Opinar y replicar se ha hecho viral: ¿se avanza mucho? ¿se aprende más?

Redes sociales. / RR SS
Redes sociales. / RR SS

Las redes sociales y la TV lo han puesto de moda. Pero la reflexión sobre lo que se opina no suele dominar la conversación y abunda la estúpida banalidad.

Opinar y replicar se ha hecho viral: ¿se avanza mucho? ¿se aprende más?

Había muchos en escena, pero el ejemplo de Trump está haciendo crecer  el número de candidatos a imponer su particular sentido del orden en el mundo.

La barra de bar pierde prestigio y, ahora, a golpe de twit y similares no se escucha y se interrumpe maleducadamente la sana conversación.

Twitear no basta

Hace unos días, la recensión en una revista de enseñantes acerca del libro titulado Los internados del miedo, suscitó una sorprendente respuesta de una lectora. Tratándose de algo que, con alguna frecuencia sucede a compañeros y personas que escriben procurando poner coherencia en supuestos diálogos y que, a menudo, expresa lo programado con éxito en TV, he creído conveniente dejar constancia de que nadie aprende nada si todos  gritamos al unísono y de que la libertad de expresión tiene poco que ver con maneras de replicarse unos a otros sin garantía alguna de haber leído u oído previamente lo imprescindible, ni tampoco de querer hacerlo: como educación social, es mal asunto.

Previa a la libertad de expresarse, es imprescindible, sin embargo, que medie la comprensividad de lo que el otro dice o escribe. Entre vocear y  hablar, conversar o dialogar hay una distancia: aquello lo compartimos con los animales, esto otro -exclusivo de la socialización humana- requiere algunas condiciones para que sea atractiva. Si no, mejor es callarse, por más que a Trump le vaya esta marcha solemne del narcisismo o que en el Parlamento, se teatralicen escenas que los sofistas griegos ya dominaban a la perfección.

El libro citado, recomendable para cuantos quieran conocer  peripecias significativas de la historia educativa, aporta unos 30 testimonios de supervivientes de instituciones por las que pasaron varios miles de niños y niñas españoles desde la postguerra civil hasta los años ochenta: los Hogares Mundet (Barcelona), preventorios tuberculosos de varias provincias, el Colegio San Fernando (Madrid), algunos psiquiátricos y diversos reformatorios. Lo que más sobrecoge de lo que vivieron ahí es su indefensión frente a  los abusos de todo tipo de que fueron objeto por parte de  algunos profesores o profesoras –incluidos religiosos y religiosas- adscritos a centros teóricamente establecidos para la protección del menor y de la mujer. Los autores de Los internados del miedo, Montse Armengou y Ricard Belis, son periodistas y han realizado documentales de investigación. En su trayectoria profesional es habitual la preocupación por desvelar hechos silenciados durante muchos años, y dar voz a los humillados en nombre de una supuesta moral superior. Cuanto dicen o filman es cpntrastable y, entre sus trabajos, figura  Los niños perdidos por el franquismo, acerca del robo de recién nacidos en esa etapa..

Conste que en este libro solamente tratan de esos internados, dando a entender que ha habido chicos y chicas a los que la supuesta acogida que ahí tuvieron les abrió posibilidades mejores que las que probablemente hubieran tenido de no haber ido a parar a ellos. Lo que ponen de relieve las historias de vida de los entrevistados son los abusos que un número sobradamente significativo padeció de manera inexplicable, con las secuelas que ese sufrimiento gratuito les produjo. Los autores no entran ni salen en lo que haya podido suceder, paralelamente, en otros internados como seminarios, conventos o algunos otros, cuyos ritmos y hábitos de vida, reglamentos,  maestrillos o prefectos,  sistemas de gobernanza interna o metodologías del tiempo y los estudios, condicionaron a bastantes más miles de estudiantes y todavía tienen continuidad: Alguno de estos seminarios es desgraciada noticia estos días.

