Paco y la siesta

Un hombre tomando una siesta. /  hombreyestilo.com.
Siesta. / hombreyestilo.com

A mi amigo Obdulio le cuesta entender que para los españoles la siesta continúe siendo una institución sagrada. 

Obdulio me cuenta que hace poco tuvo una conversación muy animada con un amigo suyo que vive en España. Paco, que así se llama el amigo, salió de Cuba hacia la Madre Patria en la misma época en que el Obdu se asentó en los Estados Unidos. Pero, a pesar de la distancia, su amistad sigue firme y conversan con frecuencia. Respetables emigrantes que son, ambos han abrazado con fervor las costumbres de las tierras que los acogieron, aunque en ocasiones se cuestionen la lógica que las respaldan. Ejemplo de ello fue el final de la conversación de que les hablo. Según mi amigo, después de un rato de chapoteo telefónico, Paco le dijo:

-Bueno Obdu, me retiro, que ahora tengo la siesta.

Obdulio no entendió bien y le preguntó:

-¿Tienes una fiesta? ¡Qué bueno! Me imagino que sea una de esas verbenas fabulosas que hacen por allá. ¿Cuál es, la de San Antonio o la de la Paloma?

-¡No hombre! Eso es en el verano. ¡Estoy hablando de la SIES-TA! Con acento en la T.

El Obdu se enfureció:

-¿La siesta? ¡No te puedo creer! Así que tú pierdes dos horas en siestecitas todos los días. Eso es… 730 horas al año. Multiplícalo por 46 o 47 millones de españoles y son… no sé, ¡un montón de horas perdidas en sueño diurno!

-Pero tío, es la costumbre…

-¡Sí, claro! Por eso España está como está. ¡Nadie trabaja y luego se quejan! Y tú contribuyendo a la desidia. Pero claro, es la costumbre. ¡Vaya a dormir su siesta y que el país se vaya al cuerno!

Y diciendo esto, le colgó.

Dice Obdulio que se pasó media hora echando humo por las orejas, despotricando de la improductividad peninsular, hasta que se dio cuenta de que se le hacía tarde para irse al trabajo. Se alistó a la carrera, almorzó cualquier cosa y salió disparado bajo el sol implacable del mediodía miamense. Y me cuenta que poco después, mientras conducía agobiado por las atascadas calles de la ciudad, no le quedó más remedio que confesarse a sí mismo:

-¡Ni que aquí estuviéramos tan bien! ¡Con gusto me quedaría en casa tomando una siestecita y que el país se fuera al cuerno…!

Este Obdu nunca deja de asombrarme. @mundiario

Comentarios