos generales; y por otro, los efectos de una deficiente formación en las generaciones que hoy pasan horas frente a una pantalla, siguiendo (o haciendo como que siguen), programas “educativos” que no responden realmente a las necesidades y exigencias que suponen la vida moderna y los retos que habrá de enfrentarse de cara al futuro, particularmente en los primeros años de escolaridad, que es la etapa en la que se colocan las bases de todo lo que habrá de venir con los años para un estudiante. Y como alguna vez dijo Cicerón, quizá movido por alguna preocupación similar a la que aquí se expone (lo parafraseo): “no es lo mismo saber, que saber enseñar”.

Hoy, muchos niños de quienes tienen acceso a la educación y a tecnología, particularmente en países en vías de desarrollo (y ese es otro asunto igual de importante y preocupante), pasan la mayor parte de su tiempo frente a una computadora, frente a un teléfono móvil o frente a la pantalla de algún dispositivo tecnológico mediante el cual reciben clases on-line. Adicionalmente, esos mismos dispositivos los utilizan para comunicarse con sus amigos y compañeros después de clases; luego los usan una o dos horas para sumergirse en los juegos de moda; después realizan tareas y las envían (siempre a través de dispositivos electrónicos), para luego dedicar, quizá, una o dos horas a la televisión o algún otro juego electrónico (otra pantalla). Y así, sucesivamente, hasta agotar las horas del día y parte de la noche, para finalmente dormir y retomar la rutina a la mañana siguiente.

Aunque parezca exagerado y aunque se piense que se peca de exceso de fantasía, las distópicas ficciones ―a veces aparentemente alarmistas―, de autores como Orwell o Huxley, por citar un par, independientemente de las razones, motivaciones o creencias de cada quien, se han venido convirtiendo en una realidad que no deja de ser inquietante y provocativa, sobre todo, en estos confusos tiempos de pandemia en los que todos, de alguna manera, hemos tenido que hacer cambios en nuestra particular forma de llevar la vida y asumir, en algunos casos, nuevos patrones de conducta y comportamiento en el marco de la convivencia social. Más allá de los programas educativos per se, que puedan existir o estar en uso en la actualidad (que es realmente la motivación de la breve inquietud aquí esbozada), la situación debe motivar al diálogo y a la discusión seria, concienzuda, con respecto a cómo, de qué manera, y qué tanto afectará todo ello a las nuevas generaciones en materia educativa, y, de ser posible, hacer algo al respecto.

La educación no es el único tópico preocupante actualmente dadas las circunstancias, por supuesto, pero, lo aceptemos o no, hay efectos que en tan sólo dos años ya están pasando una factura costosa y preocupante en la vida y salud de muchos niños y adolescentes, y en los procesos de enseñanza-aprendizaje que, en muchos casos, ya dejaban mucho que desear incluso antes de que nos viéramos inmersos en esta vorágine de acontecimientos que hoy afectan de algún modo a prácticamente el mundo entero. Lo escribió el Premio Nobel Kazuo Ishiguro en su novela “Klara y el Sol”, no hace mucho, poniendo en voz de uno de sus personajes (Klara) referencias notables a las tablets, a las pantallas de dispositivos electrónicos y a la forma en la que muchos niños y jóvenes reciben instrucción escolar actualmente.

Esa realidad hace que nos cuestionemos, inevitablemente, cómo será todo esto más adelante, es decir, en cinco, diez o más años (quienes tienen acceso a una cosa y otra, como ya se apuntó: educación y tecnología), y cómo ello cambiará, quizá para siempre, los modelos educativos y de instrucción escolar en el corto, mediano y largo plazos, además de empezar a provocar, asimismo, un fenómeno que es igual de preocupante y cuyos efectos es imposible invisibilizar en términos psicológicos y por supuesto sociales: el aislamiento, y eso que ha dado en llamarse “el vicio por las pantallas”. El avance tecnológico en tanto que parte del progreso a través de la historia humana, no puede detenerse, tampoco el uso de la tecnología ni de los avances y mejoras que periódicamente surgen (como es lógico suponer que ocurra). De hecho, ese no es el punto en este caso, sino la forma en que estas tecnologías están siendo utilizadas en la actual coyuntura global y la responsabilidad con que como sociedad estamos asumiendo el asunto. @mundiario 

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