E pur si muove

Frente a lo que le obligaron a seguir diciendo, inalterado, del orden cósmico, Galileo acabó murmurando: e pur si muove. Cabe repetirlo cuando alguien, al detectar que la realidad no coincide con su desorden mental o una gloriosa ignorancia, se consagra a sentar cátedra desde un ego hiperactivo. Este pasado día tres, Quim Monzó  se hacía eco en La Vanguardia de la decisión adoptada, por tal motivo, en un blog noruego: NRKbeta. Si algún posible lector quiere comentar lo que en ese digital se escribe, ha de pasar previamente un test para demostrar que, antes de opinar, se haya leído el artículo o la noticia sobre la que desee opinar. No es un consuelo que también en el Norte europeo falle la comprensión lectora ni que una evaluación imparcial de tan espontáneos opinadores confirmara lhipótesis que suelen formularse cuando se lee lo que escriben o dicen en los medios, especialmente si acogidos al anonimato dan cauce a cualquier aburrimiento. El pretexto de la transparencia no contribuye, en estos casos, a esclarecer nada, sino a que los otros lectores u oyentes tengan que surfear entre un oleaje de insultos e insensatez, mientras la costosa libertad de expresión es violada por un oportunismo que sólo propicia ruidos entorpecedores de la lectura como fuente de placer y conocimiento. Sólo faltaba que, a la inoperancia de muchas Universidades por contrastar la calidad de lo que enseñan, plagian o publican sus profesores y estudiantes, se sume ahora esta tendencia erosionadora del derecho de todo humano a conocer y exponer razonablemente algo de algún asunto, y a esperar que los demás procedan del mismo modo.

El bullying y el ciberbullying están de moda. Ni son exclusivos de los colegios ni de los problemas que las diferencias generan a los más débiles. El acoso, profesionalizado en otros escenarios, también suele emplearse para sacarse de en medio a competidores o discrepantes y no es infrecuente entre partidos políticos ni en campañas electorales.  No obstante, también en casos menores como el que ha originado este comentario molesta y produce dudas acerca de si no es mejor callarse y que cada cual se apañe con su paranoia particular… No conocía en la semana pasada la elogiable decisión noruega y, en su lugar, remití a mi interpeladora esta contestación que aquí reproduzco por si ayuda a quien sufra algo similar.  Con muy leves modificaciones, fue como sigue.

Suerte

"Señora: Ante todo, mi felicitación por la suerte que usted haya tenido en el internado donde dice haber estudiado. Si me dijera algo más: en qué años estudió, por ejemplo, las religiosas que regentaban su colegio y algunos datos adicionales, es posible que reiterara mi felicitación y añadiera que ha tenido usted suerte. En todo caso, me alegro por usted. No dudo de que "sepa de qué habla", pero no le quepa duda de que la suerte le ha sido propicia. Conozco a mucha gente que también ha estudiado en internados. En mi generación, tuvieron que hacerlo casi todos los niños y niñas de pueblo que pudieron estudiar, además de bastantes otros de zonas urbanas pobres. La opinión sobre lo que vivieron es muy variable de unos a otros: cuando hablan de esa experiencia, cada uno lo hace a su modo y no coinciden cuando se ponen a recordar: a veces, hablando del mismo sitio, parece que hubieran estado en las antípodas. La razón es que son muchos los factores que influyeron en cómo fueron aquellos años para cada uno, y tampoco son pocos los que definen su memoria actual al respecto. Puedo añadirle, por otra parte, que también yo sé muy bien "de qué estoy hablando", ya que he pasado bastantes más años que usted en internados y no sólo como estudiante. También yo sigo viendo y celebrando amistades contraídas en aquellos años. Y alumnos tengo, además, que me invitan a sus reuniones anuales, en que conmemoran haberse conocido en el limitado ambiente que compartimos entonces.

Según usted, "no se puede generalizar..., porque se corre el riesgo de perder credibilidad" y, al parecer, este "es mi caso". Sinceramente, no sé por qué me descalifica. Está usted en su derecho, pero se confunde.  Es probable que lo que ha leído no le haya gustado por algún motivo que no dice o, sencillamente, porque su suerte personal -su experiencia-  ha sido distinta de la de quienes sufrieron vejaciones como las que relatan los testigos que aparecen en el libro titulado "Los internados del miedo". Lo entiendo, como entendería también que le pareciera mal que se haya comentado ese libro o, dicho de otro modo, que le gustaría que continuaran en el olvido esas cosas que nunca debieron suceder. Este parece haber sido "mi pecado" y le adelanto que no me arrepiento.

Leer antes

 No obstante, permítame decirle que es usted muy rápida de juicio, al menos en este asunto. Si no lee esto que le estoy escribiendo como un twit, estas cuatro razones le ayudarán a entender por qué lo digo.

Primero:  lo que usted leyó no es un "artículo" mío sobre internados. Nunca lo he escrito aunque podría hacerlo, simplemente a base de los  recuerdos y experiencias de vida que muy conocidos escritores de mérito -alguno de ellos perteneciente a la Real Academia- han escrito en lenguaje literario. Contaron lo que vivieron, y le juro que lo que relatan es poco coincidente con su experiencia. Tampoco con una buena parte de la mía, en la que hay de todo: bueno, malo y mediocre...  

Segundo: lo que usted ha leído en T.E, n´º 359 -pues creo que se refiere a eso- es tan sólo una recensión de un libro escrito por periodistas acreditados que, además, han hecho reportajes sobre este asunto  para TV y que, según me consta, antes de escribir este libro han contrastado lo que cuentan. Es usted muy libre de no creerlo, pero es un desatino desoír cuanto no coincida con lo que hayamos vivido. Le añado que una “recensión” solo es un comentario de un libro, no un artículo, y que quien la escribe para nada tiene que estar de acuerdo con los hechos o asuntos que suceden en el libro; ni siquiera con cómo esté escrito el libro. Lo interesante es que indique el posible interés de esa lectura para saber más sobre una cuestión que, en principio, puede ser de interés cívico.  Si le parece que lo que le estoy diciendo "no es creíble", es fácil de confirmar en cualquier estudio sobre crítica literaria. Lo pertinente, por tanto, hubiera sido que se refiriera al libro y, mejor, que lo hubiera leído antes de opinar de cualquier modo, actitud que no seré yo quien le vaya a coartar.

Tercero: si analiza despacio lo que escribo en la página 41 de esa revista, particularmente las tres últimas líneas, verá que, para nada "se generaliza". Matizo la denuncia que presenta el libro diciendo que "en estos ámbitos educativos no todo fue tan horrendo... Algunos encontraron caminos atractivos para sus vidas". No veo de dónde saca usted lo de que "no se puede generalizar". Entre otras cosas, porque el libro no habla de todos los internados, sino de unos muy concretos, que no son, le insisto, los que yo tuve que soportar.

Y cuarto: también a mi me gustaría que muchas cosas no hubieran ocurrido ni que sigan ocurriendo. Pero no por ello me cabreo con quien haya manejado la documentación pertinente para historiarlas,  si lo hace con seriedad y ambición de que no se repitan. En nuestros archivos y bibliotecas -a pesar de que le pueda resultar “increíble”-  hay mucha documentación que prueba la existencia de cosas demasiado feas y, muchas veces, donde menos cabría esperarlas. 

Lo desafortunado es que existan muchos tipos de fechorías y que los seres humanos seamos capaces de seguirlas repitiendo

Concluyo: lo desafortunado es que existan muchos tipos de fechorías y que los seres humanos seamos capaces de seguirlas repitiendo. A pesar de que usted me haya retirado su “credibilidad” -o precisamente por ello-, le daré un consejo congruente: si desea cabrearse con alguien y mostrarle su desagrado o "decepción",  piense bien a dónde merece la pena diirigir sus invectivas. Escoja mejor su objetivo y, a ser posible, después de haber calmado sus impresiones primeras, vuelva a pensarlo bien y exponga de manera creíble sus argumentos. Sólo de ese modo habrá merecido la pena

Si cuando haya leído este mail, sigue pensando lo mismo que me ha escrito, no trataré de convencerla: es usted muy dueña. 

Que le siga acompañando la suerte". 

Ou andar ou ler

Pues eso: suerte a cuantos tengan paciencia para ir más allá de la lectura mecánica y lean pausadamente para comprender. Este hábito tiene un rico interés humanizador. Asegura el refranero gallego que es muy útil para saber, igual que andar y ver. Da acceso a ese conocimiento que suele acompañarse de un disfrute creciente a medida que se lee más. Si todo es más complejo de lo que a nuestras vidas, limitadas pero únicas, les es permitido acceder, déjense llevar por ese afán y no  por los rápidos automatismos que los medios imponen aumentando en demasía la superficialidad de cuanto traemos entre manos. Las Redes y medios ya nos modifican y, si nos descuidamos, seguirán haciéndolo no siempre para nuestro bien: se puede conducir un Maserati pero, si no se controla la estupidez, se acaba pronto en un barranco.

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